* Rencuentro del divo argentino con sus fans
Fito Páez cantó con el dolor de lo perdido y el placer del porvenir
* La pasión encarnó en una figura de hirsuta y desaliñada cabellera
Angel Vargas * Lo mismo transcriptor de lo inefable que de la fatalidad, Fito Páez no puede evitar que su magra y larguirucha anatomía sea desbordada por esa ánima que, irreverente en ocasiones, de profunda sensibilidad en otras, pero histriónica y delicada siempre, se apodera de él cuando se posa frente al piano.
Más allá de sus caleidoscópicas multipersonalidades y de su mundo de mundos, el músico argentino y su inegable talento son capaces de transformar cualquier reunión, por íntima y selecta que sea, en un rito iniciático de grandes dimensiones, del que nadie logra escaparse una vez que se está adentro.
Flaco, miope y narigón, Fito se deja querer desde el primer momento por esas multitudes que todo le festejan y agradecen. Es cierto, ha corrido el alcohol, pero el reconocimiento es sincero. šAl diablo el calor húmedo y sofocante que asfixia cada uno de los poros! šAl diablo ese hacinamiento que por casi dos horas se tiene que sufrir!
Las historias contadas en esa voz aguda como el fuego y grave como el hielo son capaces de devorar cualquier inconveniente e incomodidad, la amnesia corroe como ácido en esta noche de jueves, casi madrugada del viernes. Ya nadie recuerda que este concierto en el Hard Rock Live había sido anunciado como algo íntimo, y la colectividad yuppie y nice que en su mayoría atiborra este antro de Paseo de la Reforma no es menor a la de cualquier tianguis en hora pico.
La primera de enésimas ovaciones -aullidos ávidos de acabar con los tímpanos- se desprende de ese amorfo colectivo de iniciados que ansiosamente había esperado el rencuentro con su divo. Saco y pantalón en color oscuro y camisa en naranja, la contrastante figura del músico en el escenario rompe con esos casi tres años que tuvieron que transcurrir para que regresara a un foro nacional, luego de que en abril de 1997 presentó con un concierto, en el teatro Metropolitan, su penúltima grabación, Euforia.
Las casi dos horas del rito comienzan. Las huesudas manos son hierros que se funden en las teclas del piano para cauterizarse como música. La voz se escapa del delgado cuerpo de Fito con una vitalidad que no habría de perder ni aun en el último de los 18 temas que interpretó, cuatro de ellos en encore.
Qué mejor elección que Al lado del camino -sencillo que se promociona, del disco Abre (WEA)- para empezar la sesión. Las once de la noche y el público está a punto de estallar. La primera de inumerables detonaciones aparece con el segundo tema, ese clásico que es Mariposa Tecknicolor. Las voces anónimas se suman a las de Fito y el piano en un sincronizado coro. Con el bajo, Guillermo Vadalá completa la epifanía.
Recíproca entrega
Sin descanso, las creaciones de Páez se van sumando. Y la entrega de él hacia el público y viceversa es ya inminente. La pasión encarnó en una figura de desaliñada e hisurta cabellera que cuenta las historias de 11 y 6 y la de El chico de la tapa, ante la complacencia y regocijo de los escuchas, quienes se sumen en un silencio incómodo cuando en 11 minutos se rememoran los difíciles trances que vivió Argentina. Fito canta con el dolor de lo perdido y el regocijo de la esperanza La casa desaparecida, himno de dignidad dedicado a su patria.
Las canciones siguen y la altura de la ciudad de México hace mella en el músico, quien luce su camisa completamente mojada de sudor a la altura del pecho. Sonríe y sonríe. Y con sus manos y exageradas reverencias agradece el ensordecedor y continuo batir de palmas que le tributan.
Transcurren casi dos horas, en las que han quedado para la memoria las interpretaciones de Dar es dar, Tus regalos deberían de llegar, Buena Estrella, Abre, La despedida, Un vestido y un amor y un homenaje a Charly García, y Fito dice que es tiempo de irse. Lo intenta hacer, pero resulta inútil, pues hasta en cuatro ocasiones el clamor del público lo hace regresar. En una de ellas se dejó llevar por el júbilo colectivo y sin mayor advertencia su voz se desnudó completamente y a capella y sin micrófono se despidió con Vengo a ofrecer mi corazón.