* La balsa de piedra *
* José Saramago *
El presente texto forma parte de la nueva novela que aparece en México de la autoría de José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, de título La balsa de piedra, en la cual se narra una peculiar travesía: debido a una grieta que se forma a lo largo de los Pirineos, la península ibérica se separa del resto de Europa e inicia una navegación que la lleva a cruzar el Atlántico con rumbo sur. La historia, en buena medida una metáfora de geografía política, permite a su autor conciliar dos universos humanos siempre más cercanos de lo que parece. Agradecemos al sello Alfaguara la posibilidad de contar con esta primicia para los lectores. El libro comienza a circular en México esta semana.
En tan gran secreto que de los preámbulos no se apercibieron, ni por mínima sospecha, los habitantes de los países, venían preparando los gobiernos y los institutos científicos la investigación del movimiento sutil que llevaba a la península mar adentro con enigmática constancia y segura estabilidad. Saber cómo y por qué se rompieron los Pirineos era idea de la que ya habían desistido, esperanza perdida en pocos días. Pese a la enorme cantidad de información acumulada, las computadoras, fríamente, pedían nuevos datos o daban respuestas disparatadas, como ocurrió en el célebre instituto de Massachusetts, cuyos ordenadores se ruborizaron avergonzados al recibir en las terminales una sentencia perentoria, Demasiada Exposición Al Sol, imagínense. En Portugal, quizá por imposibilidad, hasta hoy, de expurgar el lenguaje cotidiano de ciertos persistentes arcaísmos, la conclusión más aproximada que pudimos obtener fue, Tantas Veces Va El Cántaro A La Fuente Que Al Final Se Rompe, metáfora que sólo sirvió para turbar aún más los espíritus, puesto que ni de cántaros se trataba, ni de fuente, pero en la que es posible desvelar un factor o principio de repetición que, por su propia naturaleza, dependiendo de la periodicidad, nunca se sabe adónde va a parar, todo depende de la duración del fenómeno, del efecto acumulado de las acciones, algo así como Gota A Gota Se Llena La Pila, fórmula que, curiosamente, nunca fue expresada por las computadoras, y bien podían hacerlo que entre ésta y la otra no faltan similitudes de todo orden, en el primer caso el peso del agua en el cántaro, en el segundo caso se sigue tratando de agua, pero gota a gota, en caída libre, y el tiempo, otro ingrediende común.
La hora de los buzos
Son filosofías populares sobre las que podríamos discurrir sin fin, pero que a los científicos, geólogos y oceanólogos, poco importan. Atendiendo a los espíritus más simples, la cuestión se puede presentar en forma de pregunta elemental que, en su ingenuidad, recuerda la de aquel gallego a la vista del río Irati cuando éste se iba hundiendo tierra adentro, si no les falla la memoria. Hacia dónde va el agua, quiso saber, ahora lo diremos de otra manera, Qué pasa debajo del agua. Aquí, con los pies firmes en el suelo, mirando los horizontes, o desde el aire, donde infatigablemente siguen las observaciones, la península es una masa de tierra que parece, insístase en el verbo, parece fluctuar sobre las aguas. Pero es evidente que no puede fluctuar. Para que fluctuase sería preciso que se hubiera desprendido del fondo, caso en el que inevitablemente iría a parar al mismo fondo deshecha en terrones, porque, hasta suponiendo que en las circunstancias agentes la ley de impulsión se cumpliera sin mayor desvío o vicio, el efecto disgregador del agua y de las corrientes marítimas iría, progresivamente, reduciendo el espesor de la pl ataforma navegante hasta disolverse por completo la placa superficial. En consecuencia, y por exclusión de partes, tenemos que pensar que la península se desliza sobre sí misma, a una profundidad ignorada, como si se hubiera dividido horizontalmente en dos placas, formando parte la inferior de la corteza profunda de la tierra, y la superior, como explicado queda, resbalando lentamente en la oscuridad de las aguas, entre nubes de lodo y peces asustados, así estará navegando en los abismos, en algún lugar de los océanos, el Holandés Errante de triste memoria. La tesis es seductora y tiene misterio, con una puntita más de investigación podría proporcionar el más fascinante capítulo de las Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino. Pero éstos son otros tiempos, y la ciencia es hoy mucho más exigente, y como no es posible descubrir lo que hace que la península se desplace sobre el fondo del mar, entonces que alguien vaya, con sus humanos ojos, a ver el prodigio, a filmar el arrastre de la gran masa de piedra, a grabar quizá esa especie de grito de ballena, ese rechinar, ese desgarro interminable. Es pues la hora de los buzos.
ƑY si se interpone una fosa abisal?
En apnea, ya se sabe, no se puede bajar muy hondo ni por mucho tiempo. Va el pescador de perlas, o de esponjas, o de corales, se sumerge hasta cincuenta metros, e incluso setenta, eso los ases, aguanta tres o cuatro minutos, es todo cuestión de entrenamiento y necesidad. Aquí son otras las profundidades, y las aguas mucho más frías, hasta resguardando el cuerpo con esos monos de caucho que transforman a cualquier persona, hombre o mujer, en un tritón negro con listas y pintas amarillas. Se recurrirá entonces a las escafandras, a las botellas de aire comprimido y, con estas más recientes técnicas y aparejos, usando de mil y un cuidados, se podrán alcanzar fondos de unos doscientos o trescientos metros. De ahí para abajo será mejor no tentar la suerte, manden máquinas sin tripulación, llenas de cámaras de filmar y televisión, sensores, sondas táctiles y ultrasónicas, todo el instrumental adecuado a los fines propuestos.
Discretamente, a la misma hora, con vistas a un mejor cotejo de los resultados de la observación, empezaron las operaciones en las costas norte, sur y oeste, bajo cobertura de maniobras navales dentro del programa de entrenamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, para que el anuncio de la investigación no suscitase nuevos movimientos de pánico, puesto que, hasta ahora e inexplicablemente, a nadie se le había ocurrido que la península pudiera estar resbalando sobre lo que fue su milenario zócalo. Es hora de revelar que los sabios andan ocultando otra angustiante inquietud, que procede, digamos que fatalmente, de esta misma tesis que propone la hipótesis del corte horizontal profundo, y que se puede resumir en esta nueva interrogante de terrible simplicidad, Qué pasará cuando se interponga en el camino de la península una fosa abisal, en consecuencia, dejando de existir una superficie continua de desplazamiento. Recurriendo, como es siempre deseable para una mejor aprehensión de los hechos, a nuestra propia experiencia, de bañistas en este caso, comprenderemos perfectamente lo que esto significará si recordamos lo que sucede, en pánico y aflicción, cuando inesperadamente se pierde el pie y la ciencia natatoria es insuficiente. Perdiendo pie la península, o pies, será inevitable la inmersión, el hundimiento, el ahogo, la asfixia, quién iba a decirlo, tras tantos siglos de vida mezquina, que estábamos abocados al destino de la Atlántida.