Angeles González Gamio
Arqueología urbana
Esta definición se refiere a un hecho fascinante: la investigación del desarrollo de un área específica, a través de siete siglos de ocupación constante. Estamos hablando, ni más ni menos, que del espacio que ocupó la plaza principal de la ciudad mexica de Tenochtitlan ųque corresponde a siete de las actuales manzanasų en el corazón del Centro Histórico de la ciudad de México. De los 700 años objeto del estudio, 200 abarcan la presencia prehispánica mexica (1325-1521), alrededor de 300 años el Virreinato, el resto a los siglos XIX y XX y... lo que se acumule del XXI.
El coordinador de esta magna labor que se ha venido llevando a cabo a partir de 1991 es, desde luego, el connotado arqueólogo Eduardo Matos, a quien sin exagerar podemos llamar padre del Templo Mayor, asistido por un equipo de gran experiencia en el que destacan Francisco Hinojosa, María Antonieta Viart, José Alvaro Barrera, Diego Badillo, Agustín Ortega, Juan Cervantes, el fotógrafo Saturnino Vallejo y varios otros igualmente valiosos. Los sitios donde han explorado han sido: la Catedral, la capilla de las Animas, el Sagrario Metropolitano, el Palacio Nacional y un predio en Justo Sierra 33.
En las cuatro primeras obras se ha trabajado paralelamente con los equipos que están realizando las obras para salvar del desplome tanto la Catedral y el Sagrario como el ala norte de Palacio Nacional. Esta situación hace la labor arqueológica particularmente dificultosa, ya que se trabaja dentro de las lumbreras ųpozos profundosų y sujeto a la presión de los técnicos, cuya preocupación es nivelar los edificios.
En un interesante artículo, el arqueólogo José Alvaro Barrera, responsable de los trabajos de Catedral, explica los problemas del inmueble y las impresionantes obras ųde creación totalmente mexicanaų que se están realizando para lograr su salvamento, ya que no hay otros casos semejantes en el mundo, pues estamos hablando de enormes construcciones, levantadas sobre restos de templos y edificios prehispánicos, que fueron grandiosas y, de pilón, todo ello en los lechos de un lago.
Ello ha provocado hundimientos desiguales, que ahora se están tratando de nivelar, sacando miles de toneladas de lodo de debajo de los templos mexicas, a fin de que las parte de Catedral que sostienen se hundan al mismo ritmo que las que descansan en el antiguo lecho acuático. Para lograrlo se han excavado lumbreras, que en algunos casos alcanzan 35 metros de profundidad, lo que ha permitido encontrar vestigios muy antiguos. Se han registrado más de 30 muros; unas 20 ofrendas; gran cantidad de pisos de estuco, de piedra laja, sillares y apisonados; pilotes de madera que sorprenden por su resistencia; pintura mural; esculturas de piedra; fragmentos de columnas; objetos de madera, cuero, hueso, cerámica; escalinatas, y huesos humanos y de animales.
Este tipo de hallazgos se ha dado prácticamente en todas las excavaciones del proyecto. Una parte de ellos, sin duda los objetos más bellos e interesantes, se exhiben ahora en el renovado Museo del Templo Mayor. Un aspecto que admira en la visita es ver piezas perfectas, que parecen hechas ayer. Al conocer el estado en que se encontraron, se genera una profunda admiración por los restauradores del INAH, que, en la mayoría de los casos, reciben verdaderos rompecabezas y con enorme paciencia, cuidado e infinito amor van reconstruyendo pedacito a pedacito, para volver a la vida auténtica maravillas.
Un buen ejemplo es el disco formado por diminutas piececillas de jade en distintos tonos, que van del aguamarina al verde esmeralda, representando dioses profusa y elegantemente ataviados en dinámico movimiento. Destacan asimismo unos caparazones de tortugas, de cerámica, bellamente pintados con una cabecita de una deidad en el borde y un hermoso botellón policromado. De otra índole, impresiona un bastón de mando de obsidiana y la estructura de madera cuadrangular, perfectamente ensamblada, a manera de una gran caja, cuyo uso aún se desconoce.
Hay mucho, mucho más que decir de este tema, pero por lo pronto hay que deleitarse con una visita que puede rematar en la tequilería de la Casa de las Sirenas, que se encuentra justo enfrente, para asimilar la primera emoción con un néctar de agave, de las decenas de marcas que ofrecen, y después subir a la terraza para comer sabrosamente, admirando las soberbias cúpulas de la Catedral Metropolitana.