BALANCE INTERNACIONAL Ť Eduardo Loría
Candados contra la crisis
Desde 1996, en que se reinició el crecimiento de la economía mexicana, ha existido incertidumbre sobre la solidez y permanencia de las principales variables macroeconómicas. Muchos pensaron que en 1998 la economía volvería a caer estrepitosamente debido a la dura prueba que impuso el entorno internacional y a la vulnerabilidad de la estructura económica doméstica. Sin embargo, fue notable la habilidad en el manejo de las políticas monetaria y cambiaria en que, a pesar de la enorme turbulencia y salida de capitales, los ajustes del tipo de cambio fueron realmente modestos y México fue una de las economías que más creció a nivel mundial.
Nuevamente la expectación ha crecido en términos de lo que ocurrirá con la nueva y compleja prueba que las autoridades económicas habrán de enfrentar en los meses por venir y que presenta características muy particulares debido a la confluencia de los siguientes factores: a) la elección presidencial de julio próximo y en Estados Unidos meses más tarde; b) la fuerte turbulencia financiera de los días pasados que afectó al Dow Jones en 3.2 por ciento y a la Bolsa Mexicana en 5.7 por ciento, y que tan sólo podrían ser el preámbulo de un crack bursátil parecido al de 1987; c) hay visos de que la economía de ese país reducirá su dinamismo al elevar nuevamente las tasas de interés, con lo que se afectarán nuestras exportaciones y se presionará la paridad cambiaria y a las tasas domésticas; d) continúan los conflictos sociales (como la UNAM y Chiapas) y la inseguridad pública. Pero quizás uno de los factores que --al igual que 1994-- causan gran inquietud es la tendencia a la apreciación cambiaria que se viene dando y que alcanza ya cerca de 20 por ciento.
En entrevista reciente (BusinessWeek, del 20 de diciembre, sólo disponible en versión electrónica), Angel Gurría argumenta que no hay elementos de peso para pensar en una crisis económica para este año, debido a que no existen las cinco razones históricas que las han provocado, como han sido: indisciplina fiscal, sobrendeudamiento, monodependencia petrolera, drástica caída de la tasa de ahorro y tipo de cambio fijo.
Veamos algunas cifras que amparan estos argumentos. Los diversos pronósticos que se han realizado para este año ubican que el déficit fiscal como proporción del producto no rebasará 1.4 por ciento; hay vencimientos de pagos por 2.4 mil millones de dólares (contra 33 mil en 1994); el déficit de cuenta corriente a producto será menor a 3 por ciento, comparado contra 7 por ciento de 1994; la inversión extranjera directa financiará en más de 80 por ciento el déficit de cuenta corriente y la inversión de cartera ahora constituye una proporción muy baja, lo que reduce notablemente la volatilidad financiera; la tasa de ahorro será de 21 por ciento (contra 15 por ciento en 1994) y ahora existe un sistema cambiario que permite ajustar con relativa facilidad la paridad en función de las presiones sobre las reservas internacionales.
Además de estos factores, Gurría señaló que ahora hay tres más que nos protegen de una crisis: a) se ha apuntalado al sistema bancario (se le ha capitalizado y se han aumentado las regulaciones); b) los mercados se han vuelto un factor crucial de disciplina, y c) se ha avanzado sobre la curva de aprendizaje en la política económica.
Finalmente, frente a la pregunta sobre los efectos adversos que podrían tener los factores políticos, Gurría señaló que los avances democráticos justamente los convierten en activos y no en pasivos, lo cual --en su opinión-- se vuelven elementos de seguridad.
Es probable pensar que el tipo de cambio no tendrá alteraciones mayores antes de las elecciones y que después se ajustará suavemente hasta alcanzar un nivel más competitivo. De cualquier modo, ningún pronóstico serio lo ubica, en promedio anual, en más de $10.23, lo que comparado con $9.55 del año anterior significa una devaluación nominal de 7 por ciento.
De cumplirse lo anterior, en el 2001 se mejorarán notablemente las expectativas de los agentes económicos, lo que se volverá por sí mismo factor de crecimiento, pero continuarán los graves problemas sociales y de desigualdad que deberán ser prioritarios en la agenda del próximo presidente.