Teresa del Conde
Sukemitsu Kaminaga, in memoriam
El escultor japonés Sukemitsu Kaminaga falleció la semana pasada en su país, donde realizaba varios trabajos públicos, porque gozaba de reconocimiento y allá se promueve la escultura en gran escala más que aquí. De hecho, Libertad en bronce resultó ser, en ese sentido, un proyecto inédito en México.
Kaminaga, nacido en 1939, tuvo una operación a corazón abierto hace seis años. Recuerdo que me envió una carta ilustrada alusiva al evento. Hablaba poco castellano y, por tanto, siempre me sorprendía que pese a ello mantuviera amplia capacidad como docente. Su convalecencia fue larga, pero su voluntad de vivir y de trabajar fue superada con creces. No perdió la alegría (un poco burda, yo diría) que le era característica, como tampoco perdió la vitalidad de la que hacía gala en el trato con sus discípulos y desde luego en el de su quehacer escultórico, que le requería gran energía física.
Cuando regresó, ya recuperado, se veía feliz, lucía la sonrisa de siempre. Había reducido varios kilos pero se le percibían pocas secuelas, no se fatigaba. Fuimos a celebrar al restaurante Suntory, donde con trabajos traté de descifrar lo que me decía respecto de su mal cardiaco.
Después de estudiar en la Universidad de Tama, Tokio, Kaminaga se fue a Estados Unidos y cruzó por primera vez la frontera de nuestro país en 1976. Viajó hasta la capital, se asombró con la variedad del paisaje y decidió perfeccionar su arte con Valdemar Sjolander, otro extranjero de inolvidable presencia entre nosotros. Se quedó largo tiempo durante esa primera estancia, fascinado con la rica tradición prehispánica de la talla en piedra. Recorrió Mesoamérica y viajó a Perú. Pensaba que había un espíritu oculto en los grandes monolitos mexicas, creencia muy oriental que traía de su región de origen. No obstante, sus esculturas son muy japonesas y a la vez absolutamente contemporáneas, diferentes, no obstante, de las venas que ha cultivado su colega Kioto Ota. ''El suyo es un arte austero, de carácter predominantemente japonés", expresó Fernando Gamboa cuando Kaminaga presentó en 1978 una muestra individual en el Museo de Arte Moderno, donde pueden encontrarse algunas de sus obras. Lo macizo, la forma cerrada, los perfiles nítidos, combinando rectas con curvas, fueron muy afines a la arquitectura del propio museo y recuerdo que esa muestra lució bastante bien. Los títulos de sus piezas son muy japoneses: Demonio Dios, Carne de tormenta, Trueno de niño, Piedra silenciosa, Piedra que desea regresar a la montaña.
Repartía su tiempo entre sus clases en La Esmeralda, la búsqueda de piedras de su predilección (trabajaba bastante el mármol negro, combinándolo frecuentemente con granito) y los regresos a su país, donde realizaba obras generalmente por comisión. Muchas veces me dijo en su lenguaje telegráfico, que debía visitarlo porque poseía una casa de campo preciosa, donde habitaba su madre y donde él gustaba pasar algunos periodos de vacaciones.
Exhibió en el Palacio de Bellas Artes en 1984. Antonio Luque, actual director del Salón de la Plástica Mexicana y yo coordinamos y seleccionamos su pesadísimas piezas que se ubicaron en el espacio ahora ocupado por el restaurante que allí funciona. Todavía recuerdo que su castellano no había mejorado mucho, pero como tampoco hablaba inglés, nos entendíamos mediante señas y bosquejos dibujados.
Luque era mejor ''intérprete" suyo que yo. La Embajada mexicana en Japón colaboró con el montaje de una de sus exposiciones en Tokio, en la Galería Fuji, en 1985. A partir de entonces fueron más frecuentes sus incursiones públicas en Japón que aquí, pero su condición de docente en La Esmeralda, más su apasionado interés por nuestro país, lo mantuvieron anclado. Cuando trabajaba aquí, lo hacía con frecuencia en Texcoco.
Kiyoshi Takahashi, fallecido hace cuatro años, Masaru Goji (que hasta donde sé sigue viviendo en Papantla y es un notable tallador en madera), Kioto Ota, excelente maestro de la ENAP que ha formado varias generaciones de escultores y goza de fama internacional, aunque desafortunada e injustamente no de muchas ventas, y Kaminaga, sin duda enriquecen la escultórica contemporánea en México. Descanse en paz el amigo de quien todavía hará un par de meses recibí una optimista felicitación para el año 2000.
Dijo (en japonés, Miki Ota tradujo), que cuando tocaba la piedra en la que trabajaba, sus manos parecían tomar vida propia, independientemente de su cerebro. ''La intersección de discrepancias: tiempo, espacio y vida parecen animar el poder creativo que se encuentra tras mi trabajo".