Tres pasajes del periplo de Fernando Benítez
De hongos, amores y amistad
Mónica Mateos Ť "ƑQué soy? Un cronista", afirmaba Fernando Benítez. Y a su alrededor se acomodaban sus amigos y alumnos para escuchar sus recuerdos:
"Volvamos a los hongos alucinantes. Fui uno de los primeros en probarlos. Fui a Huautla, entré en contacto con la mágica sacerdotisa María Sabina. Comí hongos por pares y con chocolate para quitarles lo amargo. La ceremonia tiene varias etapas: primero de risa loca, ríes hasta las lágrimas, lo cual ya significa un principio de catarsis y te alivias llorando. Después entré a un periodo de visiones extraordinarias, un despliegue de alfombras persas de dibujos maravillosos. Pasé luego a los sonidos; escuché sonidos que jamás había oído, vi las cosas iluminadas por una luz que no tienen.
"Permanecí cuatro horas bajo la lluvia, sin sentirlo. Una amiga se acercó y me preguntó: Ƒquién eres? Le respondí: soy Dios, ya no necesito anteojos. Veo. Cogí los anteojos y los estrellé en el suelo. La chamana María Sabina me acostó y me cubrió con unos sarapes, hasta que pude volver al mundo, purificado, limpio y, desde luego, infinitamente más sabio y más sensibilizado. Fue la experiencia más importante de mi vida".
El pescador
Cuando Benítez se infiltró al mundo de los indios aprendió a ser menos pedante. Así lo explicaba él al narrar esta anécdota: "Una vez, junto al río Chapabacana, yo tenía hambre y vi que un indio sacó un pez enorme. Me le acerqué y le dije: 'Ƒpor qué no trabajas una hora más y sacas dos, un pescado te lo comes tú y un pescado me lo vendes a mí?'. No me contestó, me miró como si yo fuera un pendejo, y tenía razón. Entonces no conocía los principios básicos de su cultura. Entre los huicholes existe una diosa que se llama Uteanaka, la dueña de los peces. Ella debe cuidarlos a través de una especie que tiene una luz en la frente y va advirtiendo a los otros peces del peligro: 'šcuidado, allí hay un anzuelo!'. El indio debe decirle a Uteanaka: 'dame a uno de tus hijos porque necesito su sangre para alimentar a la diosa del maíz que crece en mi milpa'. Si ella lo concede, obviamente el indio no puede pedir otro animal porque ya no lo necesita. La liga del indígena con la naturaleza es profunda y constante; por tanto, su conducta resulta extraña en una sociedad industrial como la nuestra."
Las damas
Las aventuras amorosas de Benítez son de las más nutridas porque para él las mujeres fueron sus maestras primeras. "Debo decir que hasta los 30 o 35 años viví en sus recámaras. Todo lo que tengo de inteligente o de instinto se los debo a ellas. Si Dios me lo permite seguiré acostándome con mujeres, si mis fuerzas no decaen demasiado. Y si me preguntan sobre el amor correspondido, diría que la vida me parece prodigiosa. Pero si me preguntan cómo siento la vida cuando he sido abandonado por una mujer que amo, entonces diré que estoy tristísimo y creo que es una infamia horrorosa.
"El amor es el centro de nuestra vida. Si un hombre no ha sentido amor es que no ha vivido. Así de fácil. Tuve una vida amorosa prodigiosa. Fui el amante de las mujeres más bellas e interesantes de México. Me casé prematuramente, a los 55 años. El hombre debe casarse a los 70.
"Una anécdota que me encanta, de mis locuras de juventud, es cuando estuve enamorado de una diosa de la belleza. Un día me invitó a cenar a su casa y acudí acompañado por un muy amigo mío. Tuve un pleito amargo con ella y me dijo: 'šlárgate!'. Me fui a un prostíbulo, pero me seguía la inquietud.
"En la madrugada fui a buscarla. Toqué y toqué el timbre de su casa y nadie me contestaba. Tuve un oscuro presentimiento, así que me trepé a mi carro, un gran Buick, aceleré a fondo y me fui contra la puerta, la hice pedazos. Entré a la casa, subí a su recámara y los encontré a los dos desnudos. Entonces la agarré del pelo y le di unas cachetadas espantosas, mientras a mi amigo le pisaba los pies descalzos.
"Me salí de ahí, me trepé a mi auto. De lo último que me acuerdo es de una prolongada persecución, a más de 150 kilómetros por hora, de cinco motociclistas por Paseo de la Reforma.
"Al día siguiente, con todo y mi cruda moral y de la otra, vi llegar a la diosa, que con voz sensual me dijo: 'ahora sí sé que me quieres. Ven, vamos a comer juntos, a dormirnos juntos'."
La Jornada
En 1970 Fernando Benítez consideró que era conveniente que los jóvenes se hicieran cargo del suplemento cultural que tenía en la revista Siempre!, dejó al frente a Carlos Monsiváis y se retiró tres años del periodismo.
"En esas estaba cuando me cayó encima Manuel Becerra Acosta y me dijo: 'Voy a hacer el periódico Unomásuno, pero tú vas a hacer el suplemento cultural'. 'ƑEl suplemento?', pregunté, y me reí.
"En primer lugar no contaba con Vicente Rojo y el periódico no tenía colaboradores. Todo mi grupo estaba ocupado en otros oficios, en otros lugares. Pero, en fin, trabajando mucho logré darle al suplemeto Sábado una calidad extraordinaria.
"La locura de Manuel me obligó a salir. Podría contar muchas cosas de mis enfrentamientos terribles con él, porque no logró entender que cuando se produjo la escisión que dio vida a La Jornada, yo me quedé en Unomásuno por la gran amistad que sentía por él. Pretendía que odiara a los que se iban, pero yo había trabajado 10 años con ellos y no tenía por qué odiarlos.
"Después de un pleito salvaje, a puerta cerrada en su oficina, pero a gritos que oyeron todos los empleados, me dijo: 'šTe vas a La tronada!'. 'šSí, sí me voy', le dije, y me fui. Mis amigos de La Jornada me habían insistido mucho para que me fuera con ellos. Al día siguiente salió en el Unomásuno una caricatura en la que yo le daba la mano a la muerte.
"Era 1988 cuando empecé a coordinar la revista La Jornada Semanal."