* Elena Urrutia *
Agnèse Varda, cineasta feminista
Conocí a Agnèse Varda, cineasta francesa con estilo y lenguaje personales, la primavera de 1978 en la ciudad de México. La Alianza Francesa la había traído para presentar algunas de sus películas claramente feministas (Daguerrotipos, Cleo de 5 a 7, Respuesta de mujeres y Una canta, la otra no, entre otras). Tuve la suerte de conversar largamente con ella acerca de su concepción del cine, de su propia obra, durante el trayecto y la visita a Teotihuacan. Algún tiempo después, en París me invitó a almorzar a su casa en la calle de Daguerre, lo que me permitió conocer directamente los ''tipos" de su calle: artesanos, representantes de todos los oficios posibles, pequeños comerciantes que trabajan por parejas, todas esas mujeres asistentes de sus maridos ųla asistente del carnicero, del sastreų solidarias, increíblemente ligadas, increíblemente cómplices, vendiendo la mujer el producto fabricado, transportado o preparado por el esposo: pescado, aves, verduras, legumbres, fruta, flores, pan y pastelería, arreglo de zapatos y de ropa... en fin, esos grupos humanos que la gran ciudad dispersa o acaba arrinconando en una pequeña calle como ésta, en parte peatonal y con un delicioso aire provinciano.
Sociológico y político, Daguerrotipos es una película sobre su barrio, concretamente sobre la calle de Daguerre y sus comerciantes, esa mayoría silenciosa que no hace de las cosas propias ni de las que la rodean una lectura política porque no tiene tiempo, ni la preocupación, ni quiere que las cosas cambien. El documental fue concebido en 1975 por Varda desde el hecho ineluctable de ser mujer. Un año después de haber nacido su hijo Mathieu, la televisión alemana le propuso hacer un filme con absoluta libertad temática. En esta ocasión no era cuestión de moverse. Con un bebé en casa se sentía acorralada (16 años antes vivió algo similar con su hija Rosalie al filmar Du coté de la cote durante la buena temporada de la Costa Azul), se sentía ahogada por la casa, por la maternidad. Se trataba, pues, de hacerle frente al mismo impedimento que tiene la mayoría de las mujeres, de echar a andar un proceso de creatividad desde el interior de es impedimento.
Así, partiendo de la idea de que las mujeres están atadas al hogar, ella misma se ató a la casa. Imaginó un nuevo cordón umbilical haciendo sacar una línea eléctrica de la toma de su casa y un cable que medía 80 metros. Decidió filmar Daguerrotipos a esa distancia. No iría más lejos del alcance del cable dándole, además del interés documental, un ''sentido" para ella misma.
El juego de palabras que propone el título es original y estrechamente ligado con la autora: como fotógrafa, remite al arte de fijar en planchas metálicas, preparadas al efecto, las imágenes formadas en la cámara oscura, y a los retratos o vistas obtenidos por medio del daguerrotipo. Como mujer arraigada a la comunidad, a su calle, quiso entender acercándose a los tipos de la misma, a esos daguerrotipos como a retratos vivos y entrañables. Su propósito fue filmar simplemente la simplicidad de la vida cotidiana haciendo un testimonio sobre el mundo abierto a las mujeres, a una mujer que hace sus compras diarias.
Varios años pasaron desde entonces. Estando recientemente en París, una mañana de domingo, quise rendir un pequeño homenaje a mis fantasmas feministas. Antes de visitar en el cementerio de Montparnasse las tumbas de Simone de Beauvoir ųque yace junto con Sartreų y de Delphine Seyrig ųla extraordinaria actriz que encabezó con otras el Manifiesto de las 343, promovido por Gisèle Halimi y el grupo Choisir para lograr la liberalización del aborto en Francia, manifiesto en el que confesaban las firmantes haber también abortadoų, quise antes caminar la calle Daguerre y tratar de identificar la casa de Agnèse Varda: no tenía ni su teléfono ni el número de su casa. Luego de haber recorrido prácticamente toda la calle y a punto de darme por vencida, cuál no sería mi sorpresa al reconocerla a través de la puertecilla que se abate en la caja de correo inserta en la puerta de entrada la casa, sólo que un tanto decrépita y como abandonada. Segundos después de tocar el timbre aparece Agnèse, idéntica a sí misma y como alguien por quien los años no han pasado. Yo por mi parte y como era de esperarse, fui para ella una especie de fantasma surgida de quién sabe qué remotas cenizas del olvido.
Al terminar mi visita inesperada, y como a alguien sin embargo cercana, me hizo un croquis del lugar donde se encuentra la tumba de Jacques Demy, su esposo, cineasta integrante también de la Nouvelle Vague y muerto recientemente. La suya es una tumba cubierta de enredadera a cuyo lado está sembrado un árbol que semeja un parasol que protege una banca, sitio ideal para el recuerdo o la meditación.