Al fin y al cabo, era en mi casa
* Néstor de Buen *
Fue una intensa lucha por lograr la oportunidad de votar en el plebiscito. Curiosamente, en unos días en que mi actividad universitaria fue intensa. El lunes y el martes fui sinodal en dos brillantes exámenes para obtener el grado de doctor en derecho que presentaron Elsa López, sobre un tema de riesgos de trabajo, y José Alfonso Bouzas, quien nos complicó la vida combinando, rara avis, la filosofía del derecho con la política social y un pedacito de derecho del trabajo.
El problema es que en Internet no aparecía mi canijo nombre y supongo que gracias a las gestiones de Gloria Soberón, a quien conocí la semana pasada en un programa de Radio Universidad bien dirigido por Carlos Garza Falla, y quien se ofreció, pese a ciertas discrepancias momentáneas sobre el plebiscito, a hacer las gestiones pertinentes, el miércoles aparecí en las listas. Parecería extraño con una antigüedad como profesor a partir del 1Ɔ de mayo de 1953, pero pensé que la culpa estaría en algún complicado mecanismo burocrático, derivado de que en estos canijos tiempos doy clases un semestre sí y otro no.
Pero apareció. Y con él la lista de domicilios plebiscitarios (Ƒse dirá así?). Uno en el Instituto de Ciencias Penales donde trabajamos en el exilio, allá por el profundo sur. El otro en una calle Necaxa, supongo que por Portales. Y el tercero nada menos que en San Ildefonso, en mi vieja Escuela. Ya se pueden imaginar a donde decidí votar.
Me llamó la atención, cuando llegué, que apenas estuvieran colgando unos carteles anunciando que allí se podía votar. En el camino, de Porrúa a la escuela, me saludaron unos jóvenes que supongo venían de hacer lo mismo. Era temprano, más o menos las nueve y media, y al interior de la escuela (no sé identificarla de otro modo) se apreciaba un buen ambiente. Muchas muchachas y muchachos, sonrisas, amabilidades y claras indicaciones de dónde debía acudir, un salón del lado izquierdo, más o menos donde en aquellos remotos e inolvidables tiempos, estaba la Dirección.
Una mesa larga con chicas muy jóvenes y sonrientes. Algún caballero no tan joven que me saludó respetuoso. Presenté mi credencial, confirmaron en la lista el nombre (que la UNAM nunca ubica como "De Buen Lozano, Néstor" sino como "Buen Lozano, Néstor de", lo que suele complicar las cosas) y me entregaron la boleta que estuve a punto de llenar allí mismo, hasta que me dijeron que había el lugar de los secretos, por cierto que con cierta sonrisa indicadora de "que tipo más burro".
Crucé mi voto aprobatorio, pero en la segunda pregunta, que no es de opinión sino de previsión acerca de si servirá el voto para acabar con la huelga, agregué un texto de duda y precisé mi nombre con lo que, a lo mejor, pretenderán decir que es voto condicionado.
La verdad es que esa segunda pregunta no implica una opinión favorable sino simplemente un buen deseo o algo de magia adivinadora. No me convenció mucho la preguntita.
Me entintaron, como procede en derecho y me salí, contento de haber cumplido con un deber.
Gloria Soberón, de la Comisión Organizadora, durante el programa de radio criticó cordialmente mi posición, porque afirmé que votaría a favor por disciplina. Me dijo que no era un problema de disciplina sino de convicción. Y le dije que no estaba de acuerdo con ella. No hubo pleito, afortunadamente, y me siento muy contento de tener una nueva amiga inteligente (de raza le viene) y grata y efectiva.
Pero en realidad este plebiscito lo entiendo como un mecanismo inteligente para poner en su lugar las cosas y aportar otro tanto de razón a las autoridades de la UNAM, además de la que ya les toca desde siempre. Pero no me gusta que la universidad tenga que ceder lo más mínimo ante un paro sin justificación alguna.
Del lado académico, cada vez son más abundantes las coincidencias con los paristas respecto de la necesidad de un congreso resolutivo. Y eso no lo acepto porque, insisto, la UNAM no tiene por que regirse por un sentido de decisiones mayoritarias que no juegan con la estructura esencialmente jerárquica, de gobierno académico, que no puede abandonar. Pero también reconozco que ante la dimensión de los hechos, la solución plebiscitaria es adecuada.
La opinión, a favor del rector, de más del 90 por ciento de los que votamos, de acuerdo con la encuesta de salida que publica La Jornada del viernes, es definitiva. Ahora sólo falta la paz. Que tendrá que lograrse, pese al empecinamiento absurdo de los ultras. *