* Guillermo Almeyra *
Austria: cristianos pero no "demos"
Lo vimos en las elecciones chilenas, donde más de la mitad de la Democracia Cristiana (que en las elecciones anteriores había votado en bloque por el hijo de su presidente mítico, el ex falangista y "camisa gris" Eduardo Frei) votó por el candidato de la ultraderecha para no hacerlo por el palidísimo y blandísimo candidato "socialista" de la Tercera Vía, Ricardo Lagos. Lo vimos antes en Italia, donde Forza Italia, del magnate defraudador del fisco, Silvio Berlusconi, aliado a los fascistas de Alianza Nazionale, se llevó buena parte de los votos y los cuadros de la anterior Democracia Cristiana. Lo vimos en España, donde el franquista Aznar concentró los votos, unidos, de la extrema derecha y de la derecha católica. Ahora lo vemos en Austria, donde la fórmula que llevó al poder a Adolfo Hitler se repite con Jörg Haider, admirador de aquél, o sea, la alianza entre los conservadores reaccionarios antisocialistas reunidos en el partido cristiano, que de "demo" no tiene nada, y los nazis.
En este caso, el antisemitismo y el nazismo tienen una clara raíz en el catolicismo derechista. En Austria, antes de la anexión hitlerista a Alemania, existía la dictadura fascista, a la mussoliniana, del democristiano canciller Dollfuss y de su sucesor, la cual mató, encarceló y exilió a cientos de socialistas, persiguió a ese partido y cedió ante los nazis. Austriacos eran los peores ideólogos y militantes nazistas y los peores SS. El antijudaísmo hundía sus raíces en el fundamentalismo católico y en las tradiciones de pogroms en el Sacro Imperio Romano Germánico ya desde las primeras Cruzadas.
En Austria casi no quedan judíos (sólo unos 5000), casi no hay desocupación, el nivel de vida y de cultura es alto, pero el antisemitismo, el racismo y la xenofobia son enormes y nadan en el caldo de cultivo del fundamentalismo católico que el Vaticano no ha condenado ni quiere mencionar. Cercana a los países de Europa oriental hoy en crisis y a la ex Yugoslavia desastrada, Austria vive el miedo a la inestabilidad antes de tenerla, el odio a los extranjeros que no la han invadido, el temor al judío que no tiene contacto con el ciudadano común. Haider crece con el voto del miedo al otro, de la protesta contra la política solidaria y cosmopolita de los socialistas, y crece también con la evolución a la derecha del católico común, reaccionario y obtuso, que pudiendo formar un nuevo gobierno con los socialistas prefirió hacerlo con los nazis.
Alemania (el democristiano Helmuth Kohl) y el papa polaco Karol Woytila le abrieron el camino a Haider al reconocer la independencia de Croacia, abriendo así el camino a la guerra en Yugoslavia y ųel últimoų al santificar a monseñor Stepinac, criminal de guerra que apoyó al también genocida nazi y católico Ante Pavelic, refugiado en Argentina gracias a un pasaporte que le dio el Vaticano.
Por eso, los partidos democristianos europeos, todos ellos reaccionarios, tienen miedo de condenar a Haider: perderían votos hacia sus respectivas ultraderechas y reforzarían al nazismo aún no consolidado de los conservadores racistas pero todavía no hitleristas como Haider, que ya no soportaban su vieja alianza con el ultratibio partido socialista austriaco. Ese es el miedo del bloque de partidos populares (democristianos) en el Parlamento Europeo y, especialmente, el miedo de los democristianos alemanes, ya sacudidos por la corrupción de sus dirigentes, así como el miedo del partido de Jacques Chirac. Hay que recordar que Franco no era hitlerista sino clerical-fascista, al igual que Drieu La Rochelle, los fascistas belgas, los Croix de Feu católico-fascistas franceses, el almirante Horthy en Hungría. Con los efectos antisociales y antisolidarios de la mundialización, alcaldes democristianos como el de El Ejido, en Almería, España, o votantes conservadores asustados se hacen fascistas. El centro va hacia la extrema derecha y sólo un pequeñísimo sector hacia la extrema izquierda. Eso ya lo vimos en los años 30. El problema, por consiguiente, no reside en el millonario Jörg Haider, sino en ese deslizamiento de un sector de masas del catolicismo, al que el Papa, en su momento, impulsó en esta dirección sin arrepentirse nunca. Por eso todavía hay tiempo para, con una política de izquierda, totalmente opuesta a la no política de la Tercera Vía, abrir el camino a una unión de las izquierdas y dar nueva capacidad de atracción a éstas sobre un sector del centro.