* La Trova Santiaguera
Cubanizó otra vez un Hard Rock muy mal ecualizado
Jaime Whaley * La cubanización continuó la noche del sábado al presentarse con toda su rica carga musical, en el Hard Rock Live, la Trova Santiaguera en exquisito concierto que abarcó un recorrido por los varios géneros del quehacer cancionero de la isla. Se hace ya costumbre que el talento antillano haga obligatoria escala en el recinto de esa trasnacional (o dicho más actualizado, esa globalidad, con la fobia que ello pueda despertar) del espectáculo con todas las incomodidades que eso acarrea para las sensibilidades que, alcohol aparte, realmente van a disfrutar de la ocasión. Lo reducido del salón y un mal ecualizado sonido obraron en contra del quinteto oriental.
Aunque los temas interpretados fueron de los clásicos como Matamoros, Flores, Rosendo, bien hubiese cabido la composición de Rubén Blades, Plástico, para honrar a la concurrencia que se agita y suda Chanel number tri, mientras por tema de conversación discuten qué marca de coche es mejor.
"Dos Gardenias, Dos gardenias", fue el clamor general tan pronto se apersonaron en el reducido foro del ja-rro, estas cinco auténticas y valiosas reliquias. Pero rápido Reinaldo Hierresuelo, quien con el tres lleva la batuta de la agrupación, llamó al orden."Ya lo sé, ya lo sé", y con ello aplacó al respetable para que la función diera inicio con El guayabero, sabrosón tema que ni por mucho logró elevar el anímo a la clientela.
Otra solicitud constante, pero ésta fue de Hierresuelo para los magos de la consola, fue que mejoraran el sonido, y es que, reconocen los habitúes del sitio, siempre o casi siempre, los técnicos no atinan a darle al clavo cuando allí se presentan troveros; es decir, no saben ecualizar instrumentos acústicos. No es la primera vez; sucedió con Eliades Ochoa, Rubén González y Compay Segundo. Pero ya bien lo dice el latinajo: errare, tecnicum est.
Con sonido un poco más aceptable, los santiagueros, que suman entre ellos 370 años, se dieron a lo suyo: rasgaron con maestría las cuerdas de sus instrumentos y con sus pulmonares voces --especialmente la de Reinaldo Creagh-- transitaron del cosquilleante Rico vacilón a la clásica Lágrimas negras, pasando, desde luego, por esa otra imprescindible Son de la loma. Rayando la medianoche el cotarro se animó, pero ya la altitud de la capital cobraba su factura a los troveros, mientras que otoñales señoras se contoneaban con discreción ante la indiferencia de sus ventrudos y abotagados maridos, tema seguramente para la inspiración de Joaquín Sabina.