José Agustín Ortiz Pinchetti
La hora de julio
Obsesionados por la coyuntura electoral olvidamos el contexto en que se dará. Los cálculos catastrofistas han fallado pero no podemos desconocer los riesgos.
La nueva crisis política se produce en el declive de la esperanza que generó el proceso de globalización, el que no ha traído un avance equilibrado. La prosperidad se circunscribe a unos cuantos pueblos.
El peor impacto lo padecen los países de la periferia con tasas de crecimiento muy altas hasta 1980. En México y en los últimos 20 años (como lo ha demostrado Víctor L. Urquidi) el crecimiento económico es cero. Han descendido las oportunidades de bienestar, educación, expansión del sistema de salud y ha empeorado la distribución del ingreso. El Presidente defiende con celo cuasi religioso el proyecto económico neoliberal pero sus beneficios colectivos son cada vez menores.
Las crisis políticas, económicas y sociales tenderán a agravarse mientras no se encuentren soluciones inteligentes. No hay a la vista ninguna.
La modernización de la economía que intentaron el salinismo y el zedillismo es una "huida hacia adelante". México se sacrificó por la estabilidad financiera y perdió su autodeterminación (quizás para siempre).
Los retos a que se enfrentará quien asuma la Presidencia son mayores. No sólo tendrá que lograr la recuperación económica, sino reorganizar la vida pública, mejorar la condición de vida de la mitad de la población que sufre distintos grados de pobreza y completar una reforma política que parece interminable.
A partir de 1983 la evolución cultural y política del país asociada con un conjunto de crisis aceleró una "liberalización política" acotada. Se trataba de dar algunos espacios a la oposición sin que pusiera jamás en riesgo el control central del PRI en el Estado y en la economía.
Carlos Salinas continuó la estrategia. El gobierno de Ernesto Zedillo, que se inauguró en medio de una crisis financiera devastadora, pareció intentar en sus primeros meses una reforma ambiciosa. Es evidente que la redujo a una reforma electoral sin intentar garantizar la posibilidad de la alternancia. El Presidente no tuvo ni valor ni interés de ir adelante. Los opositores tampoco pudieron crear un contexto de exigencia.
El tortuoso proceso desembocó al final de 1999 en una certeza de victoria de carro completo del PRI. Muchos analistas y opositores la asumieron. Pero la incertidumbre volvió. Las encuestas muestran descenso crítico en la preferencia electoral por Francisco Labastida Ochoa. Los opositores repuntan. Es probable que pronto uno de ellos tenga ventaja sobre su competidor priísta. Los cálculos triunfalistas empiezan a opacarse.
Hay signos inéditos de resistencia. En la universidad y en 16 entidades estallan conflictos en instituciones de educación media y superior originados por la reducción de recursos que asigna el gobierno a la educación de las clases medias.
Es cierto: el gobierno ha tomado medidas oportunas para prever una crisis al final del sexenio. Pero el peso está sobrevaluado. Los inversionistas están preparándose para una eventualidad. La fuga de capitales un poco antes o un poco después de las elecciones desorganizaría las finanzas públicas y se asociaría a otra crisis bancaria ya en curso.
ƑY si el PRI perdiera las elecciones presidenciales? Este escenario no ha sido contemplado por el gobierno ni por los inversionistas, y salvo muy pocos, ni siquiera por la oposición. Pero si se desploma Labastida esto pudiera volverse una posibilidad real. Ni las leyes ni los procedimientos administrativos ni las costumbres ni la mentalidad política están preparados para la alternancia. Muchos priístas siguen creyendo que su partido seguirá en el poder "a como dé lugar".
Los intereses de la nomenklatura política-económica y de las redes del narcotráfico están firmemente vinculados con el aparato. ƑQué estarían dispuestos a hacer para impedir la alternancia? ƑCómo se procesaría la transferencia del poder?
En este contexto, un tanto sombrío, el país avanza hacia el 2 de julio del año 2000.