Carlos Bonfil
El cubo
Presentada con mucho éxito en el segundo Festival Internacional de Cine Ciencia Ficción y Fantasía (Mecyf 98), El cubo (Cube, Canadá, 1997), primer largometraje de Vincenzo Natali, tiene al fin programado un estreno comercial inminente. Por el momento se exhibe en la Cineteca Nacional, donde su popularidad ha sido, de nueva cuenta, inmediata, sobre todo entre el público joven.
ƑQué fórmula propone? ƑEfectos especiales, simulaciones computarizadas, atmósferas góticas tipo Ciudad en tinieblas, galanes de moda, terminators, prodigios virtuales? Nada por el estilo. No hay en el reparto un nombre realmente conocido, su presupuesto es bajísimo y prácticamente se maneja un solo decorado, eso sí, fantasiosamente multiplicado con algunas variaciones cromáticas. Se trata de un cubo misterioso y gigantesco, con numerosos compartimentos a su vez cúbicos, en el cual han sido encerrados, sin explicación alguna, seis personajes angustiados que buscan una salida a lo largo de toda la cinta. Perplejos, como los personajes en el metro bonaerense en Moebius; aterrados, como los jóvenes videoastas en El proyecto de la bruja de Blair; condenados a la desesperación, a la tortura y la agresión mutua, como los personajes de una obra de teatro sartreana, A puerta cerrada (Huis-clos), bajo aquella misma sentencia implacable: "El infierno son los otros".
El realizador presenta incluso a uno de los personajes con una irremediable melancolía existencial. Es un "nihilista" a quien se le reprocha su pesimismo y su gusto por la fatalidad, pero que finalmente se vuelve héroe central de la historia. Hay, por supuesto, otros personajes desdibujados, cuya existencia fuera del cubo, fuera de la gran alegoría metafísica, apenas llega a importar, y uno muy fantasioso, el de un jovencito con aparente discapacidad mental, dueño, a final de cuentas, de una inteligencia privilegiada.
Los guionistas André Bijelic y Graeme Manson no manejan mucho la sutileza en los diálogos ni en la construcción de los personajes. Un ejemplo más, apenas creíble, es el de la súbita transformación de una joven aterrorizada en increíble genio matemático, con sus lentes y su aire docto, y la suerte de cinco personas dependiendo de sus cálculos de probabilidades "cartesianas". Otro personaje, un policía negro, se vuelve una caricatura como energúmeno "nazi", incapaz de soportar los reproches por su carácter irascible. Algunas situaciones y diálogos resultan pesados y efectistas en su calculada incorrección política ųel villano es un negro, la mujer más escarnecida una profesionista solterona, el nihilista desafiante que en el fondo es un personaje positivoų, pero pese a esas pinceladas gruesas, la película conserva su capacidad de perturbar al espectador con los temores de sus protagonistas, con el laborioso suspenso que construye en espacios que son campos minados con detectores de movimientos o sonidos, y con su lento mecanismo de exterminio, casi de relojería, que ilustra la dinámica interna de ese cubo de Rubik en el que, por razones jamás dilucidadas, se encuentran encerrados los personajes.
Todas las conjeturas son permitidas. Para un personaje el cubo representa una creación sin sentido, para otro, un accidente técnico; aparece también como un símbolo del poder ųmonolítico, impenetrable, absurdoų, y para una protagonista como una imagen de la vieja dictadura chilena. Un acierto de la cinta es no insistir demasiado en esta retórica interpretativa y abandonarse al juego de suspenso donde un perseguidor invisible, una inteligencia superior (se habla también de "extraterrestres"), algún millonario ocioso, o un nuevo mago de Oz, se complace en torturar, como conejillos de indias, a los seis personajes que buscan afanosamente la salida del laberinto.
La estupenda secuencia inicial permite esperar mucho más de la cinta, algo entre las excentricidades de Pi, el orden del caos y algún delirio kafkiano de los hermanos Coen. Pero El cubo no alcanza la dimensión de una gran cinta de ciencia ficción, y posiblemente ello de deba en gran medida a las limitaciones de su propuesta narrativa, a sus veleidades anecdóticas, a su incapacidad de llevar sus sugerencias metafísicas un poco más allá del atractivo predecible de un episodio de La dimensión desconocida. El resultado no deja con todo de tener eficacia y encanto, y la cinta es muy disfrutable. Después de esta opera prima premiada en el festival español de cine fantástico y de ciencia ficción (Sitges 98), cabe esperar de Vincenzo Natali una obra más sólida aún, todavía más inquietante.