Los 40 años de don Samuel
* Bernardo Barranco V. *
Don Samuel Ruiz se va una generación de obispos latinoamericanos, actores del Concilio Vaticano II y de Medellín 1968. Como ya se ha dicho, con el tatic no ha habido medias tintas: se le quiere y se le rechaza; se le reconoce y se le repudia. Sin embargo, independientemente de la posición que tengamos frente a este personaje, se le reconoce una profunda dedicación y convicción total hacia el indígena. La controversia que desata sólo ha sido comparable a la de otros grandes obispos latinoamericanos: Hélder Cámara, que enfrenta la dictadura militar brasileña; el cardenal Silva Enríquez, quien se opone a los excesos de Augusto Pinochet en Chile y crea un poderoso movimiento de derechos humanos organizado por la Vicaría de la Solidaridad; Manuel Larraín, estratega con una penetrante visión del futuro.
El aniversario 40 de don Samuel en la diócesis de Chiapas no puede ser comprendido sin la sombra de fray Bartolomé de las Casas, primer obispo que defiende en el siglo XVII el alma de los indígenas enfrentándose a los poderes establecidos entre la Iglesia y la Corona. Ruiz y De las Casas comparten una misma intransigencia indígena que para ambos tuvo altos costos humanos y políticos. A Samuel Ruiz no se le puede ubicar sin las reformas conciliares y, particularmente, del despertar social latinoamericano de los años sesenta.
Como responsable del Celam compartió proyectos, reflexiones e intercambios con la generación de obispos más valientes que ha tenido el continente, desde el cardenal limeño Juan Landazuri hasta el estratega brasileño Paulo Evaristo Arns.
El joven Samuel Ruiz aprendió una nueva manera de ser cristiano y ésta flotaba en el ambiente: no era hacer de la Iglesia un fin, sino un medio de salvación. De un eclesiocentrismo pasa al servicio de las sociedades latinoamericanas convulsionadas por las injusticias y las dictaduras militares de los setenta. Desde lo indígena descubre la diversidad, se aleja de sus principios dogmáticos y conservadores aprendidos en una juventud rígida, y pasa a aceptar la frescura de las diferentes situaciones de los indígenas, por ejemplo, de los indios ecuatorianos, encabezados por el obispo Leónidas Proaño de Riobamba, o la reivindicación de los negros brasileños promovida por Cándido Padim, alias Don Pelé. En términos de Levinas, reconoce y hace suyo al otro.
Pero se va quedando solo, los grandes envejecen y van muriendo; quedan atrás los Romero y los Méndez Arceo. La era wojtyliana de los ochenta se impone y representa una nueva conversión de la Iglesia católica; los nuevos obispos son timoratos en el plano social y regresivos en lo religioso; los teólogos son perseguidos y sus compañeros de bancada, como Tomás Baduino y los Lorchelter, son arrinconados por la reactivación de la doctrina social, por los nuevos sueños de evangelización total de un Papa vigoroso, carismático y viajero. De una primavera social se pasa a los gloriosos sueños de reconquista milenaria de una modernidad titubeante.
Con Samuel Ruiz se va toda una generación de pastores, que no sólo reivindicaron al pobre, sino que se expusieron por él. Como pioneros de un proceso, tuvieron los errores de las fronteras, cometieron las imprudencias de lo inédito, pero en México hablar de don Samuel es hablar de los indígenas; es una conciencia social crítica que nos recuerda lo profundamente racista que es nuestra cultura, nuestra gran ambigüedad ante lo indígena: por un lado ellos son memoria, fuente de identidad y de raíz pero, al mismo tiempo, de explotación, exclusión y saqueo; pareciera que los indígenas estorban a la modernización y que para ellos no hay ninguna alternativa ante la globalización más que ser excluidos.
Samuel Ruiz deja un proyecto, una estructura que busca dignificar al indígena excluido por la globalización. En medio del conflicto deja clara su intención ante la incapacidad de los últimos gobiernos por entender los verdaderos reclamos de las comunidades indígenas. Detrás de estos 40 años hay, sobre todo, un testimonio: la conversión de un hombre de fe y pastoral que es capaz de hacer suya la causa de su feligresía y sostenerse. *