* José Cueli *

El toreo ballet

En todo torero, por muy introvertido que sea su carácter, el ambiente ejerce sobre su mente dominadora sugestión. Los públicos ac- túan sin descanso, influyéndolo, mol- deándolo y ahormándolo hasta conseguir un modo de ser encerrado en sí mismo en perfecta adaptación. Un trabajo suave, imperceptible, hasta que la tenacidad le abruma de tal modo que logra vencer gracias a su oficio.

Por otra parte, (toreros algunos) son seres de sistema nervioso fino y complicado, extraordinariamente sensible, que, cual antena, recogen las múltiples ondas espirituales que vibran en su alrededor para transmitirlas a su quehacer torero y que éste, a su vez, produzca en el aficionado susceptible de emo- ción, estremecimiento, aprisionado al recibir el ser del torero.

Consecuencia de lo expuesto es que el artista, el torero, para crear faenas inmortales verdaderamente estéticas necesita ante todo recibir la influencia espiritual adecuada del aficionado, sugestionarse, apasionarse y poder expresar lo que lleva dentro. Recordemos que la técnica y el oficio no son más que medios, aunque importantes, quizá necesarios, de exteriorización.

Este es el caso de Manuel Caballero, cuyo conocimiento de la lidia lo coloca en un primer plano. Llegándose a ser un maravilloso técnico, pero sin alcanzar nunca la categoría de artista. Para colmo de males, la pérdida de casta de los toros le juega un mal papel, ya que resulta ridículo dominar a toritos inofensivos y masacrados por los picadores.

Con Manuel Caballero, la técnica y el valor triunfaron sobre la expresión. En épocas en que la expresión triunfa sobre la técnica, como ha demostrado hasta la saciedad Enrique Ponce, cuya fuerza emotiva es tan grande que el contemplador y el aficionado le perdonan gustosos sus incorrecciones. Máxime si los novillones descastados que se torean no requieren de una gran técnica para que el torero pueda expresar su mundo interno .

Así se dio el caso de que Manuel Caballero cuajara grandes faenas en la temporada que terminó, enseñando la diferencia de ligar las faenas --torear-- y sólo "pegar pases" y la plaza se quedara casi indiferente. Mientras que se enloquecía con el toreo expresivo de Enrique Ponce que solo pegaba peses, pero hablaba de la sal marinera mediterránea de colores inverosímiles, creadora de belleza. Si de técnicas y entrega se trata, Caballero fue el amo, y si de toreo expresivo hablamos, y con ello, de lo bello, Enrique Ponce; la emoción marinera de su toreo conviértese en expresión que se hace forma.

El toreo sin toros de casta se vuelve forma y expresión: ballet.