Jorge Alberto Manrique
Gustavo Pérez
Tierra, agua y fuego. El barro quemado es el principio. Luego vendrán las vasijas con su oquedad y las figuras macizas cocidas. El trabajo del ceramista Gustavo Pérez se reclama desde una tradición milenaria. Aun cuando su manera no procede del pasado de América ni de Ur, ni de los alfares árabes, ni Grecia, ni Europa, sino del arte cerámico de Japón y de su posterior aclimatamiento en Estados Unidos y Europa.
El arte cerámico moderno en México ha sido cultivado en las manos y los talleres de Hugo Velásquez y Gustavo Pérez, quienes le dan continuidad y llevan a los museos.
Pérez había iniciado ya su formación como ceramista cuando fue a Holanda para perfeccionar su técnica. Ahí fue donde pudo alcanzar la maestría necesaria para producir después, ya en Jalapa, vasijas elaboradas con un refinamiento y rigor poco comunes. Es entonces cuando rompe los cánones tradicionales en la elaboración de vasijas y se abre a formas libres: sin perder el rigor y la fineza en los principios de su trabajo técnico. En sus hechuras plasma huecos y formas diversas que lo llevan a diseñar volúmenes preciosos, placas, tableros y superficies.
Así este ceramista, en la exposición del Museo de Arte Moderno que reúne obras suyas, principalmente de 1998 y 1999, se muestra como el absoluto dueño del barro, medio con el que juega y experimenta de manera seria y sensata.
En sus vasijas de fondo oscuro hiende el barro fresco para trazarle líneas paralelas que lo hieren y revisten. A veces manipula el resultado desde la oquedad y ''empuja" las líneas trazadas abriéndoles muy finos rebordes. En otras piezas, al empujar desde adentro las paredes de la vasija, crea perfiles con curvas abombadas de gran sutileza sobre cuya cara incide, esgrafiándolas.
En sus platos o cajetes aplica un baño de colores pálidos y luego les practica un esgrafiado que da por resultado diseños geométricos y líneas muy finas. En ellos se siguen los esquemas planteados en las vasijas, pero su espacio ''tondo" se organiza de manera circular tan sólo para dar una imagen visual en el objeto creado.
Otras veces los vasos son como aplastados o tienen cortes que se enciman o desdoblan (Flor/ secuencia). En algunos aparece el color superficial parco, en recuadros enmarcados o en pastillajes y pellizcos. Los vasos se pueden calificar de ''informales" o, incluso, de deformes, pero con una fuerte carga lírica: son vasos sin diseños irregulares, ni geométricos o regulares porque se bastan a sí mismos.
Pero, además, están los objetos en los que Pérez recrea sus ocurrencias, sus puntadas, sus agudezas. Y también está el juego en el que una y otra vez se entremezclan lo serio y lo lúdico. Las pirámides de pastillaje con sus puntos amarillos y azules (Pirámide, 93, 94), o construcciones con secciones cónicas. Los volúmenes cuasi informes, pero dotados de una intención sabia (Masculino-femenino, 101); los tableros con sus secciones irregulares, con sus esgrafiados y dibujos en una cara (Tableros, 126); a veces como un trazo de barro en secciones de vástagos, en pedazos medidos y cortados a lo largo y hendidos, con los que Gustavo Pérez diseña composiciones en el piso o los muros. Asimismo, corta cachos en forma de tubo los que, al entretejerlos sobre una base, compone ingeniosamente cual una cesta (Pared tejida, 97 y Señal, 98), o los taches que constituyen tableros a manera de ''timbiriche" o ''gato".
Entre esta serie de tableros se encuentran dos de las piezas más importantes de la muestra. Uno, con el que abre la sala, ocupa un muro en el que compone mediante juegos de color, lo que podría llamarse relieves, organizados en planos donde las formas complejas varían con sus tonos opacos. El otro es un tablero (Composición, 129) instalado sobre una superficie cuadrangular y conformado por secciones tubulares con cortes oblicuos que siguen un sabio ritmo.
Como se aprecia, los mayores recursos de Pérez van desde la hechura de sus cuencos, vasos, platones, hasta las vasijas irregulares, que interviene sobre el enlucido con accidentes que las conforman. Y en todos ellos va desde las formas esculturales, llegando a los tableros, con sus cortes y dobleces del barro.
El trabajo del ceramista, entre sus huecos y superficies, sus colores y texturas, cuenta con dos cualidades mayúsculas: la fineza y la imaginación. Esas cualidades principales dotan a su obra de una coherencia interna que las identifica.
La delicadeza, el rigor y la calidad técnica se hacen visibles en sus objetos. Pero no bastaría. La imaginación creadora pone su parte. Todo está en equilibrio. Hasta lo irregular, hasta la falla.
Con Gustavo Pérez la forma: vasija o vaso o plato, se desdice de la supuesta función adjudicada a ella. Así, el margen entre una forma posible o imposible es el trecho en el que el artista asume su libertad y la configura.
El artista de la tierra, el agua y el fuego planta su universo insólito, de fineza e ingenio. Esta es su apuesta.