* Andrés Aubry y Angélica Inda *
Don Samuel: 40 años de respuestas a los pobres
El 25 de enero es el 40 aniversario de la toma de posesión de Samuel Ruiz. En los casi cinco siglos que llevaba su antigua diócesis, a ningún obispo se le había ocurrido consagrarse aquí. Primer gesto identificador y primer compromiso con Chiapas, que era todavía ųcomo Nazaret hace dos milenios, perdida en la periférica Galilea de las nacionesų tierra incógnita que no inspiraba orgullo a nadie.
Treinta y cuatro años más tarde, su compromiso irá más allá: se identificará con los procesos transformadores de Chiapas al bautizar el lugar de su consagración como Catedral de la Paz porque, sin temer controversias malévolas, la abría como sede del primer diálogo del EZLN con el país. En esto no innovaba; al contrario, se injertaba en una tradición de su diócesis, pues el grito de Chiapas fue pronunciado desde el púlpito durante una misa en Comitán, el domingo 28 de agosto de 1821, por el último de los lascasianos históricos, el dominico fray Matías de Córdoba y, una semana más tarde, el repique de las campanas celebraba la Independencia de Chiapas, promulgada solemnemente en la misma catedral.
Sus 40 años se desarrollarán ordenadamente por década. En la primera, la de los 60, brinca de la mula al jet, de la selva a Roma, es decir, de su reconocimiento de campo a los grandes foros del Concilio y de la Conferencia de Medellín, de la acción en el terreno a la reflexión crítica. En lo sucesivo, la inspiración de su ministerio tendrá estas dos fuentes: la realidad cuidadosamente analizada, y una Iglesia renovada por su conciencia de ser enviada a esta misma realidad, que no ensimismada. Escucha en el terreno, aprende de la colegialidad episcopal, capacita ųen sus lenguasų a cuadros para socializar este aprendizaje: los futuros catequistas y diáconos, en mayoría indígenas.
En los 70 lanza sus primeras respuestas de las que nacerá una Iglesia popular por ser la de los pobres. Con el Encuentro de Xicotepec (1970, Indígenas en Polémica con la Iglesia) y el Primer Congreso Indígena Fray Bartolomé de las Casas (1974, en San Cristóbal), los indígenas, lejos de ser objeto de una atención pastoral de tipo indigenista, empiezan a tomar su lugar en la renovación de la Iglesia, a ser los actores de la transformación de la sociedad, sujetos colectivos de movimientos sociales que jalan a la historia, y garantes de su porvenir, pese a cambios lamentables, pues, dirá el obispo, "con un invierno no muere un árbol".
En 1980, cae del altar monseñor Oscar Romero por las balas de la contrainsurgencia salvadoreña; don Samuel detecta ese signo martirial y encarna su palabra en la lucha por la justicia, de la que nacerá al fin de la década, en 1989, un instrumento novedoso: su Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, el que suscitará otros en el país (por ejemplo: el Pro de los jesuitas, el Vitoria de los dominicos y, con las maniobras salinistas de recuperación, la propia CNDH). Entre las dos fechas, su diócesis, con el refugio guatemalteco, viene a ser el anfitrión de un trágico fenómeno identificador de las víctimas del siglo: los desplazados. Fiel a la realidad, don Samuel responde con la calidad creativa de siempre, asombrando a la ACNUR, quien modelizará en todo el orbe este mundo de atención que rebasaba el asistencialismo. En la misma década, en histórico clavado en el presidio de las Islas Marías (1986), don Samuel regresa a Chiapas a los reclusos indígenas del estado.
La década de los 90 está en todas las memorias. Desafiado por el gobernador Patrocinio González Garrido fue apresado el párroco de Simojovel (1991), pero Joel Padrón fue liberado sin cargo alguno por la lucha popular del diocesano pueblo creyente, y por la jurídica del también diocesano Centro de Derechos Humanos. En 1992, con la Nobel Rigoberta Menchú, regresa a los primeros refugiados guatemaltecos a su patria para que aceleren su transición democrática. En 1993, el nuncio Prigione acusa su "pastoral reduccionista" y exige su renuncia; don Samuel responde: "La única manera de ser universal en América Latina es estando con los pobres", y: "El problema no yace en mi persona, sino en que la democracia, ahora, pasa por Chiapas". En 1994, él y más tarde su Conai, son promovidos a la mediación del conflicto con el EZLN, pero después de su renuncia, que fue una denuncia por negarse a cubrir la simulación del diálogo, sigue ejerciéndose desde una diócesis mediadora, abajo, en la base de las comunidades asediadas por la faccionalización de la guerra psicológica.
En 1960 cuando llegó el obispo, Chiapas era tierra incógnita; hoy en el 2000, cuando se va retirando, el mismo Chiapas se ha convertido en la caja de resonancia de los grandes problemas del país, de los indígenas del mundo, de la paz en la era neoliberal y de la Iglesia universal.