LA ERA YELTSIN

Juan Pablo Duch, Corresponsal en Moscú

CONCESIONES Y TERAPIA DE CHOQUE

Para consolidar su liderazgo, en lo que se podría clasificar como su primera etapa como presidente (1991-1993), Yeltsin tuvo que hacer tres concesiones muy significativas.

En primer lugar, aceptar la disolución de la URSS y concentrar sus esfuerzos en un sólo país, Rusia. Yeltsin no quiso ser líder de la Unión Soviética, aunque quizás lo hubiese logrado sin mayor dificultad, si inmediatamente después del fallido putsch de agosto de 1991 se hubiera convocado un Congreso de Diputados Populares. Quería resultados prontos y un liderazgo indiscutido, mientras los dirigentes de las repúblicas soviéticas tenían sus propios proyectos.

En segundo lugar, mantener el aparato burocrático ruso para poder gobernar. Ya sin carnet del partido, la mayoría de los dirigentes de nivel intermedio para arriba conservaron sus puestos en las nuevas instituciones. Tampoco afectó al cuerpo de diputados, creyendo que los legisladores lo seguirían sin cuestionamiento alguno. La nomenklatura, poco a poco, pasó de ser una clase dirigente "administrativa" a "propietaria".

Por último, aplicar una política de reformas de tipo occidental, drásticas y con un alto costo social. El apoyo financiero foráneo era vital para paliar la situación y Yeltsin aceptó las reglas del juego del Fondo Monetario Internacional y otros organismos crediticios internacionales.

El 2 de enero de 1992, aún no repuestos de la celebración de año nuevo, los rusos despertaron con la noticia de la liberación de precios como punto medular de un programa de estabilización macroeconómica. Desregular, privatizar, aplicar una política industrial, desmonopolizar, reconvertir la industria militar eran otros de los objetivos proclamados.

La terapia de choque no funcionó, entre otras razones, porque la ansiada estabilización macroeconómica relegó a segundo plano las reformas de tipo estructural. Además, para el ciudadano común, todo ello se tradujo en un impacto negativo en su nivel de vida.

LA CONFRONTACION CON EL LEGISLATIVO



En el plano político, conforme se pretendía avanzar en las reformas económicas, fue agravándose el problema del poder en sus dos vertientes principales: el enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo en torno a distintos proyectos de país y la confrontación entre el centro y las regiones, que empezó a poner en riesgo la integridad territorial de la Federación.

Ello fue consecuencia de un peligroso vacío jurídico, dado que el país seguía viviendo bajo una Constitución y muchas leyes "soviéticas", es decir, anteriores al colapso de la URSS, cuya divergente y amañada interpretación por el Ejecutivo y el Legislativo rompió el equilibrio entre los poderes. Era indispensable una nueva distribución de facultades para aminorar la confrontación entre élites, que iban perdiendo respaldo social.

En marzo de 1993, Yeltsin estuvo a un paso de resolver el problema del poder por medio de un golpe anticonstitucional. En abril, fortaleció su legitimidad mediante un referéndum, pues el 59 por ciento de los ciudadanos que acudieron a las urnas ratificaron su confianza en el presidente y apoyaron la idea de celebrar comicios legislativos anticipados. A partir de entonces, incurrió en la riesgosa táctica de buscar el apoyo de los poderes regionales como base de legitimación. En mayo Yeltsin desvió su estrategia hacia el problema constitucional: se apoyó en las regiones e hizo a un lado al Parlamento para organizar una Conferencia que debía aprobar su proyecto de Constitución y, posteriormente, sugerir una forma para adoptarla.

No prosperó este último plan. Diferencias sobre la distribución de poderes y sobre*gorbachov-mijail-jpglas atribuciones de los diferentes sujetos regionales (repúblicas autónomas, regiones, etc.) impidieron que se sancionara el proyecto presidencial. El largo impasse empezó a jugar en contra del presidente y a favor del Parlamento que, poco a poco, reactivó su táctica de sabotear las iniciativas presidenciales.

La cuestión del poder, esencial en los primeros tres años de Yeltsin al frente del país, hizo crisis cuando el presidente anunció, el 21 de septiembre, la disolución del Parlamento y la suspensión parcial de la Constitución. El Parlamento calificó de inconstitucional la medida de Yeltsin, que se disponía a gobernar por decreto, e intentó destituirlo. A comienzos de octubre se produjo un trágico desenlace, cuando unidades de élite fieles a Yeltsin tomaron por asalto la sede del Parlamento, tras haberla bombardeado desde tanques. Yeltsin resolvió su enfrentamiento con el Parlamento por la fuerza.

Yeltsin se olvidó de celebrar elecciones presidenciales anticipadas, pero quiso renovar el Parlamento, vaticinando una victoria de los grupos reformistas. Convocó comicios para el 12 de diciembre. Estos, sin embargo, arrojaron resultados sorprendentes: el Partido Liberal Democrático de Vladimir Zhirinovski, de orientación ultranacionalista, ganó con un 22.92 por ciento de los votos, seguido de la coalición oficialista Opción para Rusia con el 15.51 por ciento. El Partido Comunista de Rusia, surgido de las ruinas del PCUS, emergió en escena con el 12.40 por ciento, que sumado al 7.99 por ciento de su principal aliado, el Partido Agrario, lo ubicó como segunda fuerza parlamentaria.

Se obtuvo una Duma, Cámara baja, dividida en cinco grandes grupos --reformista, centrista, conservador, ultranacionalista e independiente-- que la hicieron poco operativa.

A cambio, el referéndum constitucional fue aprobado con 54. 8 % de los votos. Yeltsin consiguió así una Constitución hecha por y para él, que establece una clara desproporción de facultades a favor del Ejecutivo.

LA PRIMERA GUERRA DE CHECHENIA



En la primera etapa de la gestión presidencial de Yeltsin adquirió especial agudeza el ascendente problema del regionalismo.

Territorios y regiones de Rusia, en su afán de controlar de forma independiente sus riquezas naturales, empezaron a distanciarse del centro, argumentando que sufrían discriminación económica, y dos repúblicas autónomas, Tatarstán y Chechenia, bajo la bandera nacionalista, llegaron a plantear su deseo de convertirse en países independientes.

En 1994 la vocación indrusia-crisis-economiaependentista de Chechenia desembocó en una guerra, que tras 21 meses, concluyó sin vencedores ni vencidos: sólo fue un inútil derramamiento de sangre por ambos bandos. Según estimaciones diversas, esa guerra segó la vida de decenas de miles de soldados rusos y rebeldes chechenos.

Lo más significativo es que, a diferencia de la actual campaña bélica en Chechenia, la primera guerra no tuvo apoyo en la sociedad y llegó a ser considerada una irresponsable aventura de un grupo de generales corruptos, encabezados por el entonces ministro de Defensa, Pável Grachov.

El torpe manejo de una operación para liberar a cientos de rehenes tomados por un grupo rebelde al mando de Shamil Basaiev, en enero de 1996, en el poblado de Pervomaisk, ocasionó un muy elevado número de víctimas y significó un duro golpe para el prestigio del Kremlin.

Desmoralizado el ejército, se buscó un arreglo político y las negociaciones se concretaron en los acuerdos de paz de Jasaviurt, suscritos en agosto de 1996 y que refrendaron en el papel la humillación sufrida por Rusia.

LAS ELECCIONES LEGISLATIVAS DE 1995: EL PRIMER VOTO DE CASTIGO

Para el ciudadano común, agobiado por el peso de las reformas, la transición a la economía de mercado se estaba convirtiendo en sinónimo de desindustrialización, pérdida de capacidad tecnológica,*rusia-yeltsin-kostromaendeudamiento externo, fuga de cerebros y drástico deterioro de los servicios básicos sociales.

El creciente descontento no podía dejar de expresarse en un voto de castigo y éste se produjo en las elecciones legislativas del 12 de diciembre de 1995. El Partido Comunista de Rusia rebasó todas las expectativas y ganó los comicios con el 22.92 por ciento de los votos, mientras el partido de Zhirinovski bajó al segundo lugar con el 11.18 por ciento, seguido muy de cerca por Nuestra Casa es Rusia, nueva coalición oficialista asociada al entonces jefe de gobierno, Viktor Chernomyrdin, con el 10. 13 por ciento.

Su fracaso en las elecciones a la Duma, fue un foco de alerta para los reformistas ante la perspectiva de un posible retorno al poder de los comunistas. Su preocupación fue en aumento cuando, a fines de enero de 1996, se hizo evidente la verdadera dimensión del problema del impago entre las empresas, que ponía en entredicho las drásticas medidas que se habían aplicado para contener la inflación y estabilizar el rublo. A lo largo del país se declararon en huelga los mineros y los maestros. En un momento se creyó cerca una huelga general.

LA REELECCION: LO QUE PUEDE EL DINERO

A unos meses de las elecciones presidenciales del verano de 1996, la popularidad de Yeltsin --como era de esperarse-- llegó a estar por los suelos, en su nivel más bajo. Decidió, no obstante, buscar la reelección y emprendió una campaña que tuvo dos rasgos distintivos.

Un discurso de claro corte anticomunista que alcanzó su propósito de provocar una histeria colectiva ante la posibilidad de que se restauraran la falta de libertades y aberraciones del viejo sistema. Y el derroche de recursos, hasta niveles insultantes. El equipo del presidente no tuvo problema alguno para financiar la campaña, rebasando con creces el monto máximo de recursos que la legislación permite aplicar en propaganda electoral.

En los comicios del 16 de junio, de los diez candidatos inscritos en las boletas, Yeltsin con el 35.28 por ciento y Guennadi Ziuganov, el líder del Partido Comunista, con el 32.04 por ciento lograron pasar a la segunda vuelta, fijada para el 3 de julio.

Yeltsin tomó, en el curso de esas dos semanas, una decisión que influyó en su triunfo en la segunda ronda: destituyó al impopular ministro de Defensa, Pável Grachov, y designó al controvertido Aleksandr Lebed secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, que había quedado en tercer lugar en la primera vuelta. De ese modo, al incorporarlo a su equipo, atrajo los votos que habían sido favorables a Lebed.

El entendimiento con Lebed no duraría mucho. Se dio por terminado cuando Yeltsin cumplió su propósito: logró su reelección para un segundo período de cuatro años, al imponerse con una ventaja de 13 por ciento sobre Ziuganov.

EL PRECIO POR EL PODER: EL SURGIMIENTO DE LA OLIGARQUIA

En la victoria de Yeltsin, levantado literalmente de la lona conforme avanzaba la campaña electoral, fue decisiva la alianza coyuntural de los distintos grupos empresariales beneficiados por la corrupción. Gracias a la privatización de consorcios y empresas de primer nivel y muy rentables, mediante licitaciones poco transparentes, de la nada, como por arte de magia, surgieron multimillonarios que no dudaron en poner su dinero al servicio de la reelección de Yeltsin. Después le pasarían la factura.

Yeltsin dio origen a la llamada oligarquía. En la medida en que iba perdiendo apoyo en la sociedad, fortalecía a distintos grupos de interés.

La Unión Soviética, prácticamente desde mediados de los años sesenta, no producía nada para la exportación, salvo algunos tipos de armamento, petróleo, gas y otras materias primas. Ello nutría con recursos frescos los logros de la Unión Soviética: la educación, la ciencia, los vuelos al cosmos, el poderoso ejército, por mencionar los más conocidos.

Como fruto de la privatización, dichos ingresos fueron a dar a manos de unos cuantos grupos con distinto grado de cercanía con el Kremlin. Los beneficios de esa redistribución de la riqueza, descontando a los magnates como Boris Berezovsky, Román Abramovich y compañía, alcanzan a menos del 2 por ciento de la población (porcentaje que tiene ingresos superiores a 2 mil dólares mensuales).

EL DETERIORO DE LA SALUD DE YELTSIN, FACTOR DETERMINANTE

Mucho de lo que ha pasado en Rusia, de 1995 a la fecha, no se entendería sin un factor que ha sido determinante: Yeltsin es un hombre enfermo.

Yeltsin arrastra graves problemas de salud desde hace más de diez años. Su abultado historial médico incluye cuatro infartos, incontables crisis cardiacas, un conato de embolia con parálisis parcial en la parte izquierda del cuerpo, dos operaciones de columna vertebral y una para arreglarle el tabique nasal.

En noviembre de 1996 fue sometido a una delicada intervención quirúrgica para implantarle cinco puentes coronarios.

A partir de la compleja operación de corazón abierto, se debilitó el sistema inmunológico de Yeltsin y empezaron a dejar huella en su comportamiento crecientes padecimientos de fatiga, depresión y lapsus mentales, que de acuerdo con reconocidos médicos revelan los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer.

No es extraño que, en esas condiciones, el primer círculo de Yeltsin, un reducido grupo de magnates y colaboradores cercanos, incluida en primerísimo lugar su hija menor, Tatiana, a quien se atribuyen intereses económicos propios muy fuertes y negocios poco claros, ejerza una influencia creciente en la toma de decisiones. Así es como surgió la llamada Familia.

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PENSANDO EN EL MAÑANA: LA IMPUNIDAD COMO META

El quehacer político en Rusia, en los últimos años, obedece a extrañas reglas que, a primera vista, resultan incomprensibles. La facilidad con que Yeltsin cambiaba de favoritos obedece a que la única lógica que admite es la del poder. Sus decisiones muchas veces estuvieron supeditadas a una obsesión: asegurar la impunidad del primer círculo y de los oligarcas.

Lo anterior se hizo particularmente evidente durante 1998 y todo 1999.

En marzo de 1998, sin ninguna necesidad más que sacar de la jugada a un primer ministro, Viktor Chernom-yrdin, que le estaba haciendo sombra, Yeltsin lo destituyó, tras seis años y medio como jefe de Gobierno, e impuso en su lugar a Serguei Kiriyenko, en una tercera votación que colocó a la Duma al borde de la disolución.

El experimento de Kiriyenko duró poco y, tras el colapso del sistema financiero el 17 de agosto, cuando Rusia se declaró en incapacidad de pagar parte de sus vencimientos en materia de deuda externa, también fue cesado.

Yeltsin, presionado por la Familia, intentó volver a colocar al frente del Gobierno a Chernomyrdin, quien sufrió la humillación de ser rechazado por la Duma en dos ocasiones y retiró su candidatura.

PRIMAKOV, FIGURA  DE CONSENSO

El pragmatismo y la habilidad negociadora de Evgueni Primakov fueron esenciales para evitar una ruptura definitiva entre el Ejecutivo y el Legislativo, en septiembre de 1998, que pudo haber provocado un conflicto mayor. Primakov, como candidato de consenso surgido de última hora cuando parecía que la disolución de la Cámara baja del Parlamento era más que probable, satisfizo al presidente y a la Duma, más aún que proclamó como prioridad la conciliación en la sociedad e invitó a su gabinete a representantes del Partido Comunista y de otras fracciones de la Duma.

No formó propiamente un gobierno de coalición, pero la inclusión en su gabinete de representantes de la oposición le permitió a Primakov tener amplio apoyo parlamentario, el mayor que haya podido conseguir hasta entonces un gobierno ruso.

Primakov centró su atención en lo político --con miras a consolidar el acuerdo del gobierno con la oposición y de extenderlo a un entendimiento metaconstitucional entre ésta y la presidencia-- y relegó a segundo plano lo económico, argumentando que no podía ofrecer milagros dado el caos que había heredado del anterior gobierno, pero también hizo promesas --como saldar la deuda de salarios caídos, por citar sólo una-- que no pudo cumplir.

El consenso que daba sustento al jefe de gobierno comenzó a resquebrajarse cuando la dinámica misma de los acontecimientos --el deterioro de la salud del presidente Yeltsin, la resistencia de los llamados oligarcas, el reconocimiento internacional como único interlocutor válido para hablar en nombre de Rusia, el aumento de su popularidad en las encuestas de intención de voto, entre otros factores-- cambió de raíz el papel que se había asignado a Primakov en la política rusa: de figura de transición para asegurar un arribo pacífico y ordenado mediante las urnas a la era posterior a Yeltsin se convirtió --o lo convirtieron-- en serio candidato a la sucesión, atribuyéndosele aspiraciones presidenciales propias.

Empezó a recibir los golpes de enemigos poderosos, desde un extremo Boris Berezovsky y los demás oligarcas con influencia decisiva en los medios, que vieron en Primakov una amenaza a su situación de privilegio en caso de que llegara a la presidencia y, desde el otro, los aspirantes a suceder a Yeltsin, sobre todo el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, con su propio imperio económico y mediático.

Consciente de que sus pasos lo hacían internarse en el campo minado de los compromisos e intereses del entorno presidencial, Primakov trató de protegerse. Propuso establecer un pacto estabilizador, con planteamientos al margen de la Constitución, que se frustró.

Tras un literal acoso del primer círculo de Yeltsin, Primakov, 243 días y unas horas después de haber asumido las riendas del gobierno ruso en la cresta de una de las peores crisis económicas de los últimos años en Rusia, fue sacrificado en la hoguera de la lucha por el poder, el 12 de mayo de 1999.

EL INTENTO DE DESTITUCION DEL PRESIDENTE, DERROTA DE LA DUMA

Apenas tres días después, fracasó de forma definitiva, sin siquiera superar su primera fase en la Duma, el procedimiento de destitución constitucional de Yeltsin, de antemano imposible de llevar a cabo y erróneamente convertido en parte medular de la estrategia electoral de la oposición.

Ninguno de los cinco cargos formulados contra Yeltsin por una Comisión Especial, que sesionó durante varios meses, alcanzó los 300 votos indispensables para hacer efectivo el impeachment y poder pasar a la segunda instancia, el análisis de la legalidad del procedimiento por parte de la Corte Suprema.

La acusación que, como era previsible, podría reunir el mayor número de votos, el de la responsabilidad de Yeltsin en la guerra de Chechenia, obtuvo apenas 283 votos; el de la disolución violenta del Soviet Supremo en octubre de 1993, 263; el de la destrucción de las Fuerzas Armadas, 241; el de la desintegración de la URSS, 239; y el del genocidio contra el pueblo ruso, 238.

Con estos resultados favorables al Presidente, que por ironías del destino se produjeron en el día de su onomástico (San Boris y San Gleb, de acuerdo con el santoral de la Iglesia Ortodoxa Rusa), la oposición quedó en una situación bochornosa.

LA IMPOSICION DE STEPASHIN: TRES MESES PERDIDOS  PARA EL KREMLIN

Poco después, el 19 de mayo de 1999, lo confirmaría con la ratificación de Serguei Stepashin como primer ministro, un incondicional del presidente que acababa de ser promovido a la segunda posición en el Gobierno, tras años de ocupar la cartera del Interior.

Al tener que elegir entre los principios y la conveniencia, la oposición parlamentaria brindó 75 votos más de los necesarios para que la Duma, Cámara baja, ratificara a Stepashin como jefe de gobierno, ya en la primera instancia de votación.

Stepashin, sin embargo, permaneció tan sólo 82 días en el cargo. Durante su breve gestión, no cometió ningún error grave. Fue él quien logró finalmente los indispensables acuerdos con el Fondo Monetario Internacional y el Club de París; su nivel de popularidad estaba subiendo, semana a semana; empezaba a ser reconocido como interlocutor válido por Occidente, después de sus viajes a Estados Unidos y Sarajevo.

Lo único que Stepashin no quiso hacer --y que probablemente determinó su despido-- fue asumir que, si el panorama en las urnas llegaba a ser irremediablemente adverso al Kremlin, tendría que decretar el estado de excepción, bajo cualquier pretexto.

Stepashin, a pesar de su lealtad al presidente, se distanció de los influyentes cortesanos de Yeltsin que no descartaban una solución extrema como última carta, si seRUSSIA_YELTSIN_DU7agotaban otras posibilidades para preservar la holgada existencia que les ha dado su cercanía con el poder.

Por supuesto, la carrera política de Stepashin no terminó a sus 46 años de edad y siguió jugando un papel relevante en la política rusa.

EN BUSCA DEL SUCESOR: EL TIEMPO SE ACABA

Hasta la destitución de Evgueni Primakov, a mediados de mayo pasado, existía una lista relativamente reducida de potenciales candidatos a la presidencia --el propio Primakov, Yuri Luzhkov, el alcalde de Moscú, Guennadi Ziuganov, el líder del Partido Comunista-- y/o eternos aspirantes, como Vladímir Zhirinovski, el líder ultranacionalista, Grigori Yavlinski, el máximo dirigente de la coalición liberal Yábloko, y Aleksandr Lébed, el gobernador de Krasnoyarsk.

La dinámica propia de su conversión en presidenciables hizo que Primakov y Luzhkov, quienes se fortalecían como candidatos naturales de la clase política gobernante frente a las opciones de oposición, dejaran de satisfacer --por distintas razones-- al entorno de Yeltsin, que empezó a ver en ellos más riesgos para un futuro tranquilo que beneficios.

Vueltas que da la vida, la alianza de Primakov y Luzhkov, desde el momento mismo en que se planteó como posible, significó para el Kremlin un serio peligro. El pequeño grupo de familiares directos y oligarcas, que influyen de manera decisiva en el Presidente, promovió desesperadamente una figura más resuelta a defender sus intereses corporativos.

LA IMPOSICION DE PUTIN:  EL SUCESOR DESIGNADO

Por cuarta ocasión en menos de año y medio, Yeltsin provocó, el 9 de agosto pasado, una nueva crisis política al remover a Stepashin y nombrar, en su lugar, a Vladímir Putin, quien se desempeñaba como secretario del Consejo de Seguridad y director del Servicio Federal de Seguridad que remplazó al KGB soviético.

Putin llegó al cargo con fama de incondicional de Yeltsin pero, a diferencia de Stepashin, parecía dispuesto a todo. Quizás por ello, el mandatario ruso nombró a Putin como su sucesor a la presidencia, cabe señalar que por primera vez de modo oficial.

La arriesgada apuesta del Kremlin no resultó fallida y, apenas poco menos de cinco meses después de su designación, Putin pasó de ser un virtual desconocido al político ruso más popular, muy por encima de cualquier otro aspirante a la presidencia en las encuestas de intención de voto.

El pasado 14 de noviembre La Jornada publicó: "El grado de popularidad de Putin es tan alto --32 por ciento frente al 16 por ciento del líder comunista Guennadi Ziuganov y 14 por ciento del ex premier Evgueni Primakov, según la más reciente encuesta--, que sólo faltaría adelantar las elecciones presidenciales a fin de asegurar la meta que se buscó al lanzar la actual campaña militar en Chechenia: apuntalar a quien puede ofrecer la tranquilidad de Yeltsin y su entorno, cuando aquel deje el Kremlin".

Presidente en funciones ya, a partir del 31 de diciembre pasado, Putin da un paso más hacia la concreción del proyecto de continuidad promovido por la élite gobernante para el periodo posterior a Yeltsin.

LA SEGUNDA GUERRA DE  CHECHENIA: EL DETONANTE  DE LA POPULARIDAD  DEL SUCESOR

Inducida o no por gente muy cercana al propio Kremlin, la incursión de grupos wahabitas (radicales islámicos) en la república caucásica de Daguestán permitió ir moldeando en los medios la imagen de un nuevo líder para Rusia, en la persona de Putin, quien se jugó su futuro político al lanzar la segunda guerra de Chechenia, como respuesta a las explosiones de origen todavía no aclarado que estremecieron Moscú y otras ciudades rusas.

Al decidir por motivaciones electorales iniciar los bombardeos aéreos de Chechenia, el pasado 5 de septiembre, como preludio de la actual campaña terrestre, los estrategas del Kremlin tomaron muy en cuenta las amargas experiencias de diez años de presencia soviética en Afganistán y del fracaso de la primera guerra ruso-chechena.

Adoptaron una táctica de combate que procura el menor número posible de bajas entre los soldados rusos y que, por lo mismo, cuenta con amplio respaldo y permite justificar a los ojos de la población cualquier exceso, en aras de alcanzar el objetivo proclamado de "aniquilar hasta el último bandido y terrorista".

Con las tropas rusas peleando ya, calle por calle, en la capital chechena no es muy lejano el día en que la bandera de Rusia será izada en Grozny y los combates se trasladarán a las montañas del sur de la república.

La segunda guerra de Chechenia también influyó en los resultados de las elecciones legislativas de diciembre pasado, pero no menos que la inusitada campaña de desprestigio en los medios de Primakov y Luzhkov, líderes de la alianza opositora de centro-izquierda, que allanó el camino para el triunfo del Partido Comunista y el irresistible asenso de la coalición oficialista Unidad.

LAS LEGISLATURAS DE DICIEMBRE: SEÑAL DE QUE LLEGO LA HORA DEL RETIRO

Según los resultados definitivos, dados a conocer el pasado 29 de diciembre, el Partido Comunista obtuvo 24.29 por ciento; la oficialista Unidad 23.32; Patria-Toda Rusia 13.33; la Unión de Fuerzas de Derecha 8.52; el ultranacionalista Bloque de Zhirinovski 5.98 y el liberal Yábloko 5.93.

El Kremlin, por tanto, emerge como gran triunfador de estos comicios.

Su meta era impedir que Patria-Toda Rusia no ganara y logró mucho más: un Partido Comunista como triunfador formal pero con la mitad de diputados que antes, una coalición oficialista apenas por debajo, una Patria-Toda Rusia en tercer lugar y con riesgo de escindirse, una coalición de derecha sorprendentemente fuerte y una liberal que puede apoyar algunos proyectos de ley y, por último, un grupo como el de Zhirinovski que aprueba lo que sea, siempre y cuando el precio convenido justifique el esfuerzo de levantar la mano.

El Kremlin llamó a todo esto una "revolución silenciosa". Más bien, asistimos al nacimiento de lo que sería más justo llamar, valga el neologismo, una democracia mediática.

Una democracia en que los medios de comunicación pueden crear una coalición a tres meses de los comicios y volverla segunda fuerza política, sin que se conozca su programa ni sus propuestas, más allá de apoyar a Vladímir Putin.

Una democracia en que la guerra de Chechenia permite aumentar en flecha el índice de popularidad del primer ministro, a partir de este lunes cercano a 50 por ciento de la intención de voto, y alcanzar contundentes apoyos en las urnas.

Una democracia capaz de destruir a la alianza que, hace apenas tres meses, se proponía arrasar el pasado domingo y acabó en un modesto tercer sitio, que no es sino una sonada derrota al clan de la élite gobernante enfrentado al Kremlin y un serio revés a las aspiraciones presidenciales de su líder, Evgueni Primakov.

Una democracia en que el Partido Comunista, en el contexto de una realidad en que lo que sobrarían son los argumentos, no logra articular un programa de gobierno que pueda resultar atractivo a la mayoría de la población rusa, salvo lo que es su electorado cautivo.

Una democracia, por último, en que los partidos de bolsillo y sus circenses líderes suben y bajan, según convenga a quien finalmente detenta el poder y el dinero.

Por ello, en una primera lectura de lo que pasó el pasado 19 de diciembre una conclusión no puede evitarse: el triunfo del Kremlin significa, al mismo tiempo, una derrota de la democracia en Rusia. Queda aquí todavía mucho camino por andar hacia una sociedad que aspira a --y debe-- ser mejor que la soviética.

En ese contexto, Yeltsin tomó una decisión que se corresponde con la lógica del poder al contribuir a facilitar el triunfo del sucesor designado: presentó su renuncia y transfirió sus poderes a Putin.

Habrá elecciones presidenciales anticipadas en un plazo máximo de tres meses, pero desde el mediodía de ayer comenzó ya el periodo posterior a Yeltsin.

LA ERA YELTSIN, UN BALANCE PRELIMUNAR

Boris Yeltsin pasará a la historia marcado por una paradoja: ingeniero civil de profesión, su principal virtud ha sido destruir. Pero en su afán de destruir el viejo sistema, no supo construir nada mejor a cambio.

La coyuntura, tras el colapso del sistema en 1991, era ciertamente favorable para dar la puntilla al llamado socialismo real y Yeltsin no desaprovechó la ocasión. Cumplió con creces su cometido pero no tuvo la visión de construir un proyecto de país, digno de sustituir el modelo que acabó de desmantelar.

Porque Mijail Gorbachov hizo inevitable el desmantelamiento del sistema totalitario soviético y Yeltsin lo llevó a tal punto que se volvió irreversible.

La euforia inicial de desbrozar el camino hacia una nueva Rusia democrática, muy pronto, fue cediendo ante un talante autoritario y una desmedida vocación de poder. Cualquier método, aun las flagrantes violaciones del orden constitucional, era válido si contribuía al objetivo supremo de que Yeltsin permaneciera en el Kremlin.

Para ello, una y otra vez, desde el poder se usó el mismo argumento: la defensa de la democracia en Rusia, como premisa para evitar una restauración comunista, debía soportar cualquier arbitrariedad y abuso.

A los ojos del mundo, la justificación se tradujo en un tácito apoyo a Yeltsin; hacia el interior, el dimitido presidente pretendió situarse por encima de las pifias cometidas durante su gestión: como político, sin duda muy hábil, de un vicio hizo una virtud --endosar responsabilidades-- y siempre supo encontrar culpables, menos él.

Durante su tiempo al frente de Rusia, quienes ostentaron el poder lo emplearon en beneficio personal. Escudándose en un discurso democrático, Yeltsin gobernó en el peor estilo de la nomenklatura soviética con el apoyo del aparato represivo del Estado. Millones de personas perdieron la fe en una existencia digna.

Lo que deja como legado, en lugar de la mejoría prometida, es concentración brutal de la riqueza, fuga de divisas y caída vertical del ingreso real. Para quienes gustan de las comparaciones, valdría anotar que el Producto Interno Bruto per cápita en 1998 ascendió en Rusia a 4 mil 300 dólares, mientras en México fue de 7 mil 700 dólares.

Se ha consolidado una oligarquía que, sin siquiera guardar las formas, lucra sin limitaciones y ejerce una decisiva influencia en la toma de decisiones políticas. Para colmo, dos de sus exponentes máximos adquirieron fuero parlamentario como diputados de la nueva Duma.

Se ha extendido una corrupción generalizada, de arriba abajo. La corrupción ha penetrado en todos los niveles de la burocracia. Instituciones internacionales investigadoras del tema, catalogan a Rusia entre los países más corruptos del mundo, incluso por encima de México. Escándalos de resonancia internacional salpicaron al propio Yeltsin y sus familiares más cercanos.

Se ha propiciado un auge de la delincuencia organizada, que es mucho más sofisticada de lo que en el mundo se ha dado en llamar mafia rusa. La delincuencia organizada controla sectores enteros de la economía, como la industria del aluminio, y tiene figuras incrustadas en el establishment político, a escala regional y federal.

La economía subterránea o en la sombra constituye cerca del 30 por ciento del PIB. La extensión de la delincuencia y la corrupción en la sociedad rusa hace muy difusas la frontera entre la actividad legal y la ilegal, apela a la violencia como método para resolver controversias.

A nadie sorprenden ya los casi cotidianos asesinatos políticos o por disputas económicas, como si los poderosos de este país no dudaran en recurrir a la violencia si ello beneficia a sus intereses corporativos. Los asesinatos por encargo se han vuelto una herramienta común en la lucha por el poder y las áreas de influencia.

Desde por lo menos dos años y medio antes de renunciar, el progresivo deterioro de su salud convirtió a Yeltsin en una caricatura de sí mismo, rehén de sus ambiciones y de su primer círculo, la Familia.

No es fortuito que, en su último mensaje a la nación, Yeltsin haya pedido perdón a sus compatriotas pero el verdadero juicio de la historia queda pendiente.

Un balance preliminar de la gestión de Yeltsin al frente del país arroja un panorama poco halagador: ocho años y medio de esperanzas y decepciones.

Con esta herencia, falta por ver si el sucesor designado, Vladimir Putin, de ganar la presidencia en los próximos comicios anticipados, es capaz de afrontar con éxito los grandes retos que encara Rusia y de demostrar que, a diferencia de Yeltsin, puede construir la sociedad que demandan la mayoría de los rusos.