MAR DE HISTORIAS
Conversaciones y silencios
* Cristina Pacheco *
El miércoles por la noche sonó el teléfono. Me sobresalté: a lo mejor Sixto había tenido un accidente en Cancún. "ƑQuién habla?" Escuché una risita y una voz emocionada: "Qué bueno que te encontré despierta". La familiaridad me provocó irritación y desconfianza: "ƑQuién es?" Al cabo de una pausa la mujer puso a prueba mi memoria: "Para que adivines, te voy a dar un norte: no hay en todo México unas tortas como las del Jarocho.
Sólo podía tratarse de Elena, mi mejor amiga de la época preparatoriana. Aun así tuve ciertas dudas. No recordaba que tuviera una voz tan enérgica. "En serio, Ƒeres tú? No puedo creer que después de tantos años... ƑCómo conseguiste mi teléfono?" "De la manera en que nadie lo hace: buscando en el directorio".
Elena desbordaba buen humor y, sin que tuviera que preguntárselo, se apresuró a decirme que estaba viviendo la mejor etapa de su vida. "ƑY quién es el afortunado?" Por la forma en que se rió entendí que mis palabras la halagaban: "ƑCómo lo adivinaste?" "ƑQue hay alguien en tu vida? Muy fácil: por tu risa. Al oírla recordé tu noviazgo con Ricardo". Elena suspiro: "Ay, tan lindo y tan maldito. Te juro que cuando me dejó hasta pensé en suicidarme". Le recriminé sus palabras: "No digas eso, por favor, siento horrible".
Hubo un breve silencio. Sentí que habíamos abordado un tema peligroso y quise saltar a otro. Elena me lo impidió: "Ahora me doy cuenta de que fui una estúpida, pero en aquel momento..." "Por fortuna ya pasó, olvídalo". El tono se volvió sombrío: "No puedo". "No tiene caso que sigas pensando en un tipo que te humilló tanto". Su risa me sonó falsa: "Al contrario. Mientras lo recuerde no volveré a caer en la trampa del amor... Ay, perdóname: es tardísimo y te estoy desvelando con mis tonterías. Aunque sea rapidito, dime qué es de tu vida".
Hice el más breve resumen: "Terminé Químicas. Trabajo en un laboratorio donde me va regular, vivo en la casa de mi cuñada..." Elena me interrumpió con sus gritos: "šTe casaste!" Le hablé de Sixto: "Es biólogo marino y ahora está en Cancún. No pude irme con él porque habría tenido que dejar mi trabajo y como los investigadores ganan tan poquito..." "ƑTengo sobrinos?" Le respondí que no, los tendría cuando mi esposo y yo nos estabilizáramos.
Elena lamentó que no estuviéramos en su casa o en algún sitio donde pudiéramos seguir charlando. "ƑQué te parece si nos vemos el sábado?" Protestó: "Falta mucho y vamos a perder el hilo de la conversación. Además, me urge verte y que me veas". "Eso quiere decir que estás muy cambiada". "No mucho, sólo me puse las pilas. ƑY sabes gracias a quién? A Ricardo". "Ricardo..." Elena me interrumpió: "El imbécil debe de pensar que cuando vuelva a verlo me derretiré de emoción y le suplicaré, como la última vez que nos vimos. Pero se va a llevar una sorpresota..."
A pesar del tono desenfadado, me di cuenta de que aquella vieja historia seguía lastimándola. Me pareció injusto prolongar la situación e intenté ponerle a fin: "Elena, tienes que saber..." La voz de mi amiga subió de tono: "Ya lo sé, ya lo sé. No te preocupes". Respiré con alivio, pero mi tranquilidad se desvaneció cuando mi amiga volvió a la carga: "Presiento que anda buscándome. Si el idiota piensa que en cuanto me truene los dedos voy a regresar con él, se equivoca".
Era obvio que Elena ignoraba el fallecimiento de Ricardo. Decido comunicárselo a la noche siguiente. Me desvelé un rato pensando en qué momento de la cena lo haría. Sentí el impulso de llamar a Sixto por teléfono y pedirle consejo. Me contuve pero imaginé lo que él me diría: "No fuerces la conversación y no dramatices tanto: puede ser cierto que a Elena ya no le interese Ricardo. Piensa que han pasado trece años..." El razonamiento me pareció aceptable. Aun así me costó mucho trabajo conciliar el sueño. Me alteró la perspectiva de encontrarme con Elena. Eso significaba recuperar un afecto entrañable y toda una etapa de mi vida.
II
Elena me sorprendió de nuevo. Llegó al restorán media hora después de nuestra cita, justo cuando pensé que ya no aparecería. "Perdón, perdón, perdón. La culpa de que me haya vuelto impuntual la tienen los hombres". Me levanté para abrazarla y le confesé que no sabía de qué hablaba. Ya más tranquila y después del primer brindis me lo explicó: "Yo era de las idiotas que siempre llegan puntuales a las citas y a veces minutos antes. Pero ya no. Es una de las muchas cosas que forman parte de mi pasado. Ahora los hago esperar. Si quieren azul celeste, šque les cueste!".
Mi amiga celebró su explicación con una carcajada. Los vecinos de mesa se volvieron a mirarnos. Esa curiosidad me cohibió. A Elena, en cambio, pareció halagarla: "Creo que nos están echando los perros. No hay que hacerles caso... al menos por hoy. Tenemos que aprovechar cada minuto. Dime, Ƒeres feliz?"
Asentí sonriendo. Elena soltó otra carcajada: "En tu caso yo también lo estaría. Imagínate, estás casada y eres libre de hacer lo que se te pegue la gana. Ah, la libertad. ƑNo te parece lo más maravilloso que puede haber? Desde que lo aprendí estoy dispuesta a defenderla contra viento y marea... Mesero, pst, señor..."
Sentí que me ruborizaba. Cuando el mesero se acercó, Elena le pidió su carta de vinos y ordenó un Rioja: "Pedí algo fuerte para que aflojes la lengüita. Llevó diez minutos esperando tu mentira piadosa: Elena: te ves fantástica". Repetí la frase, tratando de convencerme de que la mujer que estaba frente a mí era la misma de la que no había tenido noticias en tantos años.
Elena leyó mis pensamientos: "ƑMe notas algo raro, verdad?" Titubeé: "Raro no, pero sí como... Ƒqué te hiciste?" Elena soltó una risita maliciosa: "Mejor pregunta qué no me he hecho". Cerró los ojos y se acercó: "ƑYa te fijaste? Me tatué las cejas y los labios. No me digas que no se ven padrísimos". Me estremecí: "ƑY no te dolió?" Elena adoptó un gesto de suficiencia: "Algo, pero valió la pena. En la mañana, cuando amanezco junto a algún galán, ya no tengo que correr al baño para maquillarme a toda prisa. Soy chenchual a todas horas. No pongas esa cara. Te advertí que era completamente distinta a la niñita imbécil que conociste en la prepa".
Le dije que su juicio me parecía injusto. Elena movió la cabeza y me miró con gran ternura: "De veras, yo no sé cómo pudiste ser amiga de una persona tan romántica y tan depresiva como yo. Debiste mandarme a la goma..." Puse mi mano en la suya: "ƑPor qué iba a hacerlo? Siempre te he querido mucho. No sabes cuánto gusto sentí anoche que me llamaste por teléfono. Infinidad de veces tuve ganas de buscarte, pero no sabía dónde".
Elena se disculpó: "Mi padre nos llevó a vivir a Zacatecas. Allí se divorció de mi mamá. Cuando regresamos me dio pena contarte. Tampoco busqué a ninguno de nuestros compañeros. ƑLos has visto?" "Sí, dos veces al año nos reunimos para comer. Procuro no faltar". Abrió su bolsa en busca de los cigarros: "ƑVan todos?" "Casi", respondí. Por su expresión comprendí que había llegado el momento de comunicarle el trágico fin de Ricardo.
Encendió un cigarro: "Cuando vayan a reunirse, avísame. Quiero que Ricardo me vea y sepa que ya no me interesa, que ya ni me acuerdo de cuánto lo quería". Elena hizo una pausa y me miró al fin: "Necesito que estés presente cuando le diga a ese imbécil que ya no me hace falta para vivir, nunca pienso en él y ya hasta se me olvidó lo mucho que lo adoraba". A partir de ese momento la conversación se hizo difícil y anhelé que terminara. Cuando nos despedimos Elena me recordó la promesa de invitarla a las reuniones con nuestros compañeros. Le mentí al decirle que lo haría.