José Blanco
La ilegalidad sin fin
Al escribir este artículo las noticias aún eran escasas: los "paristas" y "padres de paristas" tomaron violentamente la torre de rectoría. Ceguetas eliminaron barrotes y cadenas, objetos pesados rompieron puertas de vidrio. Asambleas de "paristas" decidirían la toma de escuelas y facultades. Eso informaba la radio hacia las 16:30 horas de ayer lunes, unas dos horas después de la toma.
Hacia las 17:30 hacían discursos frente a la torre: confesaban la ilegitimidad del asalto, pero no le veían problema. Harían las asambleas necesarias para legitimarlo. Era cuestión de reunirse dentro de los auditorios para poner a votación si la decisión que tomaron quedaba legitimada.
El atraco, desde luego, apareció desnudo en sus propósitos: en mantas y pintas desapareció toda referencia estudiantil a los motivos del paro; sólo consignas contra el sistema y contra el PRI, "el enemigo del pueblo".
Al iniciar la acometida, el pequeño grupo de vigilantes fue hecho a un lado con facilidad. El ruido de la violencia dentro de la torre ųme constaų era el de un asalto brutal para aterrorizar. Los aullidos de los asaltantes y los golpes a las puertas y las roturas de las mismas produjeron histeria entre los empleados.
La ley de la selva operando con brutalidad. Las leyes del país violadas por enésima vez en la UNAM. La máxima casa de estudios a expensas de los grupos contrarios a las instituciones. A todas ellas. Para estos grupos la ley vale nada, las instituciones, todas, son basura que es preciso barrer. El gobierno y los partidos políticos, todos, basura son.
He aquí, de nuevo, el fruto de la impunidad de meses y meses de violación de la ley. He aquí, de nuevo, una impunidad montada en la mala conciencia. He aquí, frente a este movimiento antisistema, antinstitucional, esa mala conciencia acompañada de turbación.
Décadas de injusticia social han creado esa mala conciencia. Los excluidos por la injusticia presa de grupos "salvadores" que aplastan a una institución de educación, a sabiendas de que la mala conciencia paraliza y abre paso a una impunidad que se ve a sí misma favorecida, además, por la coyuntura electoral y por una parte de la izquierda institucional y partidista que parece padecer de la misma mala conciencia, o que cree mirar en su cobertura una forma de allegarse sufragios.
La acometida demoledora contra la UNAM no tiene relación ninguna con los problemas de organización académica y de gobierno de la universidad. Su transformación es imprescindible, pero obviamente ninguna reforma universitaria cambiará un ápice ni la injusticia social de los excluidos de hoy, menos aún los diáfanos objetivos de los grupos que, en nombre de esa injusticia, aniquilan a una institución que no tiene medios de defensa frente a la violencia.
No ha sido la universidad generadora de injusticias, sino proveedora de medios de prosperidad para quienes han cursado por sus aulas. Pero es, en cambio, un espacio autónomo, abundante en jóvenes generosos y sensibles a la injusticia, que creen ver a los excluidos en las acciones de los grupos antisistema. En la UNAM, por tanto, pueden medrar sin fin, en condiciones donde la ley se atasca, dado el cuadro político general que la rodea, y dada la inmensa dificultad que los estudiantes universitarios reales tienen para expresar los agravios y daños sin fin que el paro y los paristas les han infligido. Esa dificultad nace, como es fácil reconocer, de las lealtades a que se sienten obligados con algunos contemporáneos aún detenidos.
Se equivocan quienes crean que las acciones de los asaltantes de la universidad están relacionadas con el "pliego petitorio", o con el "diálogo", o aún con los detenidos. Todos los procesos judiciales tienen tiempos. La universidad no ha cesado de impulsar los trámites que pongan fuera de prisión a quienes no pueda probársele, en términos personales, la comisión de delitos. La inmensa mayoría ya está fuera, y en breve ese proceso de liberación habría de llegar a su fin posible.
Antes de que ese fin fuera a llegar, viene el asalto. Para estos grupos es necesario mantener la iniciativa, el conflicto no debe morir. Al contrario, reavivar el fuego es la única manera de poder incendiar eventualmente la pradera. De eso se trata.