La Jornada sábado 8 de enero de 2000

Angel Guerra Cabrera
Cuba: vaticinios y realidades

Hace 41 años llegaba a La Habana, arropado en un mar de pueblo, el ejército guerrillero encabezado por Fidel Castro. El apoyo popular ha sido desde entonces la clave principal que explicaría la permanencia del régimen revolucionario frente a la hostilidad y al bloqueo de Estados Unidos, frente a sus propios errores, pese a tantos contratiempos. Acaso el mayor, la extinción de la Unión Soviética y el fin de la vital asistencia financiera y favorable intercambio comercial proporcionados por ella, que provocó la peor debacle económica padecida por la isla en este siglo y un trauma sicosocial de grandes proporciones.

Muchos erraron en aquel momento al vaticinar un colapso a corto plazo del gobierno fidelista, que tampoco está a la vista ahora. Dos semanas de estancia en la capital cubana y hablar con decenas de personas tan comunicativas como mis compatriotas parecerían confirmarlo.

El gobierno logró detener la caída libre del producto interno bruto, que entre 1989 y 1993 descendió en 32 por ciento. A partir de 1994 la economía ha venido recuperándose y alcanza en 1999 un crecimiento de 6.2. Se trató de repartir parejamente entre la población los efectos de la crisis y ello ha impedido un mayor deterioro de la cohesión social. La libre circulación del dólar, la apertura al turismo y de varios sectores al capital extranjero, la reapertura del mercado libre agropecuario, la autorización de pequeños negocios privados, el saneamiento de las finanzas internas, han permitido una estabilización económica en gran medida exitosa. Pero aquella dista mucho del bienestar alcanzado en la sociedad igualitaria de finales de los ochenta, con todo y que ésta mostraba ya inquietantes síntomas de inviabilidad, aún antes de la desaparición de la URSS.

Aunque las nuevas medidas han ayudado apreciablemente a paliar las carencias, también han creado problemas casi desconocidos anteriormente en el periodo revolucionario: grandes desigualdades en el nivel de vida de distintos estratos, corrupción extendida y, por lo tanto, cambios de signo negativo en la escala de valores y agudas tensiones sociales. Los reiterados frenos al incipiente sector privado generan incertidumbre y malestar y, junto a la monotonía del discurso oficial, abren interrogantes sobre la real voluntad de continuar las reformas y procurar el diseño de un nuevo modelo económico y político que sustituya al fracasado socialismo estatizante.

La crisis de éste ha dejado también un vacío espiritual que se aprecia en el inusitado auge de las prácticas religiosas. Un claro ejemplo es la procesión católica del pasado 25 de diciembre, a la que asistieron 25 mil feligreses habaneros, la más concurrida de los últimos años. El desafío mayor para Cuba consiste en buscar una alternativa capaz de conjugar la eficiencia y el crecimiento autosostenido con la equidad que una mayoría desearía preservar.

Muchos cubanos son conscientes, o intuyen, que el fin del régimen revolucionario liquidaría a corto y mediano plazos esa posibilidad al yugular la soberanía nacional y las redes de protección social. Comprenden también que ello conduciría a un desgarramiento social de imprevisibles consecuencias. En torno a ese punto existe un importante y amplio consenso, aunque no sea tan masivo ni fervoroso como hace unos años, ni mucho menos comparable al enardecido río de pueblo que recibiera a los guerrilleros en 1959. Consenso paradójicamente reforzado por la docilidad de la burocracia, reacia a perder sus pequeñas prebendas y por el acomodamiento de quienes han encontrado la forma de medrar entre los resquicios de las reformas.

La diferencia es que los dos últimos grupos podrían cambiar de humor no más que se nublara el horizonte. Encontrar una nueva alternativa estratégica hace imprescindible abrir el debate a distintas propuestas y rescatar la participación y el escrutinio populares a que estaban sometidos el Partido Comunista y el gobierno en otros tiempos.

La enorme y plural movilización de la ciudadanía en reclamo del regreso de Elián González ųel niño náufrago que contra toda ley y moral, contra la voluntad de su padre y sus abuelos paternos y maternos permanece retenido en Estados Unidosų demuestra que el partido único puede todavía articular disímiles corrientes filosóficas, políticas y religiosas en pos de un mismo objetivo. A la demanda se han sumado todas las iglesias y denominaciones religiosas e incluso el sector más moderado de la oposición interna, lo que, además, ha subrayado palmariamente el aislamiento de los extremistas de Miami respecto a los sentimientos del pueblo cubano.

En la digna batalla por el regreso de Elián encuentro una metáfora de lo que aún es tiempo de hacer en Cuba para preservar y renovar la utopía, para impedir que sucumba víctima de sus propios conflictos. Tarea difícil, sí, pero posible si se canalizaran en pos de ella las insólitas energías creativas desatadas por la revolución en su gigantesca obra social.

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