José Agustín Ortiz Pinchetti
La globalización en Oaxaca
Oaxaca, Oax. Esta ciudad se parece notablemente a sí misma. A la que yo conocí hace 40 años. Perdura su macizo perfil de edificios coloniales construidos en piedra verde para resistir terremotos como el del pasado mes de junio. Idéntica parece la atmósfera: fiestas, climas, devociones, comida. Ese contraste de una ciudad hispana y un mundo mestizo indígena que la rodea. La describe José Vasconcelos a principios de siglo.
La ciudad se extiende y se come los llanos del valle. Una autovía conecta con la capital. Se restauró el Convento de Santo Domingo. Pero en lo esencial una forma de ser permanece. La historia de cuenta larga se mueve muy lentamente.
En todas partes va imponiéndose un orden global que desafía los particularísimos conservadores. Se supone que algún día se distribuirán beneficios de una cultura planetaria para todos. 20 años después de acuñado el término "globalización", el fenómeno enmascara la explotación financiera de los países más ricos sobre los pobres. En Oaxaca, los efectos del modelo neoliberal, abanderado de la globalización, han sido francamente pobres. La desigualdad ha crecido en las distintas regiones y los estratos sociales. Hay que acreditar mejoras en los servicios de salud y en la educación elemental, y también una red de caminos que está cumpliendo el sueño de Juárez de romper el aislamiento de los pueblos. Hay una lenta pero clara modernización política. El resultado neto es que no han aumentado sino disminuido las oportunidades. El alud de inversiones y la multiplicación de la riqueza material no se ha producido. Muchos pueblos están quedando semidesiertos, porque los más emprendedores emigran por cientos de miles a Estados Unidos y a las metrópolis mexicanas. Las tradiciones son tan poderosas que muchísimos regresan por avión para celebrar cada año el Día de los Muertos en su pueblo.
Se trata de una cultura cuyos núcleos quedaron fijos a finales del siglo XVI como respuesta al desafío brutal de la Conquista y el despoblamiento. Hay una gran originalidad en estas culturas locales. Su corazón, el templo, el trabajo, el calendario de fiestas, parecen gozar de buena salud. Igual que su capacidad artística. ƑCómo sobrevivirán y se adaptarán a la presión constante del fenómeno globalizador?
Mientras disfruto el benigno invierno oaxaqueño, leo magníficos textos estadunidenses y europeos sobre estos temas. En algunos percibo una soberbia peligrosa. Parten del supuesto que los valores de la cultura occidental son los universitarios, y que la globalización terminará por imponerlos en el siglo XXI. Sus autores harían bien en pasarse una temporada larga en Oaxaca. Se darían cuenta que aquí, y en muchos otros lugares, no será tan fácil el establecimiento del nuevo orden. Nosotros sabemos que los proyectos de modernización han fracasado por ser imitaciones extralógicas de los modelos foráneos.
Conversé con varios oaxaqueños bien informados. Todos se quejan de que las políticas públicas que se imponen en el estado y sus regiones han sido diseñadas por "expertos" de la ciudad de México que sólo conocen el medio multicultural a través de los libretos. Cuando pregunto sobre la globalización noto que por ahora es una cuestión muy abstracta. Ningún proceso de recepción cultural a gran escala podría imponerse sin resistencias. Hay una gran capacidad sincrética en los pueblos de Oaxaca, pero una nueva culturización por decreto podría desatar tensiones y violencias, incluso una respuesta fundamentalista.
Pienso que necesitamos, como se reclama en todas partes, un nuevo proyecto nacional. Pero no como una propuesta mesiánica. Deberá ser un modelo discutido con participación democrática y básicamente incluyente. Resulta ridículo que pensemos en una globalización sin haber integrado antes nuestra propia pluralidad. Que es, por cierto, nuestro mayor activo.