VIERNES 25 DE FEBRERO DE 2000
* Ugo Pipitone *
Hasta luego, Fernando
Acabo de enterarme, en el exterior, de la muerte de Fernando Benítez. Tal vez, frente al misterio de la muerte, esa inconcebible ausencia, lo mejor sería el silencio en lugar que los homenajes póstumos. Pero, sin haberlo conocido personalmente, amé a ese hombre y siento la necesidad de escribir estas palabras.
ƑPor qué amé a Fernando Benítez? Por muchas razones que no sabría ahora jerarquizar. Mencionaré algunas. Por el amor a su país que no era patriotismo de cantina, por el deseo de limpieza pública que era voluntad de escarbar en el pasado con los ojos hacia posible y mejores futuros, por una honestidad intelectual de la que el sentido del humor no era adorno frívolo sino deseo de entender y conciencia de la fragilidad de todo entendimiento.
Hay algo esencial que Fernando Benítez había entendido y que muchos otros, por tanta erudición que carguen, no pueden humanamente entender: que es una infamia que a los dolores de una condición humana en la cual el nacer y el morir siguen siendo accidentes incomprensibles, los seres humanos añadamos la vergüenza de la injusticia y de las miserias que podrían evitarse.
Esta conciencia, de la mierda inecesaria que añadimos a nuestra existencia colectiva ųy que inevitablemente nos contagia a cada uno bajo la forma de olvido, inconciencia del dolor ajeno, hipocresíaų guía cada una de las páginas de este hombre grande que acaba de dejarnos.
Si creyera en Dios, en cualquier dios, podría decir descansa en paz. Pero añadir liturgia al misterio no lo elimina, ni elimina la conciencia de una ausencia irremediable. No tengo idea acerca del lugar adonde se haya ido Fernando, pero una cosa la sé: por caminos y en formas que no podría definir México es, de alguna manera, un mejor país después de su paso por él.
Dirigiéndose a Alá, en el siglo XI un poeta y astrónomo persa que se llamaba Omar Khayyam escribió esto:
Lo primero que hizo: crearme,
ineludible.
La vida no agregó nada, salvo
mi asombro;
sin querer nos marchamos, sin
saber el objeto
del venir, del estar y, al final, del
marchar.
La muerte es silencio. La vida es ruido. Y válgame Dios que Fernando hizo mucho mientras estuvo aquí. Por el bien de aquellos que le sobreviviremos un día o cien años.