LA ERA YELTSIN
Juan Pablo Duch, Corresponsal en
Moscú
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CONCESIONES Y TERAPIA DE
CHOQUE
Para consolidar su
liderazgo, en lo que se podría
clasificar como su primera
etapa como presidente (1991-1993), Yeltsin tuvo
que hacer tres
concesiones muy significativas.
En primer
lugar, aceptar la disolución de la URSS
y concentrar sus
esfuerzos en un sólo país, Rusia. Yeltsin
no quiso ser
líder de la Unión Soviética, aunque
quizás
lo hubiese logrado sin mayor dificultad, si
inmediatamente después
del fallido putsch de agosto de
1991 se hubiera convocado un Congreso
de Diputados
Populares. Quería resultados prontos y un
liderazgo
indiscutido, mientras los dirigentes de las
repúblicas soviéticas
tenían sus propios
proyectos.
En segundo lugar, mantener el
aparato burocrático
ruso para poder gobernar. Ya sin carnet
del partido, la mayoría
de los dirigentes de nivel intermedio
para arriba conservaron sus puestos
en las nuevas
instituciones. Tampoco afectó al cuerpo de diputados,
creyendo
que los legisladores lo seguirían sin cuestionamiento
alguno.
La nomenklatura, poco a poco, pasó de ser una
clase dirigente
"administrativa" a "propietaria".
Por último, aplicar una política de reformas
de
tipo occidental, drásticas y con un alto costo social. El
apoyo
financiero foráneo era vital para paliar la
situación y Yeltsin
aceptó las reglas del juego del
Fondo Monetario Internacional y
otros organismos crediticios
internacionales.
El 2 de enero de 1992,
aún no repuestos de la celebración
de año nuevo,
los rusos despertaron con la noticia de la liberación
de
precios como punto medular de un programa de estabilización
macroeconómica.
Desregular, privatizar, aplicar una
política industrial, desmonopolizar,
reconvertir la industria
militar eran otros de los objetivos proclamados.
La terapia de choque no funcionó, entre otras
razones,
porque la ansiada estabilización
macroeconómica relegó
a segundo plano las reformas de
tipo estructural. Además, para el
ciudadano común, todo
ello se tradujo en un impacto negativo en
su nivel de
vida.
LA CONFRONTACION CON EL
LEGISLATIVO
En
el plano político, conforme se pretendía
avanzar en las
reformas económicas, fue agravándose el problema
del
poder en sus dos vertientes principales: el enfrentamiento entre
el
Ejecutivo y el Legislativo en torno a distintos proyectos de
país
y la confrontación entre el centro y las regiones,
que empezó
a poner en riesgo la integridad territorial de la
Federación.
Ello fue consecuencia de
un peligroso vacío jurídico,
dado que el país
seguía viviendo bajo una Constitución
y muchas leyes
"soviéticas", es decir, anteriores al colapso de
la URSS, cuya
divergente y amañada interpretación por el
Ejecutivo y
el Legislativo rompió el equilibrio entre los poderes.
Era
indispensable una nueva distribución de facultades para
aminorar
la confrontación entre élites, que iban
perdiendo respaldo
social.
En marzo de 1993,
Yeltsin estuvo a un paso de resolver
el problema del poder por medio
de un golpe anticonstitucional. En abril,
fortaleció su
legitimidad mediante un referéndum, pues el
59 por ciento de
los ciudadanos que acudieron a las urnas ratificaron su
confianza en
el presidente y apoyaron la idea de celebrar comicios
legislativos
anticipados. A partir de entonces, incurrió en la
riesgosa táctica
de buscar el apoyo de los poderes regionales
como base de legitimación.
En mayo Yeltsin desvió su
estrategia hacia el problema constitucional:
se apoyó en las
regiones e hizo a un lado al Parlamento para organizar
una
Conferencia que debía aprobar su proyecto de
Constitución
y, posteriormente, sugerir una forma para
adoptarla.
No prosperó este
último plan. Diferencias
sobre la distribución de
poderes y sobrelas
atribuciones de los diferentes
sujetos regionales (repúblicas autónomas,
regiones,
etc.) impidieron que se sancionara el proyecto presidencial.
El largo
impasse empezó a jugar en contra del presidente
y a
favor del Parlamento que, poco a poco, reactivó su
táctica
de sabotear las iniciativas
presidenciales.
La cuestión del poder,
esencial en los primeros
tres años de Yeltsin al frente del
país, hizo crisis cuando
el presidente anunció, el 21
de septiembre, la disolución
del Parlamento y la
suspensión parcial de la Constitución.
El Parlamento
calificó de inconstitucional la medida de Yeltsin,
que se
disponía a gobernar por decreto, e intentó
destituirlo.
A comienzos de octubre se produjo un trágico
desenlace, cuando unidades
de élite fieles a Yeltsin tomaron
por asalto la sede del Parlamento,
tras haberla bombardeado desde
tanques. Yeltsin resolvió su enfrentamiento
con el Parlamento
por la fuerza.
Yeltsin se olvidó de
celebrar elecciones presidenciales
anticipadas, pero quiso renovar el
Parlamento, vaticinando una victoria
de los grupos
reformistas. Convocó comicios para el 12 de diciembre.
Estos,
sin embargo, arrojaron resultados sorprendentes: el Partido
Liberal
Democrático de Vladimir Zhirinovski, de
orientación ultranacionalista,
ganó con un 22.92 por
ciento de los votos, seguido de la coalición
oficialista
Opción para Rusia con el 15.51 por ciento. El
Partido
Comunista de Rusia, surgido de las ruinas del PCUS,
emergió en escena
con el 12.40 por ciento, que sumado al 7.99
por ciento de su principal
aliado, el Partido Agrario, lo
ubicó como segunda fuerza parlamentaria.
Se obtuvo una Duma, Cámara baja, dividida en
cinco
grandes grupos --reformista, centrista, conservador,
ultranacionalista
e independiente-- que la hicieron poco
operativa.
A cambio, el referéndum
constitucional fue aprobado
con 54. 8 % de los votos. Yeltsin
consiguió así una Constitución
hecha por y para
él, que establece una clara desproporción
de facultades
a favor del Ejecutivo.
LA
PRIMERA GUERRA DE
CHECHENIA
En la
primera etapa de la gestión presidencial
de Yeltsin
adquirió especial agudeza el ascendente problema
del
regionalismo.
Territorios y regiones de
Rusia, en su afán de
controlar de forma independiente sus
riquezas naturales, empezaron a distanciarse
del centro, argumentando
que sufrían discriminación económica,
y dos
repúblicas autónomas, Tatarstán y
Chechenia,
bajo la bandera nacionalista, llegaron a plantear su deseo
de convertirse
en países independientes.
En 1994 la vocación independentista
de Chechenia
desembocó en una guerra, que tras 21 meses,
concluyó
sin vencedores ni vencidos: sólo fue un
inútil derramamiento
de sangre por ambos bandos. Según
estimaciones diversas, esa guerra
segó la vida de decenas de
miles de soldados rusos y rebeldes chechenos.
Lo más significativo es que, a diferencia de la
actual
campaña bélica en Chechenia, la primera guerra no
tuvo
apoyo en la sociedad y llegó a ser considerada una
irresponsable
aventura de un grupo de generales corruptos,
encabezados por el entonces
ministro de Defensa, Pável
Grachov.
El torpe manejo de una
operación para liberar a
cientos de rehenes tomados por un
grupo rebelde al mando de Shamil Basaiev,
en enero de 1996, en el
poblado de Pervomaisk, ocasionó un muy elevado
número
de víctimas y significó un duro golpe para
el prestigio
del Kremlin.
Desmoralizado el
ejército, se buscó un arreglo
político y las
negociaciones se concretaron en los acuerdos de paz
de Jasaviurt,
suscritos en agosto de 1996 y que refrendaron en el papel
la
humillación sufrida por Rusia.
LAS ELECCIONES LEGISLATIVAS DE 1995: EL PRIMER VOTO
DE
CASTIGO
Para el ciudadano
común, agobiado por el peso de
las reformas, la
transición a la economía de mercado se
estaba
convirtiendo en sinónimo de
desindustrialización, pérdida
de capacidad
tecnológica,endeudamiento
externo, fuga de
cerebros y drástico deterioro de los servicios
básicos
sociales.
El creciente descontento no
podía dejar de expresarse
en un voto de castigo y éste
se produjo en las elecciones legislativas
del 12 de diciembre de
1995. El Partido Comunista de Rusia rebasó
todas las
expectativas y ganó los comicios con el 22.92 por ciento
de
los votos, mientras el partido de Zhirinovski bajó al
segundo
lugar con el 11.18 por ciento, seguido muy de cerca por
Nuestra Casa es
Rusia, nueva coalición oficialista asociada al
entonces jefe de
gobierno, Viktor Chernomyrdin, con el 10. 13 por
ciento.
Su fracaso en las elecciones a la
Duma, fue un foco de
alerta para los reformistas ante la perspectiva
de un posible retorno al
poder de los comunistas. Su
preocupación fue en aumento cuando,
a fines de enero de 1996,
se hizo evidente la verdadera dimensión
del problema del
impago entre las empresas, que ponía en entredicho
las
drásticas medidas que se habían aplicado para
contener
la inflación y estabilizar el rublo. A lo largo del
país
se declararon en huelga los mineros y los maestros. En un
momento se creyó
cerca una huelga
general.
LA REELECCION: LO QUE
PUEDE EL DINERO
A unos meses
de las elecciones presidenciales del verano
de 1996, la popularidad
de Yeltsin --como era de esperarse-- llegó
a estar por los
suelos, en su nivel más bajo. Decidió, no
obstante,
buscar la reelección y emprendió una campaña
que
tuvo dos rasgos distintivos.
Un discurso de
claro corte anticomunista que alcanzó
su propósito de
provocar una histeria colectiva ante la posibilidad
de que se
restauraran la falta de libertades y aberraciones del viejo
sistema.
Y el derroche de recursos, hasta niveles insultantes. El
equipo del presidente
no tuvo problema alguno para financiar la
campaña, rebasando con
creces el monto máximo de
recursos que la legislación permite
aplicar en propaganda
electoral.
En los comicios del 16 de junio,
de los diez candidatos
inscritos en las boletas, Yeltsin con el 35.28
por ciento y Guennadi Ziuganov,
el líder del Partido
Comunista, con el 32.04 por ciento lograron
pasar a la segunda
vuelta, fijada para el 3 de julio.
Yeltsin
tomó, en el curso de esas dos semanas,
una decisión que
influyó en su triunfo en la segunda ronda:
destituyó al
impopular ministro de Defensa, Pável Grachov,
y designó
al controvertido Aleksandr Lebed secretario del Consejo
de Seguridad
de Rusia, que había quedado en tercer lugar en la
primera
vuelta. De ese modo, al incorporarlo a su equipo, atrajo los
votos que
habían sido favorables a Lebed.
El entendimiento con Lebed no duraría mucho. Se
dio
por terminado cuando Yeltsin cumplió su propósito:
logró
su reelección para un segundo período de
cuatro años,
al imponerse con una ventaja de 13 por ciento
sobre Ziuganov.
EL PRECIO POR EL
PODER: EL SURGIMIENTO DE LA OLIGARQUIA
En la victoria de Yeltsin, levantado literalmente de la
lona
conforme avanzaba la campaña electoral, fue decisiva la
alianza
coyuntural de los distintos grupos empresariales beneficiados
por la corrupción.
Gracias a la privatización de
consorcios y empresas de primer nivel
y muy rentables, mediante
licitaciones poco transparentes, de la nada,
como por arte de magia,
surgieron multimillonarios que no dudaron en poner
su dinero al
servicio de la reelección de Yeltsin. Después
le
pasarían la factura.
Yeltsin dio
origen a la llamada oligarquía. En
la medida en que iba
perdiendo apoyo en la sociedad, fortalecía
a distintos grupos
de interés.
La Unión
Soviética, prácticamente
desde mediados de los
años sesenta, no producía nada para
la
exportación, salvo algunos tipos de armamento,
petróleo,
gas y otras materias primas. Ello nutría con
recursos frescos los
logros de la Unión Soviética: la
educación, la ciencia,
los vuelos al cosmos, el poderoso
ejército, por mencionar los
más
conocidos.
Como fruto de la
privatización, dichos ingresos
fueron a dar a manos de unos
cuantos grupos con distinto grado de cercanía
con el
Kremlin. Los beneficios de esa redistribución de la
riqueza,
descontando a los magnates como Boris Berezovsky,
Román Abramovich
y compañía, alcanzan a menos
del 2 por ciento de la población
(porcentaje que tiene
ingresos superiores a 2 mil dólares
mensuales).
EL DETERIORO DE LA
SALUD DE YELTSIN, FACTOR DETERMINANTE
Mucho de lo que ha pasado en Rusia, de 1995 a la fecha,
no se
entendería sin un factor que ha sido determinante: Yeltsin
es
un hombre enfermo.
Yeltsin arrastra graves
problemas de salud desde hace
más de diez años. Su
abultado historial médico incluye
cuatro infartos, incontables
crisis cardiacas, un conato de embolia con
parálisis parcial
en la parte izquierda del cuerpo, dos operaciones
de columna
vertebral y una para arreglarle el tabique nasal.
En noviembre de 1996 fue sometido a una delicada
intervención
quirúrgica para implantarle cinco puentes
coronarios.
A partir de la compleja
operación de corazón
abierto, se debilitó el
sistema inmunológico de Yeltsin y
empezaron a dejar huella en
su comportamiento crecientes padecimientos
de fatiga,
depresión y lapsus mentales, que de acuerdo con
reconocidos
médicos revelan los primeros síntomas de la
enfermedad de
Alzheimer.
No es
extraño que, en esas condiciones, el primer
círculo de
Yeltsin, un reducido grupo de magnates y colaboradores
cercanos,
incluida en primerísimo lugar su hija menor, Tatiana,
a quien
se atribuyen intereses económicos propios muy fuertes
y
negocios poco claros, ejerza una influencia creciente en la toma de
decisiones.
Así es como surgió la llamada
Familia.
PENSANDO
EN EL MAÑANA: LA IMPUNIDAD
COMO
META
El quehacer
político en Rusia, en los últimos
años, obedece
a extrañas reglas que, a primera vista,
resultan
incomprensibles. La facilidad con que Yeltsin cambiaba de
favoritos
obedece a que la única lógica que
admite es la del poder.
Sus decisiones muchas veces estuvieron
supeditadas a una obsesión:
asegurar la impunidad del primer
círculo y de los oligarcas.
Lo
anterior se hizo particularmente evidente durante 1998
y todo
1999.
En marzo de 1998, sin ninguna necesidad
más que
sacar de la jugada a un primer ministro, Viktor
Chernom-yrdin, que le estaba
haciendo sombra, Yeltsin lo
destituyó, tras seis años y medio
como jefe de
Gobierno, e impuso en su lugar a Serguei Kiriyenko, en una
tercera
votación que colocó a la Duma al borde de la
disolución.
El experimento de
Kiriyenko duró poco y, tras el
colapso del sistema financiero
el 17 de agosto, cuando Rusia se declaró
en incapacidad de
pagar parte de sus vencimientos en materia de deuda
externa,
también fue cesado.
Yeltsin,
presionado por la Familia, intentó
volver a colocar al
frente del Gobierno a Chernomyrdin, quien sufrió
la
humillación de ser rechazado por la Duma en dos ocasiones y
retiró
su candidatura.
PRIMAKOV, FIGURA DE
CONSENSO
El pragmatismo y la
habilidad negociadora de Evgueni Primakov
fueron esenciales para
evitar una ruptura definitiva entre el Ejecutivo
y el Legislativo, en
septiembre de 1998, que pudo haber provocado un
conflicto
mayor. Primakov, como candidato de consenso surgido de
última hora
cuando parecía que la disolución de
la Cámara baja
del Parlamento era más que probable,
satisfizo al presidente y a
la Duma, más aún que
proclamó como prioridad la conciliación
en la sociedad
e invitó a su gabinete a representantes del Partido
Comunista
y de otras fracciones de la Duma.
No
formó propiamente un gobierno de coalición,
pero la
inclusión en su gabinete de representantes de la
oposición
le permitió a Primakov tener amplio apoyo
parlamentario, el mayor
que haya podido conseguir hasta entonces un
gobierno ruso.
Primakov centró su
atención en lo político
--con miras a consolidar el
acuerdo del gobierno con la oposición
y de extenderlo a un
entendimiento metaconstitucional entre ésta
y la presidencia--
y relegó a segundo plano lo económico,
argumentando que
no podía ofrecer milagros dado el caos que
había
heredado del anterior gobierno, pero también hizo
promesas --como
saldar la deuda de salarios caídos, por citar
sólo una--
que no pudo cumplir.
El
consenso que daba sustento al jefe de gobierno comenzó
a
resquebrajarse cuando la dinámica misma de los
acontecimientos
--el deterioro de la salud del presidente Yeltsin, la
resistencia de los
llamados oligarcas, el reconocimiento
internacional como único interlocutor
válido para
hablar en nombre de Rusia, el aumento de su popularidad
en las
encuestas de intención de voto, entre otros factores--
cambió
de raíz el papel que se había asignado a
Primakov en la política
rusa: de figura de transición
para asegurar un arribo pacífico
y ordenado mediante las urnas
a la era posterior a Yeltsin se convirtió
--o lo
convirtieron-- en serio candidato a la sucesión,
atribuyéndosele
aspiraciones presidenciales
propias.
Empezó a recibir los golpes
de enemigos poderosos,
desde un extremo Boris Berezovsky y los
demás oligarcas con influencia
decisiva en los medios, que
vieron en Primakov una amenaza a su situación
de privilegio en
caso de que llegara a la presidencia y, desde el otro,
los aspirantes
a suceder a Yeltsin, sobre todo el alcalde de Moscú,
Yuri
Luzhkov, con su propio imperio económico y
mediático.
Consciente de que sus pasos
lo hacían internarse
en el campo minado de los compromisos e
intereses del entorno presidencial,
Primakov trató de
protegerse. Propuso establecer un pacto estabilizador,
con
planteamientos al margen de la Constitución, que se
frustró.
Tras un literal acoso del
primer círculo de Yeltsin,
Primakov, 243 días y unas
horas después de haber asumido
las riendas del gobierno ruso
en la cresta de una de las peores crisis
económicas de los
últimos años en Rusia, fue sacrificado
en la hoguera de
la lucha por el poder, el 12 de mayo de
1999.
EL INTENTO DE DESTITUCION
DEL PRESIDENTE, DERROTA DE
LA DUMA
Apenas tres días después, fracasó
de
forma definitiva, sin siquiera superar su primera fase en la Duma,
el
procedimiento de destitución constitucional de Yeltsin, de
antemano
imposible de llevar a cabo y erróneamente convertido
en parte medular
de la estrategia electoral de la
oposición.
Ninguno de los cinco cargos
formulados contra Yeltsin
por una Comisión Especial, que
sesionó durante varios meses,
alcanzó los 300 votos
indispensables para hacer efectivo el impeachment
y poder
pasar a la segunda instancia, el análisis de la legalidad
del
procedimiento por parte de la Corte Suprema.
La acusación que, como era previsible,
podría
reunir el mayor número de votos, el de la
responsabilidad de Yeltsin
en la guerra de Chechenia, obtuvo apenas
283 votos; el de la disolución
violenta del Soviet Supremo en
octubre de 1993, 263; el de la destrucción
de las Fuerzas
Armadas, 241; el de la desintegración de la URSS,
239; y el
del genocidio contra el pueblo ruso, 238.
Con
estos resultados favorables al Presidente, que por
ironías del
destino se produjeron en el día de su onomástico
(San
Boris y San Gleb, de acuerdo con el santoral de la Iglesia
Ortodoxa
Rusa), la oposición quedó en una
situación bochornosa.
LA
IMPOSICION DE STEPASHIN: TRES MESES PERDIDOS
PARA EL
KREMLIN
Poco después,
el 19 de mayo de 1999, lo confirmaría
con la
ratificación de Serguei Stepashin como primer ministro,
un
incondicional del presidente que acababa de ser promovido a la
segunda
posición en el Gobierno, tras años de ocupar la
cartera del
Interior.
Al tener que elegir
entre los principios y la conveniencia,
la oposición
parlamentaria brindó 75 votos más de
los necesarios
para que la Duma, Cámara baja, ratificara a Stepashin
como
jefe de gobierno, ya en la primera instancia de
votación.
Stepashin, sin embargo,
permaneció tan sólo
82 días en el cargo. Durante
su breve gestión, no cometió
ningún error
grave. Fue él quien logró finalmente
los indispensables
acuerdos con el Fondo Monetario Internacional y el Club
de
París; su nivel de popularidad estaba subiendo, semana a
semana;
empezaba a ser reconocido como interlocutor válido por
Occidente,
después de sus viajes a Estados Unidos y
Sarajevo.
Lo único que Stepashin no
quiso hacer --y que probablemente
determinó su despido-- fue
asumir que, si el panorama en las urnas
llegaba a ser
irremediablemente adverso al Kremlin, tendría que
decretar el
estado de excepción, bajo cualquier pretexto.
Stepashin, a pesar de su lealtad al presidente, se
distanció
de los influyentes cortesanos de Yeltsin que no
descartaban una solución
extrema como última carta, si
seagotaban
otras posibilidades para preservar la holgada
existencia que les ha dado
su cercanía con el
poder.
Por supuesto, la carrera
política de Stepashin
no terminó a sus 46 años
de edad y siguió jugando
un papel relevante en la
política rusa.
EN BUSCA
DEL SUCESOR: EL TIEMPO SE ACABA
Hasta la destitución de Evgueni Primakov, a
mediados
de mayo pasado, existía una lista relativamente
reducida de potenciales
candidatos a la presidencia --el propio
Primakov, Yuri Luzhkov, el alcalde
de Moscú, Guennadi
Ziuganov, el líder del Partido Comunista--
y/o eternos
aspirantes, como Vladímir Zhirinovski, el
líder
ultranacionalista, Grigori Yavlinski, el máximo
dirigente de la
coalición liberal Yábloko, y
Aleksandr Lébed,
el gobernador de
Krasnoyarsk.
La dinámica propia de su
conversión en presidenciables
hizo que Primakov y
Luzhkov, quienes se fortalecían como candidatos
naturales de
la clase política gobernante frente a las opciones
de
oposición, dejaran de satisfacer --por distintas razones--
al
entorno de Yeltsin, que empezó a ver en ellos más
riesgos
para un futuro tranquilo que beneficios.
Vueltas que da la vida, la alianza de Primakov y
Luzhkov,
desde el momento mismo en que se planteó como
posible, significó
para el Kremlin un serio peligro. El
pequeño grupo de familiares
directos y oligarcas, que influyen
de manera decisiva en el Presidente,
promovió desesperadamente
una figura más resuelta a defender
sus intereses
corporativos.
LA IMPOSICION DE
PUTIN: EL SUCESOR DESIGNADO
Por cuarta ocasión en menos de año y
medio,
Yeltsin provocó, el 9 de agosto pasado, una nueva
crisis política
al remover a Stepashin y nombrar, en su lugar,
a Vladímir Putin,
quien se desempeñaba como secretario
del Consejo de Seguridad y
director del Servicio Federal de Seguridad
que remplazó al KGB soviético.
Putin llegó al cargo con fama de incondicional
de
Yeltsin pero, a diferencia de Stepashin, parecía dispuesto
a
todo. Quizás por ello, el mandatario ruso nombró a
Putin
como su sucesor a la presidencia, cabe señalar que por
primera vez
de modo oficial.
La arriesgada
apuesta del Kremlin no resultó fallida
y, apenas poco menos de
cinco meses después de su designación,
Putin
pasó de ser un virtual desconocido al político
ruso
más popular, muy por encima de cualquier otro aspirante a
la presidencia
en las encuestas de intención de
voto.
El pasado 14 de noviembre La
Jornada publicó:
"El grado de popularidad de Putin es tan
alto --32 por ciento frente al
16 por ciento del líder
comunista Guennadi Ziuganov y 14 por ciento
del ex premier Evgueni
Primakov, según la más reciente encuesta--,
que
sólo faltaría adelantar las elecciones presidenciales
a
fin de asegurar la meta que se buscó al lanzar la actual
campaña
militar en Chechenia: apuntalar a quien puede ofrecer
la tranquilidad de
Yeltsin y su entorno, cuando aquel deje el
Kremlin".
Presidente en funciones ya, a
partir del 31 de diciembre
pasado, Putin da un paso más hacia
la concreción del proyecto
de continuidad promovido por la
élite gobernante para el periodo
posterior a
Yeltsin.
LA SEGUNDA GUERRA
DE CHECHENIA: EL DETONANTE
DE LA POPULARIDAD DEL
SUCESOR
Inducida o no por
gente muy cercana al propio Kremlin,
la incursión de grupos
wahabitas (radicales islámicos)
en la república
caucásica de Daguestán permitió
ir moldeando en
los medios la imagen de un nuevo líder para Rusia,
en la
persona de Putin, quien se jugó su futuro político
al
lanzar la segunda guerra de Chechenia, como respuesta a las
explosiones
de origen todavía no aclarado que estremecieron
Moscú y otras
ciudades rusas.
Al
decidir por motivaciones electorales iniciar los
bombardeos
aéreos de Chechenia, el pasado 5 de septiembre,
como preludio de
la actual campaña terrestre, los estrategas
del Kremlin tomaron
muy en cuenta las amargas experiencias de diez
años de presencia
soviética en Afganistán y del
fracaso de la primera guerra
ruso-chechena.
Adoptaron una táctica de combate que procura el
menor
número posible de bajas entre los soldados rusos y que, por
lo
mismo, cuenta con amplio respaldo y permite justificar a los ojos
de
la población cualquier exceso, en aras de alcanzar el
objetivo proclamado
de "aniquilar hasta el último bandido y
terrorista".
Con las tropas rusas peleando
ya, calle por calle, en
la capital chechena no es muy lejano el
día en que la bandera de
Rusia será izada en Grozny y
los combates se trasladarán
a las montañas del sur de
la república.
La segunda guerra de
Chechenia también influyó
en los resultados de las
elecciones legislativas de diciembre pasado, pero
no menos que la
inusitada campaña de desprestigio en los medios
de Primakov y
Luzhkov, líderes de la alianza opositora de
centro-izquierda,
que allanó el camino para el triunfo del
Partido Comunista y el
irresistible asenso de la coalición
oficialista Unidad.
LAS
LEGISLATURAS DE DICIEMBRE: SEÑAL DE QUE
LLEGO LA HORA DEL
RETIRO
Según los
resultados definitivos, dados a conocer
el pasado 29 de diciembre, el
Partido Comunista obtuvo 24.29 por ciento;
la oficialista Unidad
23.32; Patria-Toda Rusia 13.33; la Unión de
Fuerzas de Derecha
8.52; el ultranacionalista Bloque de Zhirinovski 5.98
y el liberal
Yábloko 5.93.
El Kremlin, por tanto,
emerge como gran triunfador de
estos comicios.
Su meta era impedir que Patria-Toda Rusia no ganara
y
logró mucho más: un Partido Comunista como triunfador
formal
pero con la mitad de diputados que antes, una coalición
oficialista
apenas por debajo, una Patria-Toda Rusia en tercer lugar
y con riesgo de
escindirse, una coalición de derecha
sorprendentemente fuerte y
una liberal que puede apoyar algunos
proyectos de ley y, por último,
un grupo como el de
Zhirinovski que aprueba lo que sea, siempre y cuando
el precio
convenido justifique el esfuerzo de levantar la mano.
El Kremlin llamó a todo esto una
"revolución
silenciosa". Más bien, asistimos al
nacimiento de lo que sería
más justo llamar, valga el
neologismo, una democracia mediática.
Una democracia en que los medios de
comunicación
pueden crear una coalición a tres meses de
los comicios y volverla
segunda fuerza política, sin que se
conozca su programa ni sus propuestas,
más allá de
apoyar a Vladímir Putin.
Una
democracia en que la guerra de Chechenia permite aumentar
en flecha
el índice de popularidad del primer ministro, a partir
de este
lunes cercano a 50 por ciento de la intención de voto,
y
alcanzar contundentes apoyos en las urnas.
Una democracia capaz de destruir a la alianza que,
hace
apenas tres meses, se proponía arrasar el pasado domingo
y acabó
en un modesto tercer sitio, que no es sino una sonada
derrota al clan de
la élite gobernante enfrentado al Kremlin y
un serio revés
a las aspiraciones presidenciales de su
líder, Evgueni Primakov.
Una
democracia en que el Partido Comunista, en el contexto
de una
realidad en que lo que sobrarían son los argumentos, no
logra
articular un programa de gobierno que pueda resultar atractivo
a la mayoría
de la población rusa, salvo lo que es su
electorado cautivo.
Una democracia, por
último, en que los partidos
de bolsillo y sus circenses
líderes suben y bajan, según
convenga a quien
finalmente detenta el poder y el dinero.
Por
ello, en una primera lectura de lo que pasó
el pasado 19 de
diciembre una conclusión no puede evitarse: el triunfo
del
Kremlin significa, al mismo tiempo, una derrota de la democracia
en
Rusia. Queda aquí todavía mucho camino por andar
hacia una
sociedad que aspira a --y debe-- ser mejor que la
soviética.
En ese contexto, Yeltsin
tomó una decisión
que se corresponde con la
lógica del poder al contribuir a facilitar
el triunfo del
sucesor designado: presentó su renuncia y
transfirió
sus poderes a Putin.
Habrá elecciones presidenciales anticipadas en
un
plazo máximo de tres meses, pero desde el mediodía
de
ayer comenzó ya el periodo posterior a
Yeltsin.
LA ERA YELTSIN, UN
BALANCE PRELIMUNAR
Boris
Yeltsin pasará a la historia marcado por
una paradoja:
ingeniero civil de profesión, su principal virtud
ha sido
destruir. Pero en su afán de destruir el viejo sistema,
no
supo construir nada mejor a cambio.
La
coyuntura, tras el colapso del sistema en 1991, era
ciertamente
favorable para dar la puntilla al llamado socialismo real
y
Yeltsin no desaprovechó la ocasión. Cumplió
con
creces su cometido pero no tuvo la visión de construir un
proyecto
de país, digno de sustituir el modelo que
acabó de desmantelar.
Porque Mijail
Gorbachov hizo inevitable el desmantelamiento
del sistema totalitario
soviético y Yeltsin lo llevó a tal
punto que se
volvió irreversible.
La euforia
inicial de desbrozar el camino hacia una nueva
Rusia
democrática, muy pronto, fue cediendo ante un talante
autoritario
y una desmedida vocación de poder. Cualquier
método, aun
las flagrantes violaciones del orden
constitucional, era válido
si contribuía al objetivo
supremo de que Yeltsin permaneciera en
el Kremlin.
Para ello, una y otra vez, desde el poder se usó
el
mismo argumento: la defensa de la democracia en Rusia, como
premisa
para evitar una restauración comunista, debía
soportar cualquier
arbitrariedad y abuso.
A
los ojos del mundo, la justificación se tradujo
en un
tácito apoyo a Yeltsin; hacia el interior, el dimitido
presidente
pretendió situarse por encima de las pifias
cometidas durante su
gestión: como político, sin duda
muy hábil, de un
vicio hizo una virtud --endosar
responsabilidades-- y siempre supo encontrar
culpables, menos
él.
Durante su tiempo al frente de
Rusia, quienes ostentaron
el poder lo emplearon en beneficio
personal. Escudándose en un discurso
democrático,
Yeltsin gobernó en el peor estilo de la
nomenklatura
soviética con el apoyo del aparato
represivo del Estado. Millones
de personas perdieron la fe en una
existencia digna.
Lo que deja como legado, en
lugar de la mejoría
prometida, es concentración brutal
de la riqueza, fuga de divisas
y caída vertical del ingreso
real. Para quienes gustan de las comparaciones,
valdría anotar
que el Producto Interno Bruto per cápita en
1998
ascendió en Rusia a 4 mil 300 dólares, mientras en
México
fue de 7 mil 700 dólares.
Se ha consolidado una oligarquía que, sin
siquiera
guardar las formas, lucra sin limitaciones y ejerce una
decisiva influencia
en la toma de decisiones políticas. Para
colmo, dos de sus exponentes
máximos adquirieron fuero
parlamentario como diputados de la nueva
Duma.
Se ha extendido una corrupción generalizada, de
arriba
abajo. La corrupción ha penetrado en todos los niveles de
la
burocracia. Instituciones internacionales investigadoras del tema,
catalogan
a Rusia entre los países más corruptos del
mundo, incluso
por encima de México. Escándalos de
resonancia internacional
salpicaron al propio Yeltsin y sus
familiares más cercanos.
Se ha
propiciado un auge de la delincuencia organizada,
que es mucho
más sofisticada de lo que en el mundo se ha dado en
llamar
mafia rusa. La delincuencia organizada controla
sectores
enteros de la economía, como la industria del
aluminio, y tiene
figuras incrustadas en el establishment
político, a escala
regional y federal.
La economía subterránea o en la sombra
constituye
cerca del 30 por ciento del PIB. La extensión de la
delincuencia
y la corrupción en la sociedad rusa hace muy
difusas la frontera
entre la actividad legal y la ilegal, apela a la
violencia como método
para resolver
controversias.
A nadie sorprenden ya los casi
cotidianos asesinatos políticos
o por disputas
económicas, como si los poderosos de este país
no
dudaran en recurrir a la violencia si ello beneficia a sus
intereses
corporativos. Los asesinatos por encargo se han vuelto una
herramienta
común en la lucha por el poder y las áreas
de influencia.
Desde por lo menos dos
años y medio antes de renunciar,
el progresivo deterioro de su
salud convirtió a Yeltsin en una caricatura
de sí
mismo, rehén de sus ambiciones y de su primer
círculo,
la Familia.
No es
fortuito que, en su último mensaje a la nación,
Yeltsin
haya pedido perdón a sus compatriotas pero el verdadero
juicio
de la historia queda pendiente.
Un balance
preliminar de la gestión de Yeltsin
al frente del país
arroja un panorama poco halagador: ocho años
y medio de
esperanzas y decepciones.
Con esta herencia,
falta por ver si el sucesor designado,
Vladimir Putin, de ganar la
presidencia en los próximos comicios
anticipados, es capaz de
afrontar con éxito los grandes retos que
encara Rusia y de
demostrar que, a diferencia de Yeltsin, puede construir
la sociedad
que demandan la mayoría de los rusos.
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