Ť Hoy INBA y UNAM rinden al autor de La condecoración dos homenajes
Pese a los problemas de salud, Arturo Azuela no cesa de escribir
Ť Perfila en entrevista una suerte de autobiografía a partir de sus amistades literarias
César Güemes Ť Músico, matemático, historiador, funcionario de la UNAM en su momento, Arturo Azuela decidió, luego de recorrer los diversos mundos de los que proviene, dejar en puerto su imaginaria nave y dedicarse a la literatura. Resultado de la determinación son sus libros que van desde El tamaño del infierno hasta La condecoración, pasando por Un tal José Salomé, Manifestación de silencios, La casa de las mil vírgenes, El don de la palabra, El matemático, El mar de utopías y Estuche para dos violines. Hoy el Instituto Nacional de Bellas Artes y la UNAM le brindan un doble homenaje. El primero en la Sala Manuel M. Ponce, a las 12:00 horas; el segundo en el Palacio de Minería, a las 13:30. Sus reconocimientos, nacionales e internacionales, suman al menos diez. Y a ellos se suma, sin desdoro, un cierto documento que alude a don Arturo y que pende de las paredes del Salón París, cantina de viejo cuño, en plena Santa María la Ribera.
-Un homenaje es una suerte de recuento de amigos. Los que están y los que no están. Hable de cómo la amistad se conecta con su trabajo literario. ƑCuál es su relación, por ejemplo, con Bryce Echenique?
-Luego de que publiqué mi primera novela, en enero del 74, me invitaron a un coloquio de escritores en Canadá. Para esto, yo iba a una tertulia sabatina a la cual acudían Eduardo Lizalde, Monterroso y el peruano José Durán. Este último organizó ese coloquio, al que fuimos, entre otros, Vicente Leñero, Salvador Elizondo, Manuel Puig, Bryce Echenique y yo. Ahí lo conocí, nos hicimos muy amigos y después me invitó a París. Son de esas amistades volcánicas que se dan entre escritores. Hace un par de años nos encontramos en Lisboa, en la Expo. Bryce es muy cuate, con todos los altibajos que tiene la amistad en nuestro medio: de pronto alguno de los dos se desaparece y nos dejamos de ver.
El último de los Contemporáneos
-Elías Nandino, a diferencia de Bryce, no perteneció a su generación y sin embargo también fueron cercanos.
-El era de Cocula, de donde es el mariachi. Yo trabajaba para Literatura de Bellas Artes a finales de los setenta. Me pareció que era pertinente hacerle un homenaje a los Contemporáneos. El único sobreviviente del grupo era Nandino. Organizamos un ciclo muy hermoso dedicado a ellos. Ahí comencé a tratarlo. Claro que yo era un chavo y lo primero que hice fue darle mis libros. El muy amablemente me correspondió con unas cartas. Tuve luego una muy buena amistad con él, fui a visitarlo en Cocula, a su casa de cultura.
-José Revueltas le inspira uno de los personajes de Manifestación de silencios. Platique de su amistad.
-En el 59 hubo una reunión en la casa de Sergio Pitol. Era sobre la formación de un partido de izquierda. Ahí apareció Revueltas, acompañado de un loco magnífico, Guillermo Rousset Banda. Ahí andaba José Emilio Pacheco, Monsiváis y los poetas de La espiga amotinada. Poco a poco me fui haciendo amigo de José. Cuando se viene el movimiento del 68, ya era muy cercano a Revueltas. Lo visité en la cárcel con un grupo de amigos, y otro tanto hicimos con Eli de Gortari y con Heberto Castillo. Después, a la salida del reclusorio, frecuenté mucho a Revueltas en su casa de Insurgentes. En ese lugar transcurrieron varias papalinas de marca.
-ƑBebían Revueltas y usted?
-No, no he sido buen bebedor. A lo mejor si hubiera bebido desde muy joven, quizá, pero el alcohol no se me dio. A cambio, soy muy amigo de Roberto Escudero. Con él iba a ver a José. Escudero fue un buen líder en el 68 y gran amigo de Revueltas. El caso es que en aquellos años le llevé mis libros y me escribió unas notas sobre Un tal José Salomé, que se publicaron en Cuadernos Americanos. Y en Manifestación de silencios, en efecto, Revueltas, Juan de la Cabada y Pepe Alvarado me sirvieron de modelo para crear a Domingo Buenaventura. Aunque hay un capítulo en donde el personaje es sólo Revueltas, aquel en el cual se la pasa escribiendo y bebiendo en un cuarto de la Roma.
-ƑDesde cuándo conoce a Juan José Arreola?
-Uy, pues desde que fundó la Casa del Lago. Además, él es de Jalisco y ha sido muy amigo de mis familiares. Lo conocí jugando ajedrez cuando la Casa del Lago no era sino un centro de reunión. Aunque no pertenecí al grupo que él presidía, donde estaban José Agustín y Gustavo Sainz, comenzamos a ser amigos. Lo visité mucho en su casa de Río Nazas. Y la amistad se convirtió en una sana costumbre de toda la vida. Luego de nuestras largas conversaciones en la Facultad de Filosofía y Letras me lo llevé a que diera un taller literario en Lagos de Moreno. Con él hemos hecho viajes a Madrid, Barcelona, las Islas Canarias, en fin. Cuando Borges vino a México, fuimos a verlo él y yo, Rulfo también andaba por ahí. Además Arreola es un hombre muy abierto, aunque tiene sus recámaras. Pero, vamos, con él la relación siempre es muy fluida. Con Juan José he tenido más actividad confesional que con Revueltas, porque con José los temas eran políticos y literarios. Con Arreola nos unían las confidencias de amores y aventuras. Cuánto será de cierto de todo lo que me ha contado Arreola, no lo sé, pero en todo caso nos la hemos pasado muy bien.
-ƑFue amigo de Juan Rulfo?
-Fui muy cercano, pero Juan era muy difícil. El vivía en Manuel M. Ponce, yo lo recogía y nos íbamos a la librería Gandhi. Viajamos mucho juntos. No diría que fuimos amigos íntimos porque no permitía las confidencias. Lo que más le interesaba era el diálogo musical, era gran melómano y buen fotógrafo. Un tiempo pasé por él al Instituto Nacional Indigenista, también, para hacer algunos recorridos. A Rulfo, curiosamente, lo conocí por su hija, cuando yo trabajaba en la prepa 6. El estaba muy preocupado porque su hija Claudia quería ser médica. Un buen día llegó a verme para que yo influyera en ella y la convenciera de desistir de su vocación. Era el año 66. Ahora Claudia es una gran doctora. Así lo empecé a tratar y luego nos hicimos cercanos.
Hasta 80 cigarrillos
-Al conocer de su vida y obra, de su trayectoria como maestro y de sus títulos académicos, es sencillo darse cuenta que el método es primordial en su vida. Para compensar la imagen le pido que me hable del otro lado de su existencia, de las aficiones o vicios que ha tenido.
-Diría que han sido dos. Fui un gran fumador en mi época de primera madurez. Tanto fumaba que estuve cerca del enfisema. Llegué a consumir 80 cigarros diarios.
-ƑAlgún tabaco en particular?
-Sí, cómo no, primero Lucky Strike, luego Delicados, más tarde Gauloises y terminé en los Marlboro. Fueron 20 años de mucho tabaco, sobre todo cuando fui funcionario. De hecho hay un estudio de un ensayista estadunidense de apellido McMurray, sobre la presencia del cigarro en mis novelas. En Un tal José Salomé, por ejemplo, el personaje es paupérrimo pero se aficiona a los cigarros de hoja. Manifestación de silencios es una novela que tiene las páginas llenas de humo. Fue un vicio muy fuerte. Otra afición, que ojalá hubiera sido de primera juventud, es la que tengo hacia las mujeres. Gocé mucho. Me enamoré infinidad de veces. He sido muy turbulento en ese sentido.
-Sé que ha pasado por un periodo complejo en cuanto a su salud, y sin embargo continúa escribiendo.
-Salgo ya casi del problema de salud y de escribir no termino nunca.