PINOCHET Y EL HUMO DE LONDRES
El dictador senecto Augusto Pinochet, como todos saben, tiene los achaques propios de los octogenarios, sobre todo cuando ellos han disfrutado de la buena vida que les otorga el poder y de la seguridad que da el ser jefe militar en un ejército que sólo ha combatido, en el último siglo, a sus conciudadanos desarmados.
De modo que, diabético, Pinochet ha tenido uno de los semidesvanecimientos propios de esa enfermedad (los cuales se curan, por otra parte, con un poco de insulina y hasta bebiendo una gaseosa azucarada).
Eso bastó, sin embargo, para que desde Londres se difundiese al mundo que el genocida había sufrido "un infarto cerebral" en un evidente intento de lanzar una cortina de humo para facilitar el traslado a Chile del criminal galoneado y de evitar que el mismo sea juzgado en España o en otro país europeo por los crímenes cometidos en todos los países del Cono Sur, comenzando por el propio.
Así, del ocultamiento ilegal y antijurídico del informe médico sobre la salud del tirano se pasa directamente a la falsificación de diagnósticos y a su propagación oficiosa para engañar a la opinión pública mundial y presionar en Chile mismo para que, si el multiasesino fuese devuelto allí, no deba pasar por los tribunales. La complicidad entre los conservadores británicos y la dictadura chilena de Pinochet está fuera de toda duda, pues fue proclamada públicamente por el carnicero de sus compatriotas y por la ex primera ministra Margaret Thatcher. A esa complicidad se agrega ahora la de todo el establishment del Reino Unido, incluyendo a los liberal-laboristas del primer ministro Tony Blair. La objetividad de las informaciones periodísticas, de las que antaño se ufanaba Londres, deja así paso al amarillismo para facilitar la compra por Chile de naves y armamento naval, así como el comercio inglés en el país andino (si posible, a costa de España y otros países europeos más apegados a la justicia).
Si esta burda maniobra y toda la hipocresía del establishment inglés no apenase y la inmensa mayoría de los medios de información cumpliesen con su deber de dar los elementos para reflexionar, en vez de ocultar tanto las noticias y el entorno de las mismas como las conclusiones, una inmensa sensación de asco abarcaría el mundo.
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