La Jornada miércoles 15 de marzo de 2000

Bernardo Bátiz Vázquez
El derecho a la crítica

CON MOTIVO DEL AGRIO debate entre Diego Fernández de Cevallos y Andrés Manuel López Obrador, en el que el segundo recordó al olvidadizo pueblo de México el nebuloso pasado y las hazañas de maquiavelismo político del primero, muchos comentaristas políticos de la radio y de la televisión, como es su costumbre, no vieron en el incidente -hábilmente conducido por el periodista Joaquín López Dóriga- sino un aspecto negativo de la política y de los políticos en general.

Les pareció mal que dos contrincantes dedicaran casi una hora a presentarse mutuamente los puntos negativos de sus respectivas personalidades y de sus partidos, presentaciones ciertamente desiguales, puesto que López Obrador lo hizo con certeza y argumentos demoledores, mientras que Diego sólo pudo refugiarse en la potencia de su voz y la ferocidad de su mirada, que ya no impresionaron como antaño, ni a los televidentes ni a su contrincante.

A los críticos apresurados del éxito periodístico de su colega y de los políticos que tuvo el acierto de presentar juntos en un combate singular, cara a cara y prácticamente sin reglas, les pareció muy mal que en vez de propuestas partidistas y de fórmulas para resolver problemas sociales, los contendientes hayan ocupado el valioso tiempo de la televisión en atacarse y descalificarse mutuamente.

A mí me parece que tanto las aspirantes a cargos públicos como el conductor del programa hicieron lo correcto; la política ciertamente es búsqueda de acuerdos, convencimiento y diálogo, pero es también competencia y choque de ideas de proyectos y de personalidades.

Diego Fernández de Cevallos, en un debate similar, sorprendió a su contrincante Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano con un "descontón" sorpresivo y con actitudes teatrales, en el que presentó documentos, aparentemente contundentes, pero que nadie podía leer en un tiempo tan corto y que no era fácil refutar, porque el ingeniero Cárdenas iba preparado, no para un pleito de callejón sino para una competencia de propuestas; todos los que entonces se apresuraron a declararlo vencedor y a ponerlo en los cuernos de la luna ven mal hoy que le hayan dado una sopa de su propio chocolate.

Los políticos están expuestos a la crítica de sus adversarios y es saludable que esa crítica se haga y es necesario que ése sea un ejercicio permanente; no es posible seguir tolerando la impunidad y que los hombres públicos basen sus campañas personales en el olvido y la mala memoria colectiva.

Cada personaje que se presenta a un cargo público, es él más su pasado y es deber de sus contrincantes recordarlo a los lectores.

Hay otros momentos para las propuestas de gobierno y para los programas partidistas y Andrés Manuel López Obrador, pocos días después, en otro encuentro con sus competidores para el Gobierno de la ciudad de México, demostró que si bien sabe esgrimir con habilidad sus críticas ante un rival tan peligroso como Diego Fernández, también sabe construir y ser propositivo.

Tan valioso es presentar al pueblo de México intenciones y soluciones, como recordar la historia de quienes aspiran a gobernarlo; la impunidad por olvido debe desterrarse de la política nacional y debemos agradecer actitudes de valor civil y claridad en los señalamientos. Ni modo, Diego fue salinista en el sexenio de Salinas y hoy se lo echaron en cara y se lo demostraron en forma contundente; así es la historia. Al triunfador, al exitoso, al terrible de ayer, hoy le tocó la de perder.

Orwell decía que la libertad consiste en decir lo que no les gusta a los demás, yo agrego que especialmente se ejerce cuando se lo decimos a los poderosos

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