El espejismo bipartidista

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

Faltan cuatro meses, en números redondos, para las elecciones del 2000 y las campañas presidenciales no levantan. El ciudadano común, que lee poco y sabe nada de encuestas y barómetros electorales, comienza a fatigarse de los excesos publicitarios, que acentúan la sensación de derroche transmitida por los "tres grandes". ƑQué le dice a la población ese "ya" foxiano repetido hasta la saciedad en un jingle tan imperativo como poco afortunado? ƑAlguien cree, de veras, que lo único que aspira el pueblo es a aprender inglés y computación, como promete el candidato Labastida? Si seguimos así, las elecciones más competidas de nuestra modernidad, las que deben marcar el paso hacia la definitiva consolidación de la democracia, pueden convertirse también en las más insulsas y superficiales de los últimos tiempos, que ya es decir.

La fórmula de darle todo el peso a la imagen del candidato en las campañas, que es la moneda corriente en algunos países donde la pluralidad se resume en el juego de espejos del bipartidismo, en México puede tener como resultado un espejismo todavía mucho más grave o peligrosos: que el marketing consiga borrar del nuevo imaginario político electoral las crudas realidades del país de carencias, pobre y desigual que aún somos.

En el lugar que debían ocupar los partidos con sus estrategias aparecen, cada vez con mayor fuerza, los medios de masas y los investigadores de opinión; en vez de poner en juego las ideas y propuestas que marcan la diferencia entre los partidos, se pretende alcanzar la uniformidad ideológica, el no compromiso en busca febril de un centro político realmente inexistente, casi siempre definido desde el cálculo estadístico de la mercadotecnia.

No hay propuesta. La mediatización del proceso electoral, favorecida por las magnitudes del financiamiento público y los nulos controles de calidad en la materia, no es un asunto menor, pues transforma a los intermediarios, los dueños de las empresas, que de por sí son grupos de poder protagónico en sujetos activos dispuestos a no dejar de lado sus propios intereses, aunque para ello deban saltarse las trancas de la tan cacareada como inaprensible imparcialidad.

En esa lógica ųabsolutamente legítima en otros terrenosų se difunde sólo lo que "vende", pero en ese ánimo el pluralismo se reduce a la versión bipartidista que los círculos de poder siempre anhelaron para México. Otras plataformas políticas apenas se registran y las nuevas voces se silencian o minimizan hasta casi desaparecerlas. La ilusión bipartidista amenaza con reducir todo el juego político a sus expresiones más elementales e insuficientes, polarizando la ya de por sí crispada vida pública nacional.

Ciertos candidatos presidenciales piensan que pueden ganar el 2 de julio desde el amarillismo o las vulgaridades que se presentan como pruebas de valor, audacia y machismo ranchero, pero se equivocan completamente si creen que una democracia eficaz es viable sin ideas políticas, responsabilidad y tolerancia.

La pauperación del debate político que está en curso reduce el juego democrático a una mecánica de manipulaciones que anula por completo al ciudadano y, a la postre, cancela a la misma democracia. Es notable, sin embargo, la complacencia con que algunos críticos observan los intercambios de tono subido entre los candidatos como expresiones "naturales" de la confrontación democrática, sin pedirles jamás que asuman sus responsabilidades hacia el país. Sin embargo, a pesar de ese infantilismo democrático, urge que todos los partidos se pongan de acuerdo para evitar el despeñadero, obligándose a elevar la mira de las campañas. Todavía estamos a tiempo de decidir qué democracia queremos. *