* Elba Esther Gordillo *

Una fresca mirada

La consolidación de un régimen democrático no puede restringirse al ámbito "puramente" político, electoral, partidista. La renovación de instituciones, así como la definición de reglas compartidas por todos, que respondan a la nueva configuración y expectativas de la sociedad mexicana, sólo puede entenderse como parte de un tejido más amplio: sociocultural, de percepciones, que modifique la vida cotidiana de grupos e individuos, que atraviese y determine los más diversos espacios de la actividad nacional.

Muchas veces, particularmente en el torbellino de las contiendas electorales, los profesionales de la vida pública olvidan que la actividad política no es un fin en sí mismo. Gobernantes y opositores, legisladores o activistas, líderes de opinión y observadores, asumen que su pasión vital corresponde puntualmente al interés general; que la política --reducida a la lucha por los espacios de poder o su mantenimiento-- ocupa el centro de gravedad y todo, absolutamente todo, gira o debe girar a su alrededor.

Se trata de una percepción profesional muy entendible que frecuentemente deriva en el distanciamiento de lo que ocurre en la plaza pública. Encapsulados en el ojo del huracán de la contienda, los políticos dejan de percibir el pulso de la sociedad que encarna el ciudadano de a pie.

Lo anterior viene a cuento por el estreno de un par de películas nacionales que, desde diferentes enfoques, ofrecen una visión crítica de nuestra realidad. El lector seguramente las conoce o se dispone a hacerlo: Todo el poder (de Fernando Sariñana) y La ley de Herodes (de Luis Estrada), dos ejemplos más de una ola refrescante en la cinematografía mexicana.

La corrupción y la inseguridad pública, la impunidad y el autoritarismo, el uso faccioso del poder y la inermidad ciudadana son algunos de los temas tratados. El humor y la parodia, el ingenio y los trazos de agudeza crítica, son los instrumentos de la disección.

Sobre la calidad y el tino de ambas cintas ya se han expresado los especialistas y se expresarán los espectadores. Lo que me interesa resaltar es la importancia que puede adquirir un producto cultural, artístico o de entretenimiento en el fortalecimiento de visiones, tendencias y prácticas colectivas.

La mirada inquisitiva de los creadores suele expresar, con mayor o menor exactitud y sensibilidad, las preocupaciones e intereses de una sociedad, que no siempre encuentra las vías institucionales para hacerlo. Ocurre en los mejores casos y siempre, no hay duda, a partir del ejercicio pleno de la libertad artística e intelectual.

En el caso de las dos películas mencionadas, no se trata de "agradecer" el fin de la censura --ganada a pulso por infinidad de luchas, manifestaciones y esfuerzos-- sino de celebrar la consolidación, paulatina, pero efectiva, de la "normalidad democrática" en espacios de enorme influencia social. La caída de tabúes, temas prohibidos, reglas no escritas, es una prueba fehaciente del avance de la pluralidad. Una muestra de salud pública.

El debate a que den lugar, las reflexiones públicas y privadas, los impactos en el ambiente, deberían ser motivo de atención de partidos y estrategas en campaña. A nadie le hace daño escapar, aunque sea un momento, del aire enrarecido por el uso y abuso de encuestas, estudios de opinión y sondeos caprichosos.

No es poca cosa que la mirada fresca de dos jóvenes cineastas ofrezca la oportunidad de hacer contacto (o ratificarlo) con las inquietudes, reclamos y esperanzas de los mexicanos de carne y hueso.

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