León Bendesky
Mutismo en el puerto
LA PARTICIPACION DE los responsables gubernamentales del sector financiero en la Convención Bancaria en Acapulco ha sido políticamente correcta. Por un lado, el secretario de Hacienda y el gobernador del Banco de México no pueden estar más satisfechos del desempeño de la economía y, por el otro, no se aproximaron siquiera a un tratamiento en serio de la inoperancia del sistema bancario y fueron, entonces, unos invitados bastante cómodos.
Las cifras oficiales de la historia de este sexenio empiezan en 1996, como volvió a dejar en claro el gobernador Ortiz, y se hace, así, tabla rasa de la crisis de 1995. Ese parece un periodo que ha quedado en el limbo de la historia económica reciente del país y del cual nadie quiere hacerse responsable, aunque todos los que están hoy estaban antes también.
Pero el hecho es que, con ello, las cuentas oficiales dejan igualmente en el tintero los costos económicos y financieros de esa crisis. El producto, que ha crecido 5 por ciento en promedio anual en los últimos cuatro años, lo ha hecho con respecto a la caída de 6.2 por ciento de 1995 y, por lo tanto, la ganancia neta es menor a la que aparenta.
En términos financieros, la sola deuda que hoy tiene el Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB), por lo que absorbió de los bancos que estaban prácticamente quebrados, representa 14 por ciento del producto nacional y los recursos necesarios para pagar los intereses que devengan equivalen sólo este año a 1 por ciento del producto, y por corrección política tampoco debe decirse cuántas aulas o camas de hospitales se podrían comprar con ese dinero.
Vaya, aun aceptando que la crisis bancaria tiene necesariamente un costo fiscal, las pérdidas de los bancos se socializaron por completo, sin que haya habido una asignación justa de las cargas, asunto que ha quedado también en el limbo de la política y como una mancha de este gobierno.
Pero la cuestión se convierte hasta en botín de algunos políticos, que con mal gusto lo restriegan en la cara de la población culpándose mutuamente de ser parte de los ilícitos que se aceptan, así, de facto y por lo tanto quedan sucios.
Hay, además, costos de esta crisis huérfana que no se contabilizan en ningún lado, como el cierre de empresas y la pérdida de propiedades de muchos deudores a los que se afectó su patrimonio, o la eliminación de puestos de trabajo que significó para muchos el desempleo y la caída del ingreso.
Entre 1994 y 1998 sólo se crearon en esta economía en promedio anual alrededor de 700 mil empleos, muy por debajo de las necesidades del mercado laboral y de la oferta de los planes oficiales.
Para el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz Martínez, el asunto de la crisis bancaria sólo ameritó dos párrafos de su discurso acapulqueño, es decir, 5.5 por ciento de su atención.
Se dijo sorprendido de que la recuperación económica se haya dado con escaso apoyo del crédito bancario, y lo adjudicó a la existencia de otras fuentes de crédito, pero no requirió de más comentario que decir que ello afecta sobre todo a pequeña y mediana empresas, por lo tanto, debe inferirse que no es cosa tan grave.
Por otra parte, como el tema del Instituto de Protección al Ahorro Bancario es un asunto concluido para el gobierno y para los banqueros, sólo mencionó que siguen los esfuerzos para fortalecer a la banca, mediante la capitalización, la regulación y el marco legal.
Todos saben bien, que los supuestos sobre el funcionamiento económico que están en la base de los cálculos del esquema del IPAB para absorber los costos del rescate bancario son, para decir lo menos, difíciles de conseguir, así que su lema debe ser: ''hasta que el futuro nos alcance''.
Para el secretario Gurría, la banca no parece tener, tampoco, graves dificultades. El enfoque es casi como el de los ''negocios como de costumbre''. Los bancos tienen que aumentar su nivel de rentabilidad y de capitalización conforme a las nuevas reglas y, para ello, debe reactivarse el crédito. Eso es lo mismo que se ha dicho cuando menos durante los pasados cuatro años y en todo ese tiempo no ha habido créditos y se han ido aumentando los costos del saneamiento del sector.
Se siente en la participación de los encargados de las finanzas del país una especie de silencio ųvoluntario o impuestoų que hace que lo que no se dice tenga más relevancia que aquello que se dice a la asamblea de banqueros que gustan de ser complacidos y ahora se comprarán entre ellos mismos.