* Angeles González Gamio *
Tlalpan ayer y hoy
San Agustín Tlalpan, antes San Agustín de las Cuevas, tiene, como la mayoría de las antiguas villas que rodeaban la ciudad de México, una historia fascinante. En tiempos remotos (1000-600 antes de Cristo) se estableció en ese lugar un industrioso pueblo, que ahora conocemos como los cuicuilcas. Rodeados de bosques pero alejados de las lagunas que daban fertilidad a los pueblos cercanos a ellas, diseñaron ingeniosos sistemas de riego, para dar vida a terrazas, en las que sembraban maíz, chile, amaranto y calabazas, con tan buenos resultados que bastos excedentes les permitían comerciar con las comunidades aledañas.
Así fueron desarrollando una próspera cultura, que les permitió edificar magníficos templos y sólidas casas bardeadas, con patio y pozos-bodega de forma acampanada. Estaban en su apogeo cuando sucedió un cataclismo natural, que, a la manera de Pompeya y Herculano, habría de desaparecerlos de la noche a la mañana: la explosión del Xitle, pequeño volcán al pie del Ajusco. Según testimonios recogidos por Fernando de Alva Ixtlixóchitl, cronista de la Nueva España, el 4 de abril del año 76, la lava ardiente se deslizó lentamente por la ladera de la sierra, a una velocidad de 10 metros por hora. Tardó cerca de cuatro años en enfriarse. Primero se solidificaron las capas exteriores, mientras en el interior la lava continuaba fluyendo, dejando, al enfriarse en distintos tiempos, multitud de cavernas.
En este siglo, importantes excavaciones sacaron a la luz la cultura de Cuicuilco. Los primeros trabajos los realizó Manuel Gamio en 1917 y le sirvieron de base para caracterizar el que denominó periodo "arcaico". Es interesante señalar que las cavernas mencionadas llevaron a que se bautizara el lugar como San Agustín de las Cuevas.
Tras la conquista, los españoles se acercaron a los poblados indígenas que existían y comenzaron a explotar las fértiles tierras, alimentadas por innumerables fuentes y manantiales, que brotaban de las entrañas de las porosas rocas, en donde se acumulaba el agua de las lluvias y los ríos.
Por su aire puro, aguas frescas y bellos paisajes, el sitio llevó a algunas de las familias más acaudaladas a edificar sus casas de campo, entre otros el conde de Regla, dueño de fabulosas haciendas mineras como Santa María y San Miguel Regla y fundador del Monte de Piedad. En el siglo XIX, aprovechando la abundancia de agua, se establecieron las fábricas de textiles San Fernando y la Fama Montañesa, así como la fábrica de papel Peña Pobre.
Es novedoso conocer que durante tres años (1827-1830) fue la capital del estado de México, para, con buen acuerdo del presidente Benito Juárez, reintegrarse como parte del DF en 1855. Durante las turbulencias políticas Tlalpan tuvo participación relevante, para bien y para mal. Allí se celebró la trágica batalla de Padierna, que abrió el camino para que los estadunidenses tomaran la ciudad de México en ese nefasto año de 1847.
Desde siempre ha sido un sitio atractivo para visitar por sus fuentes brotantes, los bellos paisajes en el Ajusco y el Xitle, la feria de San Agustín, el Calvario y las múltiples cavernas. También valen la pena algunas casonas de siglos pasados como la Casa Chata, la del conde de Regla, la antigua hacienda de San Agustín de las Cuevas y la Casa de las Campanas. No hay que olvidar la parroquia de San Agustín y el hermoso mercado de la Paz, de ladrillo naranja exquisitamente colocado, que data de fines del siglo pasado.
Tlalpan cuenta con vecinos amantes de su lugar, lo que ha propiciado que estén salvando de la destrucción y restaurando inmuebles y sitios valiosos, con el apoyo de un delegado sensible: Salvador Martínez della Rocca. Un buen ejemplo es la Casa de las Campanas, bella construcción que posiblemente data del siglo XVII y que ha tenido rica historia, entre otras, aquí estuvo un tiempo el convento de las Capuchinas, en donde fue superiora Concepción Acevedo, mejor conocida como la madre Conchita, a quien se le acusó de ser la autora intelectual del asesinato de Alvaro Obregón. Tiempo después fue Seminario Conciliar, y en la década de los ochenta del siglo XX fue casa habitación de don Manuel Andrade Díaz; ahora su hija Angeles la ha convertido en Centro Cultural. En este lugar se presentó el pasado día 20 el libro San Agustín Tlalpan, de Salvador Padilla, en el que vienen muchas de estas historias. El sitio para comer esta semana es el restaurante La Bombilla, que se encuentra dentro de la Casa de las Campanas, y cuyo objetivo, al igual que el de la dueña, Angeles Andrade de Echeverría, es preservar las tradiciones tlalpenses, por lo que ofrece la comida típica del lugar, sabrosamente preparada.