Juan Arturo Brennan
Ya era hora, señoras
En este país de machines y de profunda desigualdad sexual en el que, a estas alturas de la historia, las instituciones políticas, jurídicas, religiosas, educativas, profesionales, etcétera, se dedican con singular ahínco a seguir conculcando los derechos de la mujer, es bienvenido cualquier gesto o acción que tienda a contrarrestar este vergonzoso estado de cosas. En este sentido, la Orquesta Sinfónica Nacional aporta su pequeño, pero significativo grano de arena, al proponer para su primera temporada del año 2000 una programación basada en la obra de una compositora en cada uno de sus conciertos. No hay aquí el espacio ni el tiempo suficientes para examinar la presencia de las compositoras a lo largo de la historia, o su ausencia flagrante en el discurso musical habitual de México; para lo que sí hay tiempo y espacio es para afirmar que una revisión amplia del ámbito de la música en nuestro país permitirá constatar que las obras de las compositoras no tienen presencia cotidiana en las programaciones y que, cuando aparecen, da la impresión de que se trata, literalmente, de taparle el ojo al macho, más que de integrarlas de manera orgánica a nuestra vida musical.
El caso es que la Sinfónica Nacional ha comenzado a explorar metódicamente la contribución de algunas compositoras de diversas generaciones, estilos y lenguajes, con un énfasis particular en el siglo XX. Si los dos primeros conciertos de esta serie pueden ser extrapolados para una visión de toda la temporada, parecería que, después de algunos titubeos en sus programaciones, la OSN dio en el clavo y ha logrado una propuesta musical realmente atractiva. En el primero de los conciertos de esta serie, bajo la batuta de Jesús Medina, la Sinfónica Nacional interpretó Patios, de la compositora mexicana Gabriela Ortiz (1964). Surgida de una visión personal de Ortiz sobre la depurada arquitectura de Luis Barragán, y basada en una obra pianística previa, Patios es una pieza sinfónica serena, mesurada y contemplativa, interesante no sólo en sí misma y por sus propios aportes, sino también por la posibilidad de comparar su discurso austero y transparente con la hiperactividad y los complejos entramados sonoros que caracterizan la música más reciente de Gabriela Ortiz.
Hay en Patios, junto con los atisbos de una personalidad musical propia, elementos que aluden todavía a las influencias recibidas en la etapa de aprendizaje y fogueo, sobre todo en el campo de la armonía; hay, asimismo, una transparencia notable en la escritura y una orquestación con atractivos destellos tímbricos. Respecto de la ejecución, he aquí una referencia crítica más sólida y verosímil que cualquier comentario mío: Gabriela Ortiz afirmó que la versión de Patios, a cargo de Jesús Medina, era la mejor de las que hasta la fecha se han realizado.
Una semana después, bajo la dirección de Enrique Arturo Diemecke, la violinista Stephanie Chase tomó en sus manos la realización del Concierto para violín de la compositora estadunidense Ellen Taaffe Zwilich (1939). Considerada una de las voces más sólidas e individuales de su generación, Taaffe Zwilich atiende con pulcritud a las cuestiones formales, tiene un sentido muy sólido de la instrumentación, y ha desarrollado un lenguaje en el que la modernidad no está reñida con ciertos apuntes neoclásicos.
Su Concierto para violín es un buen compendio de estas características suyas, y es una obra en la que la compositora ha optado, ante todo, por una expresividad intensa y sostenida, particularmente en el movimiento central. Hay en el Concierto de Taaffe Zwilich una referencia intencional y evidente a Bach, pero el oyente atento puede hallar también alguna sombra mahleriana y una curiosa y reiterada referencia interválica a Bruckner. Esa cualidad expresiva de la obra que impactó a muchos de los oyentes, fue criticada por otros en el sentido de la ''falta de modernidad" o de una ''ausencia de vanguardia".
Si bien es cierto que el Concierto para violín, de Ellen Taaffe Zwilich, no rompe barreras de lenguaje ni ofrece hallazgos singulares, sí es una obra sólida, atractiva, poderosa, comunicativa e inconfundiblemente de nuestro tiempo. En su ejecución, Stephanie Chase demostró ser una violinista de primera, con un sonido lleno y potente, un fraseo rico y una intuición musical finamente balanceada.
Así, aunque la Sinfónica Nacional mostró en estos dos conciertos algunas carencias en ciertas secciones y primeros atriles, vale mucho la pena acercarse a Bellas Artes para escuchar a las compositoras. En los próximos conciertos habrá música de Libby Larsen, Thea Musgrave, Alicia Urreta y Marcela Rodríguez.