La Jornada miércoles 16 de febrero de 2000

Emilio Rabasa Gamboa
El diálogo y Moby Dick

Hace exactamente un año, La Jornada amablemente me brindó un espacio en sus páginas, que ocupé con una propuesta sobre los Acuerdos de San Andrés Larráinzar (ASAL). Entonces argumenté que era necesario superar el estancamiento evitando reincidir en las mismas defensas que cada parte hemos esgrimido sobre la interpretación correcta de dichos acuerdos. Proponía que nos colocáramos por encima de ese debate interminable y nos preguntáramos: "Qué podemos hacer para destrabar la suspensión unilateral al diálogo y superar las interpretaciones contrapuestas de los ASAL".

Desde entonces el gobierno ha dado "un paso más" con la iniciativa política presentada por el secretario Diódoro Carrasco el pasado 7 de septiembre y ratificada en San Cristóbal el 6 de diciembre del año pasado. La iniciativa contiene en el primer punto una propuesta de método, en y por el Senado, incluyente del EZLN, para resolver el impasse que se ha creado en torno a San Andrés. Lentamente, pero ha caminado la búsqueda de esa plataforma común de entendimiento, sobre todo cuando el Senado acordó recientemente y por unanimidad de las fracciones políticas ahí representadas suscribir un punto de acuerdo que señala: "El Senado de la República considera que el Congreso de la Unión es el espacio adecuado para allegarse toda la información y los elementos disponibles, tanto provenientes del EZLN como de todas las fuerzas y actores que estimen convenientes a fin de coadyuvar al proceso de pacificación de Chiapas". Ahora es importante llenar ese espacio con otro paso en esa dirección.

En la carta abierta al EZLN que presentó el secretario Carrasco está expresada la contundente voluntad del gobierno de restaurar la confianza en una salida política al conflicto en Chiapas. Ahí está la respuesta a los cinco requerimientos del EZLN para retornar a la mesa de la negociación. El EZLN no la ha deslegitimado, pero tampoco la ha contestado. Su elocuente (18 comunicados de septiembre a la fecha) silencio sobre la carta ha sido interpretado por algunos como una negativa. Personalmente me niego a aceptarlo. No creo que el silencio sea una respuesta digna de los zapatistas.

Hoy, a cuatro años de firmados los Acuerdos de San Andrés y a nueve meses de que concluya la presente administración, con todo respeto por quienes opinan que el diálogo es inviable, basados en una lectura de la realidad presente, yo creo que es factible y hasta necesario.

La historia del hombre está plagada de conflictos, desde las civilizaciones antiguas hasta las sociedades actuales. ƑSe requiere mayor evidencia que la historia? Pero también es cierto que somos hijos del diálogo, cuya paternidad histórica correspondió a los griegos de los siglos V y IV a. de C. El diálogo, primero con los sofistas y luego con Sócrates y Platón, diferenció a los helenos del resto de las civilizaciones antiguas, los sumerios, egipcios, hindués, chinos y olmecas. Los griegos demostraron la factibilidad de una forma de entendimiento humano que determinó el carácter horizontal (democrático) de la sociedad ateniense, y con ello, la historia registró que podía desarrollarse una vía distinta de la imposición vertical (autoritaria) que caracterizó a las otras sociedades entonces existentes.

De ese diálogo que nos legaron los griegos brotó como fuente inagotable todo el manantial de la cultura y civilización modernas. El diálogo dio vida a la metafísica, la lógica, la ética, la filosofía política y la estética, en particular a la literatura con la tragedia y la comedia. Los atenienses dialogaban no sólo en el ágora para discernir y decidir sobre los asuntos públicos; también lo hacían en el mercado, en la plaza, en la casa y en el teatro (entre el coro y el actor principal). Sócrates hizo del diálogo un método filosófico caminando por las calles de Atenas. Ninguna de estas expresiones del espíritu libre, que hoy continúan inspirándonos, hubiera sido siquiera pensable sin el diálogo.

Con base también en los griegos, Nietzsche, siglos después, nos alertó sobre los instintos dionisiacos y apolíneos que, dejados al azar, entran en conflicto para dar nacimiento a la tragedia. Fue la suya una premonición de las calamidades que azotarían a la humanidad en el siglo pasado.

En la misma línea premonitoria, Roger Bartra en su reciente libro, La sangre y la tinta, de manera ingeniosa ha recurrido a la novela de Herman Melville para hacer un llamado a ambas partes en conflicto a fin de "que relean el último capítulo de Moby Dick. Y les pido por el amor de Dios que no tomen ese texto como libreto para actuar en los últimos actos de este drama".

En ese último capítulo ocurre el naufragio: el hundimiento del barco y la muerte de la ballena blanca. Con estas palabras concluye Melville su novela: "Una triste espuma blanca chocó contra sus abruptos bordes; después, todo se desplomó, y el gran sudario del mar siguió meciéndose como se mecía hace cinco mil años". Basado en esta obra, Bartra llega a la siguiente conclusión: "Para que no nos cubra un gran sudario, debemos enterrar las armas, dejar la nave en la selva y abandonar la noche blanca del olvido, para brincar hacia la sombra de la civilidad democrática (como una vez le aconsejé al subcomandante Marcos en una carta que tal vez se tragó la ballena)".

Durante estos últimos años el EZLN ha recurrido a múltiples y diversas excusas para no dialogar. Desde el asesinato de Colosio en 1994, hasta las recientes declaraciones del Presidente en Europa, y la UNAM.

Lo cierto es que en ninguna parte del mundo se han resuelto los conflictos bajo condiciones ideales. Estas las crean las partes, mediante el diálogo, cuando existe la voluntad de resolverlos. Cuando esta voluntad es inexistente, cualquier pretexto (Ƒun eclipse de luna?) es bueno para no dialogar. ƑNo es llegado el tiempo de pensar en argumentos para sí dialogar y comenzar a transitar del estancamiento del conflicto hacia la civilidad democrática que propone Bartra?

El diálogo nos alejará de la metáfora de Moby Dick y con él, como nos enseñaron los griegos, podremos construir, en nuestro caso edificar, la nueva relación entre el Estado, la sociedad civil y los pueblos y comunidades indígenas, tal y como se firmó en San Andrés, hoy, hace cuatro años.