Universidad y sociedad:ƑSegunda llamada?

* Rolando Cordera Campos *

Entre el plebiscito y la reforma de la universidad se extiende un territorio que nos es aún desconocido. De nuevo, como en otros momentos de crisis y cambio que ha enfrentado la Universidad Nacional, la revisión interna tendrá que acompañarse de una abierta reflexión dentro de la sociedad y el Estado sobre la universidad que se quiere, se puede y se necesita tener.

El plebiscito demostró capacidades que muchos habían dado por muertas. La comunidad dejó su abandonado papel de espectadora y decidió participar y apoyar al eector y al Consejo Universitario, porque entendió que en esa jornada le iba algo más que una holganza impuesta y cada día más insoportable. Cedió, en efecto, ante el acoso y la intemperancia, pero no fue lo más por lo menos, sino lo contingente por lo fundamental.

No fue la UNAM la que puso a un lado el ejercicio claro y puntual del derecho o la aplicación de la ley. Tocó al Estado, de nuevo, realizar una interpretación jurídica en solitario que afectó a la institución desde el principio, y frente a la cual poco podía hacerse por la vía universitaria y civilizada, hasta que se pudo llegar a la convicción de que la comunidad estaba dispuesta a manifestarse por vías inéditas y cívicas, aunque sin duda riesgosas.

Ante los ojos de todos, universitarios y no universitarios, en estos meses surgieron realidades y situaciones que no se veían o se consideraban menores y, por tanto, postergables. En primer lugar, la existencia de una crisis institucional de larga duración que se expresaba una y otra vez en una masificación extensa que se gobernaba de modo en extremo centralizado, y con una visión centralista que parecía inconmovible. Esta crisis también se desdoblaba en serios problemas de representación que, con el conflicto, pusieron en jaque la columna vertebral del gobierno universitario.

Una razón de Estado que llegó a parecer cerrazón, junto con graves laberintos institucionales y de gobierno, podían haber sido suficientes para desatar en cualquier momento un conflicto grave. La presión sin matices ni consideraciones políticas de la autoridad financiera, junto con la que ejercían las otras universidades públicas en la desgraciada disputa por los subsidios a que las ha relegado el Estado desde hace años, llevaron a las autoridades universitarias a intentar de nuevo una actualización de las cuotas y fue entonces que ardió Troya.

Al incendio concurrieron grupos con visiones delirantes y amplias capas de estudiantes que vieron en la propuesta financiera el primer anuncio de que sus de por sí achatadas expectativas de progreso se verían de plano canceladas. De poco sirven los ejercicios estadísticos que nos hablan de las capas medias con capacidad de pago. Junto con ellas, las del automóvil y el papá con empleo más o menos seguro, conviven ahora jóvenes universitarios de "primera generación", cuyas familias se mueven en torno a una línea de pobreza que poco tiene que ver con los míseros dólares por día con que se calcula la pobreza tradicional.

En este mundo de la pobreza y el empobrecimiento urbanos, algunos de cuyos hijos llegaron a la UNAM mediante la apertura abrupta de la oferta que tuvo lugar en los años 70, reinan la inseguridad y la precariedad y por eso una racionalidad acosada por la sospecha de un futuro todavía más hostil que el presente que les trajeron largos años de ajuste, cambio estructural y escaso crecimiento. La propuesta de cuotas del año pasado, a pesar de su objetiva levedad, no hizo otra cosa que poner en movimiento esta inseguridad que se volvió angustia y paranoia.

Es mucho lo que los universitarios tienen que decir en los días que vienen. Pero es más, mucho más, lo que el Estado y el resto de la sociedad tienen que deliberar sobre la educación y, en particular, sobre la educación superior pública. Si no hay esa deliberación que implique serios compromisos fiscales e institucionales, además de una visión de futuro de la que hoy se carece, la sola demografía y la lenta y desigual traducción del avance económico en mejoría social y esperanza individual, volverán a hacer su corrosiva tarea y habremos hecho de nuevo una autodestructiva fuga hacia adelante.

Entre el plebiscito y la reforma no hay una tierra de nadie, pero hay que admitir que tampoco es suelo cultivado. Podría ser campo minado. *