EL IFE ANTE LOS COMICIOS

En entrevista con este diario, el consejero presidente del Instituto Federal Electoral, José Woldenberg, realizó precisiones importantes sobre la situación y el papel de la entidad que preside, y ante la cercanía de los comicios generales del 2 de julio.

Por principio de cuentas, cabe destacar la apreciación del funcionario en el sentido de que la campaña priísta de acoso mediático y legal de que fue víctima la autoridad electoral es cosa superada y que se ha establecido ya una relación fluida con el partido gubernamental. Esa superación constituye, sin duda, un importante factor de distensión y restituye el sitio que debe tener la autoridad electoral en nuestra vida política y que no corresponde, en palabras del propio Woldenberg, al "centro del litigio".

En efecto, una de las tareas primordiales de la construcción democrática es edificar una sólida credibilidad en los procesos electorales y sus resultados, de manera que las instituciones encargadas de organizar los comicios y resolver disputas entre partidos no tengan que jugarse su peso y su prestigio ante cada desacuerdo que surja entre los contendientes. Ciertamente, en la década anterior el país experimentó, en este terreno, un importante avance, y cabe esperar que en las elecciones de julio se realicen, en consecuencia, si no en un ambiente de normalidad democrática, al menos en un entorno de normalidad electoral.

Este objetivo resulta fundamental si se considera la probabilidad real de que, en esa ocasión, la elección se resuelva por márgenes pequeños de diferencia entre los candidatos más votados y que, en tal escenario, la credibilidad de los resultados será crucial para asegurar una transición estable -y hasta viable- en la institución presidencial.

Finalmente, Woldenberg formuló un importante deslinde en torno a las responsabilidades de los partidos y del propio IFE en materia de dignificación de la actividad política: no es a la autoridad electoral, sino a los institutos políticos y a sus candidatos, a quienes corresponde elevar el nivel del debate, procurar la seriedad de las campañas y presentar un discurso político serio, centrado en las diferencias programáticas y no -como ocurre hasta ahora con deplorable frecuencia entre los abanderados de PRI y PAN- en descalificaciones personales y hasta insultos cruzados.