La Jornada martes 22 de febrero de 2000

Pedro Miguel
El huevo multinacional

P rueba del desempeño multinacional de la Unión Europea: una formación política racista llega al cogobierno en Viena, sus contenidos profundos se expresan en una revuelta histérica en Almería y la mayor manifestación de repudio tiene lugar en Bruselas.

La Europa comunitaria conjuga muchas historias nacionales y eso no sólo implica una megafusión de tendencias civilizatorias, sino también una enorme amalgama de rencores viejos. Los nazis light del Partido Liberal austriaco, en cuyo discurso Hitler no era un chico tan malo como se piensa, son los críos de la derrota del Tercer Reich. La animalada popular que en El Ejido se lanzó a apalear magrebíes a tontas y a locas evoca la furia destructora de la reconquista peninsular consumada por los Reyes Católicos. Con un agravante: esos andaluces agrarios que ahora encarnan la España profunda están emparentados ųles guste o noų con sus perseguidos del momento. Cuando el núcleo histórico de los españoles contemporáneos era apenas una horda de bárbaros, los moros de El Andalus producían a Averroes y construían una cultura refinada cuyas huellas aún perduran entre los pobladores de la región.

Desde luego, esta triste paradoja de las tendencias a la exclusión que se desarrollan en la Europa de la convivencia tiene también puntos de apoyo en un presente incierto en el que el empleo, la seguridad y el bienestar han dejado de ser conquistas perdurables para transformarse ųsi acasoų en estadios fugaces que cualquier estornudo global puede desvanecer. Primera moraleja: los europeos no han estado construyendo un megapaís porque se sientan cómodos en el planeta, sino porque se sienten amenazados. La unión multinacional no es un territorio abierto, sino un ensayo de confederación con olor a burgo o, mejor dicho, a búnker, a fortaleza cerrada para resistir los embates de la globalidad externa.

La globalización interior, por llamarle de alguna manera, permite a las sociedades de todos los Estados integrantes de la Unión manifestarse contra el gobierno conservador de Viena, que ha aceptado socios neonazis, así sea por mandato popular. (El Partido Nacional-Socialista también tuvo, en su momento, una coartada electoral). El mayor frente de resistencia a los admiradores austriacos de Hitler no está en Austria, sino en el resto de Europa occidental. Pero es una pena que el repudio regional a la formalidad política de Viena no se repita ante las muestras prácticas de xenofobia en el sur de España. Diríase que a los europeos les molesta más un partido que se reconoce racista que una sociedad que demuestra serlo.

Para terminar, es lógica y plausible la reacción del gobierno de Israel ante la conformación, en Austria, de un gobierno que representa, por sus tendencias declaradas, una amenaza potencial contra los judíos. En cambio, la pasividad de los gobernantes árabes y, particularmente, la del pirruro que reina en Marruecos, ante las palizas que sus conacionales reciben en Andalucía, resulta deplorable, cobarde y abyecta.

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