Eulalio Ferrer Rodríguez
Globalización ecológica y globalización económica
Encuentro desconsolado a un buen amigo, veterano como yo en la militancia generosa de la vida. Su médico acaba de diagnosticarle un cáncer de piel. No le resigna saber que es frecuente en nuestro tiempo y que no es de los que matan. El desconsuelo alberga una protesta sorda, porque el médico ha reprochado a mi amigo que no se protegiera, cuando debía, de los excesos del sol. Y viene a decirme que, si hace 50 años le hubiesen advertido tal riesgo, ahora no padecería el cáncer descubierto. Contrariamente --y no son pocos los que lo pensaban-- él creía en su juventud que los rayos de sol, con todo y sus bronceadores, vitalizaban el cuerpo y eran señal, en ambos sexos, no sólo de buena apariencia y de energía carismática, sino de efectos saludables. Caso típico, seguramente, de otras imprevisiones humanas. De inmediato asocié a ellas el reiterado aviso de la comunidad científica sobre los estragos mortales que amenazan a la Tierra y a la especie humana por la crisis ambiental. La asociación fue apremiada por la lectura reciente del libro póstumo de Carl Sagan, verdaderamente espléndido, Miles de millones (1998). Entre sus datos y reflexiones sobre los atentados contra el medio ambiente, incluye el de que apenas ahora estaríamos a tiempo de impedir los efectos fatales que podrán causar a la naturaleza y a la especie humana dentro de 40 años, con una población casi duplicada de la Tierra y su tendencia incontenible a urbanizarse. Independientemente del alivio inmediato que las medidas previsoras proporcionen al mundo actual, Ƒno sería irresponsable y vejación máxima que dejáramos a las próximas generaciones una herencia tan maligna y dolorosa, en todas las extensiones de ambos términos? Sin duda, nos acusarán de los descuidos de hoy, al provocar y liberar la enorme cantidad de nitrógeno y gases contaminantes, tantos desperdicios químicos y combustibles fósiles. ƑNo basta saber, conforme los mismos cálculos, que en los últimos 25 años la Tierra ha perdido 30 por ciento de la riqueza natural? Es alarmante conocer que la especie humana destruye cada segundo media hectárea de bosques; que sólo las emisiones globales de dióxido de carbono sumaron a fines de los 90 alrededor de 25 mil millones de toneladas, casi doblada la cantidad que se registró en 1950; que las temperaturas del pasado siglo han sido las más cálidas de los últimos 150 mil años, determinando globalmente cambios y fenómenos climáticos; que los deshielos árticos consecuentes están en el origen de las diversas catástrofes padecidas recientemente, presagiando otras mayores, y que todavía más de 4 mil millones de seres humanos carecen de agua... Puede ser revelador el dato de que la Asociación de Aseguradoras Norteamericanas han declarado no hace mucho que los daños ocasionados por las catástrofes climáticas pueden llevarlas a la ruina. (En 1992 sólo el huracán Andrew les causó una pérdida de 50 mil millones de dólares.)
Es, evidentemente, perspectiva de tintes muy sombríos. Ha sido denunciada con insistencia creciente. De enero de 1990 es el llamamiento ya histórico que un destacado conjunto de científicos y líderes religiosos lanzó al mundo en defensa del medio ambiente, con encarecimientos de soluciones a los gobiernos, a los organismos internacionales y a la sociedad universal. Un llamamiento en el que se anticipó: Ahora nos vemos amenazados por alteraciones globales que evolucionan rápidamente y cuyas consecuencias biológicas y ecológicas a largo plazo, por desgracia, ignoramos. Desde entonces, y aún antes, por supuesto, han arreciado, desde diversos foros y reuniones, manifiestos y voces inspirados esencialmente en aquel documento.
Se ha escarbado en el lejano pretérito para mostrar con carácter aleccionador los cambios del paisaje terrestre. David Ewing Duncan, en su interesantísimo libro El calendario evoca que hace 13 mil años el Valle de la Doradoña, en el centro de Francia, se parecía más a la Alaska de nuestros días que a las frondosas colinas cubiertas de vides de la actualidad. En otro salto del tiempo, 10 mil años atrás, recuerda que el Sahara estaba cubierto de vegetación y no de arena. El propio Carl Sagan refiere que hace 20 mil años lo que es hoy Chicago se hallaba cubierto por una capa de hielo de kilómetro y medio de espesor. ƑA cuántos de esos miles de años equivalen los 40 que menciona Sagan --o los 70 que otros citan--, como punto de referencia de lo que sucederá en la Tierra si desde hoy --desde ayer-- no se adoptan medidas para impedir la catástrofe ecológica que compromete el porvenir de nuestro planeta? Preocupante pregunta y acuciosa respuesta.
Viene preocupando, como tema cotidiano, la globalización de la economía, en lo que pudiera ser el salto de una economía de mercado a una economía monopólica o altamente concentrada; más alto el nivel de la riqueza, más ancha la brecha de la pobreza. Esto es, la diferencia entre una economía de mercado y una sociedad de mercado, en la oportuna advertencia de Norberto Bobbio. Su carácter especulador y su acento materialista, como foro de toda clase de intereses y apremios, hacen de la globalización económica el tema preferente de cada día, de todos los días. Se atiende mucho menos, por pragmatismo, menosprecio o falta de conciencia, la otra globalización, la ambiental. El efecto de las cotizaciones de bolsa, situado por encima del efecto invernadero. Se olvida, acaso, que una y otra globalización son inseparables, aun en sus inequidades. Valga un dato: con 5 por ciento de la población del planeta, Estados Unidos consume casi 25 por ciento de la energía mundial. Añadido a otro: 100 empresas o consorcios internacionales dominan hoy 75 por ciento de las ventas globales.
Ciertamente, se están tomando medidas para corregir o acortar el desequilibrio climático. Gran Bretaña fue el primer país que inició este movimiento, acosado por sus consecuencias reales. Estados Unidos es hoy de los más activos. Japón comienza a serlo. Francia ha impuesto la ecotasa a las actividades contaminantes, premiando el avance de las "verdes". En Italia se ha instituido el Domingo Ecológico, día en que algunas de sus ciudades más importantes suspenden el tránsito de vehículos motorizados. Vuelve a reinar la bicicleta. A nivel internacional se ha creado el Día del Agua para celebrarse en la entrada de la primavera. Hay un nuevo lenguaje comercial que habla de ecomercados, ecoetiquetas; de combustibles que tienen más octanos y mínimo plomo, de pinturas con compuestos orgánicos muy bajos, de aerosoles neutros, de envases que no dañan la capa de ozono, de telas y tejidos que aman la naturaleza, etcétera. El verde es color y apelación. Y, sin embargo, no es suficiente. Se requieren --y de prisa-- correcciones más radicales y profundas. Los desastres meteorológicos parecen ganarles la carrera, como hemos comprobado en 1999. Existe lentitud en el orden de las medidas prácticas y en el de la educación ciudadana, en los países desarrollados, y un vacío enorme en los subdesarrollados.
Como si no se percibiera la urgencia catastrófica, en su perspectiva real, los logros ambientales tienen el pasado como índice comparativo, olvidando generalmente la referencia obligada del futuro. Si el paso no se acelera, si las depredaciones siguen imponiendo su tiranía salvaje, el presente pagará su cuota de sufrimiento. Pero las nuevas generaciones, dentro de 40 ó 50 años, podrán acusarnos y maldecirnos. No les consolará una carta global de solicitud anticipada de perdón, firmada, desde luego, por los principales responsables de los daños que padecerán. Al contrario, una humanidad afligida y humillada les condenará sin piedad por todos sus hechos y desechos.