La Jornada martes 22 de febrero de 2000

Carlos Fuentes
La cultura como placer

Ya no recuerdo cuál fue: la Venus de Milo o el David de Miguel Angel. El sexo, en esta ocasión, no cuenta. Su libertad, en cambio, sí. El hecho es que siendo Fernando Benítez director del suplemento cultural de Novedades, los dueños del periódico se escandalizaron de que en la primera página apareciese un cuerpo humano desnudo, o como decían antes las señoras decentes: Pura gente bichi.

Pocos años más tarde, en el mismo periódico, Fernando asumió la defensa de una joven revolución cubana recién llegada al poder y acosada por todas partes. La barba de Fidel Castro, por aquel entonces, espantaba más que los senos de la Venus y esta vez Benítez fue despedido de Novedades.

Con él nos fuimos todos sus colaboradores, en un acto, si no sin precedentes, siempre insólito en un mundo de acomodos, servilismo y silencios como era el de la prensa mexicana domesticada.

Nos dio cabida, de inmediato, el gran José Pagés Llergo en las páginas de Siempre! Pero Benítez no escarmentó. A los pocos meses, organizó una expedición al estado de Morelos para investigar la muerte del dirigente zapatista Rubén Jaramillo y su familia, noticia que, una vez más, la prensa de la época había encubierto. Las presiones del gobierno de López Mateos contra Siempre! fueron instantáneas, Pagés Llergo no cedió y Benítez siguió en Siempre! Es su adverbio. Siempre: Perseverancia, suma de tiempos, memorias, actualidad, deseos...

Pero lo que quiero destacar en este homenaje a Fernando es que, en él, la cultura como placer y la política como deber, las exigencias de la estética y las de la ciudadanía, el estado del arte y el estado de la ciudad, nunca han estado separados: nada califica, nada distingue, nada exalta más la obra cultural de Benítez que este simple aunque dificilísimo hecho: ser un hedonista de izquierda, rehusar el puritanismo monacal y a menudo hipócrita de las izquierdas dogmáticas. Y es que en el concepto de Benítez, la política de izquierda no consiste en empobrecer a todos (de eso se encarga, con gran éxito, la derecha neoliberal) sino en abrirles a todos las puertas de la oportunidad, en elevar a todos y no rebajar a nadie, sino a los que, con ademán jupiterino, y con desdén hugolino, Fernando llama ''los miserables''.

Darle gusto a la cultura, imaginación a la política, insurgencia al placer y ciudadanía al arte: todos estos propósitos de la intensa vida de Fernando Benítez al frente de los suplementos culturales de El Nacional, Novedades, Siempre!, Unomásuno y La Jornada, reflejan con exactitud y proyectan como obligación, la tarea del periodismo cultural en un país dominado por la corrupción, el desdén, la impunidad, el premio a los pícaros, el castigo a los rebeldes, el olvido a los agraviados.

En nombre de ellos, en nombre de Miguel Angel y su David pero también del más pobre de los mazahuas y su chamán, Fernando Benítez lleva medio siglo recordándonos a los mexicanos que somos una comunidad por hacer, pero que antes somos una comunidad por imaginar.

Imaginar la comunidad, recrearla para el siglo XXI: no podemos llegar al nuevo milenio deshechos, sin patria, sin justicia, sin democracia.

La lucha de Fernando Benítez, la lucha de la cultura en México, es la lucha por la comunidad moderna mexicana, una modernidad que no excluya, sino que incluya; una comunidad que no sacrifique la riqueza del pasado a la ilusión del porvenir; una cultura que permita a los ciudadanos decidir cuál es su manera de ser, no sólo modernos, sino algo mejor, presentes, vivos, actuantes, portadores de lengua, sueños, anhelos, tradiciones.

Desde principios de siglo, México ha sido víctima de proyectos exclusivos y abstractos de modernidad, desde los científicos en 1905 hasta los neoliberales en 1995. Rara vez ųla presidencia cardenista es el mejor ejemploų, se han sumado los intereses de todas las partes de la sociedad para dar a cada quién lo suyo y prosperar parejamente.

Es esta comunidad en la justicia, esta república para todos, lo que Fernando Benítez ha buscado a lo largo de su vida inmensamente fecunda, batalladora, sensible, generosa.

Su nombre es inseparable de los nombres de la cultura mexicana, de sus publicaciones, de sus noticias, de sus esperanzas. Sin él, todos seríamos más pobres, estaríamos más desorientados, aumentaría el dolor de la comunidad desintegrada que hoy es México.

Reinventar la comunidad, darle la fuerza y la amplitud para un nuevo siglo, es deber de todos los artistas, escritores, académicos y periodistas aquí reunidos para decirle a Fernando Benítez cuánto le debemos y sobre todo, cuánto le queremos.

(Artículo publicado en estas páginas el 8 de octubre de 1995)