* Unos 200 tzeltales arengan a la tropa; los militares los ven, pero no los oyen
Consignas indígenas con fondo operístico en Amador Hernández
* Ustedes son los presos, únanse a nosotros, somos libres, dice a los soldados observador estadunidense
Hermann Bellinghausen, enviado, Amador Hernández, Chis., 5 de febrero * ''Aquí nadie es dueño del mundo'', afirma José con vehemencia ante los siete oficiales del Ejército federal que lo observan ųquizás no lo escuchanų del otro lado de la cerca de apretada cinta cortante que lo separan por escasos cinco metros.
Cubierto con un pasamontañas azul que apenas permite asomar sus ojos, a José lo rodean unos 200 tzeltaleros, de rostros también tapados, hombres y mujeres. Habla en voz alta, aprovechando que hoy le bajaron un poco el volumen a las bocinas que vomitan ópera desde el campamento militar, quizás en atención a los observadores estadunidenses que visitaron este ejido, encabezados por el senador estatal de California, Tom Hayden.
''Eh, soldado ųincrepa Joséų Ƒqué patria estás protegiendo aquí contra nosotros? La que están vendiendo. Lo que tú defiendes son los ricos, que por pedazos se están comiendo la patria''.
Sin recibir ninguna respuesta, pero filmado detenidamente por uno de los dos agentes del Ministerio Público que acompañan a los oficiales, José agita las manos, señala con el índice, abre las palmas con vehemencia: ''Tú debes estar en la frontera, aprendiendo, para detener a los neoliberalistas, que se quieren adueñar de lo que es nuestro y también tuyo''.
Agrega: ''Dices que tu trabajo es ejemplar. ƑEs ejemplar tus burdeles? A ustedes los mandan a agarrar personas, inventarles delito, meterlos en la cárcel. Ustedes piensan en matar. Sus fotos que toman no son para publicar, sino para usarlas contra nosotros''.
El helicóptero que hacía estruendo detrás, en el otro helipuerto, finalmente se había retirado, luego de sobrevolar a los observadores estadunidenses que visitaron la comunidad. Y José aprovechó para terminar: ''El EZLN somos de lo nacional, y también internacionalistas. Por eso nos respeta la gente en el mundo".
Usted, Ƒde qué se ríe?
Pronto se cumplirán seis meses de la ocupación militar de los predios de la comunidad. Al menos medio millar de soldados han destruido cuatro hectáreas de bosque para obtener leña y material de construcción. Cada día parecen más establecidos, en el que sería el extremo de un camino que los campesinos rechazan y que el gobierno federal ''suspendió'' por tiempo indefinido. Los mismos meses lleva esta protesta circular, persistente. ''Tumban árboles grandes, para sus trincheras y sus casamatas'', dice uno de los indígenas que hacen marcha y mitin, todos los días, alrededor de las instalaciones militares.
''Zedillo, firmaste y luego te rajaste'', dicen y también: ''Si es asesino, no queremos un camino''. Una más: ''Soldado, tus mandos superiores son tus explotadores'', y así, una tras otra, las consignas que se oponen a las carcajadas de la ópera. Conforme dan el rodeo a la instalación castrense, los soldados van moviendo las bocinas, y los indígenas reiteran su rechazo a la incursión, que consideran injustificable. Por lo pronto, la gangrena del desmonte y la basura plástica en grandes cantidades se extiende sobre estas tierras ejidales, a orillas de la reserva de la biosfera de Montes Azules.
Tierra rica, tierra hermosa, amenazada con la depredación. ''Albores, asesino, no queremos tu camino'', dicen. ''Hey, soldado, qué lástima me das; teniendo tú las armas, te dejas explotar''.
Un hombre ya mayor, miembro de la comitiva civil estadunidense, comenta que, viendo a los militares atrás de la cerca, les quisiera decir: ''Ustedes son los que están en prisión. Salgan y únanse a nosotros, que somos libres''.
También toma la palabra Elena, vestida de colores y listones, como todas las demás mujeres ųjóvenes y viejasų que la rodean: ''Zedillo manda la división para destruir a la gente''.
Uno de los ministerios públicos se ríe de la situación, se toma fotos con los soldados, y los zapatistas de fondo, y parece divertidísimo hasta que Elena se dirige a él: ''Algún día tienes que dar cuenta de tu risa, mientras la gente resiste y trabaja. Así que usted se burla de nosotros, pero se da vida de perro. Si se muere, se murió y se acabó, sin hacer una cosa buena, porque no les importa la vida''. Sin poderlo evitar, el aludido enrojece, se nota incómodo, y a los pocos minutos desaparece detrás del extenso camuflaje que a manera de cortina abre y oculta el campamento militar.