La Jornada martes 22 de febrero de 2000

Hermann Bellinghausen
Dentro de 400 años

Cuando las personas, como las cosas, son de verdad grandes, para conocerlas se necesita ir por partes. Con Fernando Benítez hay que proceder así, y poder abarcar la amplitud de su huella en la cultura mexicana moderna. Están el escritor, el reportero, el editorialista, el editor genial, audaz y comprometido. Está el feroz amigo de sus amigos, muy a la mexicana: ''Con mis amigos no te metas, cabrón". El dandy de lengua kilométrica, el cortesano impertinente en las salas del poder. Los Benítez son muchos: historiador de la Colonia en los últimos años, antes fue historiador de lo inmediato. Sabueso de primera línea para detectar la literatura, las artes plásticas, el secreto de lo poético, y promoverlo como eficaz publicista que sólo anuncia lo que, en su conciencia, considera digno de ser conocido. (O sea, publicista de los que ya no hay).

Biógrafo de Lázaro Cárdenas y Hernán Cortés, Fernando Benítez incursionó en la radio y en los bajos fondos de México con naturalidad divertida. Catedrático universitario y maestro de periodismo práctico de varias generaciones.

Pero de tantos Benítez, hay uno que dicen los que saben que es el mero principal. El que sobrevivirá. Luis Cardoza y Aragón, colaborador y amigo suyo, además de considerarlo ''uno de los grandes escritores de México", dictamina sobre su obra: ''Algunas de sus páginas panfletarias son escrupulosamente contundentes. Los ensayos sobre los indios, testimonio monumental, proseguirán válidamente polémicos, cuando novelas y poesía de hoy no consientan la relectura". Y no sólo eso: ''A Fernando Benítez se recurrirá, como a un Bernal Díaz del Castillo", para saber cómo vivían los indios en estos años.

Veinte años de su vida dedicó a Los indios de México, el más vasto y rico reportaje que se escribió entre nosotros sobre cualquier cosa en el siglo XX. Un hito cultural que los años, aún corrigiéndolo, sólo confirman.

El mismo reconocería que esa experiencia entre los años sesenta y setenta, fue lo que más le ayudó a quitarse lo pendejo. Y que sus libros se leerían ''dentro de cuatrocientos años". Aunque vanidoso era, en el momento de declarar eso en una entrevista hace 10 años (México Indígena, agosto de 1990), Benítez sencillamente se rendía a una evidencia. Los cinco volúmenes de tal opus, escritas con su mejor pluma, en la circunstancia más nítida de su compromiso social, son indispensables, y ahí sí ni modo.

Su relación con el gremio antropológico fue desastrosa. Su veracidad, aun a la hora de los trazos gordos, o erróneos, fue una piedra en el estanque de la academia de la que nunca se recuperaron los especialistas.

ƑCómo pudo ocurrir que aquel catrín que conoció Cardoza, ''elegante como señorito porfiriano, inundado de mancuernillas y corbatas por todas partes", fuera a la vez y sistemáticamente el puente de la voz de los indios? Acuclillado con ellos en los jacales, a golpe de huarache y mula, llegó al corazón de lo que entonces todavía no se llamaba México profundo. No estaba en su lenguaje hablar de revelación, pero eso fue lo que tuvo: ''Era mucho más pendejo de lo que soy ahora cuando visité a los huicholes", decía en 1990 de su experiencia en 1970.

Y aunque quizá no supo traducir en acción sus hallazgos, parternalista malgré lui, Benítez trascendió su muy humanitario dolor ante el ''sufrimiento" de los pueblos indios: ''Los indios son los únicos demócratas que existen en el país. Comienzan como topiles, y los nombran gobernadores por haber servido al pueblo gratuitamente", decía con entusiasmo, ''y sin embargo, esta democracia es la única que no figura en la Constitución".

Benítez fue un constructor de puentes. Trajo a Lumholtz y Preuser a 1970, desde el siglo XIX, y llevó hasta María Sabina al Gordo Guasón, como llamaba al célebre micólogo Gordon Wasson, ''descubridor" occidental de la sabiduría vertiginosa de los mazatecos. Porque Fernando Benítez siempre fue un buen guía.

Con él, los fotógrafos Nacho López, Walter Reuter y Héctor García escribieron una página definitiva del arte documental contemporáneo. Los indios de México cambiaron la percepción nacional de los pueblos indígenas mexicanos, en muchos sentidos.

El los encontró embriagados, miserables y grandiosos, y les calculó 50 años más de vida. Su jefe Caso, en 1967, les había dado 20 años. Hoy, después del despertar indígena 1974-1994, están en el corazón de la cultura mexicana; y sólo con ellos habrá una verdadera modernidad, que 500 años no es nada.

Benítez vivió para ver este cambio, y comprendió la trascendencia inaugural de los Acuerdos de San Andrés, de cuyo cumplimiento siempre fue partidario.

''Hermanito ųdecía con ese su tono ululanteų, Ƒcómo iba yo a saber que los indios iban a reaccionar así contra su miseria? Yo los conocí tan jodidos."

La riqueza verbal y documental de la obra mayor de Benítez resume todas sus contradicciones. Carlos Fuentes diría que Los indios de México ''no sólo opone al escritor, dueño de su lengua, a los indios, dueños de su silencio", sino que además nombra al mundo.

ƑQué mejor elogio se puede hacer de Benítez que reconocer que, 30 años después y siguiendo su estela, florece en México una literatura indígena que lo supera?