Angeles González Gamio
Símbolo nacional
Muy querido símbolo nacional es sin duda la bandera tricolor, cuyo festejo se llevó a cabo hace unos días. En todo el país se realizaron solemnes ceremonias, una de las cuales encabezó el Presidente de la República en el Zócalo capitalino, frente al inmenso lienzo que ondea cotidianamente en el centro de la magna Plaza de la Constitución. Afortunadamente, su caso no es como el de muchas mamacitas, a quienes festejan el 10 de mayo y el resto del año no les echan un lazo. Al lábaro patrio todos los días le rinden homenaje en el corazón del país, en las hermosas ceremonias de izamiento y arrío de la bandera, que se llevan a cabo a las seis de la mañana y de la tarde al toque de tambores; tras emotivo saludo, es bajada lentamente, y un grupo de soldados la doblan en un alarde de maestría, por el enorme tamaño, para escoltarla con solemnidad al interior del Palacio Nacional. Los jueves son especiales porque asiste la Banda de Marina; es un acto que vale la pena presenciar.
Vale la pena recordar que las banderas tienen un rico antecedente histórico en nuestro país, ya que eran utilizadas por los ejércitos prehispánicos. Tlaxcaltecas, aztecas y tecpanecas mostraban símbolos del Estado o de los jefes militares. Los cronistas españoles las describen con admiración. El estandarte azteca era impresionante por sus adornos de oro y plumas finísimas de mil colores. Clavijero cuenta que el abanderado llevaba el asta del estandarte fuertemente atado a la espalda. El emblema nacional azteca era un águila con un tigre entre las garras, bordada en un manto de plumas.
Cada barrio o calpulli de México-Tenochtitlan tenía su bandera: Atzacoalco poseía un gran parasol de plumas amarillas oro; Cuepopan lucía tres vastos penachos de plumas blancas unidas con otras de quetzal; Moyotla y Zoquipan, sendos penachos de plumas de distintos colores.
Los estandartes de los tlaxcaltecas, quienes se aliaron a los conquistadores para dominar a los aztecas, impactaron al soldado que después haría la excelsa crónica, Bernal Díaz del Castillo, quien dice: "Aparecieron con sus banderas tendidas; y el ave blanca que tienen por armas que parece águila, con sus alas tendidas y traían sus alférez revolando sus banderas y estandartes".
Los españoles, por su parte, tenían sus enseñas, entre las que resaltaba, según testimonio de Boturini, "la que tenía pintada una hermosísima efigie de María Santísima, coronada de oro y rodeada de doce estrellas, también de oro, con sus manos juntas, con que ruega a su hijo proteja y esfuerce a los españoles a subyugar el imperio idolátrico a la fe católica".
Durante el virreinato no hubo una bandera oficial; unos cuantos virreyes utilizaban alguna española o con alguna imagen religiosa. Fue hasta la Independencia que surgieron como símbolo del nuevo país libre. El Supremo Consejo, reunido en Michoacán, emitió en 1815 un decreto para crear tres enseñas: de Guerra, Parlamentaria y de Comercio; el decreto lo firmó José María Morelos. Fray Servando Teresa de Mier escribe en 1816 que la bandera utilizada por los insurgentes era "blanca con la orillita azul, encarnada, amarilla y blanca, y en medio el águila y el nopal".
Los colores de nuestro actual pendón aparecen primeramente en manos del que enarbolaban las tropas de Guadalupe Victoria. En 1821, Agustín de Iturbide mandó confeccionar una bandera tricolor con una estrella en cada franja y en la central una corona imperial, orlada con las palabras: Religión, Independencia, Unión, por lo que se le llamó de las Tres Garantías. El blanco representaba la Iglesia, el verde la Independencia y el rojo la Unión. Consumada la Independencia, la Junta Provisional Gubernativa, por decreto del 2 de noviembre de 1821, ordenó un nuevo emblema tricolor, con el nopal y un águila coronada en el centro. Dos años más tarde, por Ley del Congreso Constituyente, se le quitó la corona al águila y se le adornó con los símbolos republicanos de las ramas de encino y laurel.
En lo sucesivo tuvo pocos cambios; uno de los más relevantes fue el que realizó Venustiano Carranza, quien prestando atención a un ensayo de Manuel Gamio ųpublicado en su libro Forjando patria (1915)ų, mandó cambiar el águila europea por la mexicana que ahora luce la bandera nacional.
Para brindar por nuestro querido lábaro patrio, un buen sitio es la recién abierta sucursal del tradicional Salón Luz, que tras una remodelación de la casona que la albergaba, ya regresó a su esquina de Venustiano Carranza y Gante, dejando en esa calle, casi con Madero, una hija con el mismo nombre y menú. Tiene agradables mesas a la calle, y el cuarteto de Freddy Manzo que acompaña musicalmente la comida. Las especialidades: la sopa Salón Luz de pollo, verduras y huevo duro, para revivir muertos, y la carne cruda con anchoas.