Ugo Pipitone
América Latina, 2000
Reflexionemos sobre las formas en que una parte de América Latina entra en el nuevo siglo. Limitémonos a cuatro países: Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. ƑEstá ocurriendo ahí algo que merezca una atención especial?
La impresión es que, en los extremos geográficos de esta área andina, encontramos dos países (Perú y Venezuela) que parecen encarnar hoy democracias extraordinarias que tuercen la normalidad institucional con personajes tipo Fujimori y Chávez. El primero acaba de anunciar su deseo de postularse a una segunda relección (con relativas torceduras constitucionales), lo que extendería su régimen de 1992 a 2005. El segundo apenas inicia un recorrido presidencial, que también se anuncia largo y constitucionalmente agitado. Entre estos dos países subsisten dos ejemplos de democracias, digamos normales que, sin embargo, se encuentran en plena crisis económica y política. Crisis con desarrollos difíciles de prever en el estado actual, pero que se insertan en un contexto de tentaciones regionales por los liderazgos mesiánicos. Al sur, Fujimori, y al norte, Chávez.
Veamos la situación interna de Colombia y Ecuador. Ambos países registraron en el año que acaba de pasar un retroceso absoluto del PIB, que oscila entre 5 y 7 por ciento. Mientras Colombia creció moderadamente en los años ochenta, Ecuador se desplomó, como el resto de las economías latinoamericanas. En los noventa, en Colombia, en una situación de crisis política controlada --por la escasa capacidad de resistencia del Estado frente a la guerrilla y al narcotráfico-- se reduce drásticamente el crecimiento económico. Por su parte, Ecuador sigue acumulando retrocesos absolutos en el PIB per capita. En la actualidad, 90 por ciento de la población ecuatoriana está en contra de la política económica del presidente Jamil Mahuad que, por cierto, enfrenta un grave déficit público, una inestabilidad endémica del tipo de cambio, una inflación superior a 50 por ciento y las amenazadoras certezas terapéuticas acumuladas en la mente del propio Jamil Mahuad como graduado de administración pública de Harvard.
La pregunta es: Ƒcuánto tiempo se requiere para que crisis de estas magnitudes se conviertan en lo que aquí hemos bautizado "democracia extraordinaria"? Una situación similar a la de Perú y Venezuela, que fácilmente podría ser el preámbulo hacia formas autoritarias de liderazgo carismático. šComo si al comienzo del siglo XXI América Latina necesitara nuevas formas de peronismo!
Perú ya se ha instalado como el modelo central de liderazgo carismático con tentaciones autoritarias. Contextualicemos el asunto. Si Fujimori se presentara a las elecciones presidenciales de abril próximo, lo más probable sería que ganara. ƑPor qué? Primero, por una persistente (y parcialmente justificada) campaña gubernamental contra los políticos tradicionales. Segundo, porque en los años noventa, dominados por Fujimori, el país interrumpió su precipitado descenso económico previo para convertirse en una de las economías latinoamericanas de mayor crecimiento. Tercero, por la derrota de una guerrilla que se había convertido en factor de retroceso civil de una sociedad ya débilmente integrada. Una guerrilla nacida entre injusticias, por muchos aspectos, colonial y alimentada por un marxismo mal leído y peor entendido.
Fujimori pretende convertirse ahora en símbolo supremo de un éxito que, sin su padre político, podría derrumbarse. Cuento antiguo: el proceso psicológico por medio del cual el gobernante exitoso se convierte, antes en su cabeza y después en la de todos, en un insustituible padre nacional. Y se puede tener éxito, como muestra el caso de Perú, pero a un costo elevado: el retroceso de una democracia que, cuando existió en las formas legales, siempre tuvo frágiles cimientos sociales. Un signo que trasciende la historia de una u otra nación y abarca la región entera latinoamericana: la dificultad de convertir la democracia en factor de cambio estructural y de crecimiento, lo que constituye, en el largo plazo, el único cimiento firme de legitimación.
ƑCómo consolidar las estructuras del Estado, reconstruir el vínculo entre sociedad e instituciones e impulsar nuevas formas de crecimiento incluyente? Estas son las cuestiones que en Bogotá y en Quito deberían proponerse desde hace tiempo. Lo que está en juego no es poca cosa. Se trata de permitir al Estado jugar todo su potencial papel positivo, sin incrementar los poderes de (a veces) payasos engreídos, o sea, sin pasar por la experiencia del jefe providencial que no solamente humilla, sino que normalmente deja en el campo más heridas que suturas.