* VENTANAS
* Eduardo Galeano *
Ciudades
Estoy sentado ante la ventana del café Brasilero, leyendo el diario y tomándome un cortadito y viendo a la gente pasar, cuando un señor golpetea el vidrio y entra. Tiene aspecto de profesor, de profesor de algo, y habla con acento raro. Apoyando las manos en mis hombros, me mira a los ojos:
-Varsovia -dice-. ƑRecuerdas? Yo te acompañé en Varsovia.
Y se sienta.
Varsovia, pienso. Sí, Varsovia: en medio de la calle, en sillas que parecían tronos, unos viejos jugaban a los dados.
-ƑA los dados? Sería ajedrez -dice el profesor-. Y en medio de la calle...
Varsovia: una iglesia de piedra, alzada al centro de un lago, un abanico de vitrales bajo la cruz. Llegamos en barca.
En la oscuridad, un coro cantaba.
-ƑUn lago? -se sorprende el profesor, y acaricia sus bigotes de nutria-. Un charco, más bien. Cuando llueve, todo se inunda. Están tapados los desagües, desde hace siglos. Un desastre.
Varsovia: una novia huía, con su largo vestido blanco, flotando sobre el gentío. Y a la luz de los candelabros, un pianista tocaba con frenesí, como si hubiera metido las manos en un hormiguero.
-ƑPianista? -duda el profesor-. Sería un violinista.
Y así seguimos hasta que yo me levanto, pago, saludo y me voy. Esto no da para más. Es evidente que la ciudad que yo recuerdo no se parece un carajo a la que recuerda él, lo que nada tiene de raro, pensándolo bien, porque yo nunca estuve en Varsovia. El, quién sabe.