EL BANCO MUNDIAL Y SUS CRITICOS
Ayer, James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, salió a la defensa de la labor que desempeña ese organismo en el combate a la pobreza en todo el mundo, particularmente en los países de América Latina y Asia, donde, asegura, se concentra 60 por ciento de la población más pobre del planeta. Con ello respondió a un panel del Congreso de Estados Unidos que propone reformas para el BM y el Fondo Monetario Internacional (FMI), entre las que destaca la cancelación del financiamiento para el desarrollo de países con un ingreso per cápita de 4 mil dólares o más y destinar recursos limitados a países con ingresos per cápita superiores a los 2 mil 500 dólares, a fin de que el organismo se concentre en la atención a los "pobres entre los pobres".
Por otra parte, Wolfensohn cita las conclusiones surgidas de un estudio elaborado por el propio Banco Mundial, titulado Voces de los pobres, en el que a partir de más de 60 mil testimonios recogidos en todo el orbe se concluye que la pobreza no sólo se refiere a la falta de medios para subsistir, sino, sobre todo, a la carencia absoluta de oportunidades de participación en la vida social y política, es decir, no tener voz ni voto ni representatividad efectiva en instituciones estatales o públicas para hacer valer derechos básicos.
El debate pone en evidencia tres hechos importantes. El primero es la relativa sensibilización de las directivas de los organismos financieros internacionales ante las lacerantes tragedias sociales que persisten y proliferan en el marco de la globlalización, así como la radicalización de los economistas neoliberales. A estas alturas, y frente a los más fanáticos de la Sociedad de Saint-Pellerin, no pocos funcionarios del FMI y del BM pueden pasar hasta por populistas de izquierda. Así lo ilustra, por ejemplo, el hecho de que el estudio del BM citado por Wolfensohn admita ųaunque no se de manera expresaų que la pobreza extrema es nugatoria de la democracia, o bien que ante la extendida realidad de la primera, la segunda resulta una mera simulación.
Por otra parte, el episodio pone de manifiesto la arrogancia imperial con la que el Congreso estadunidense pretende reformar un organismo multinacional como si fuera una institución doméstica sobre la cual pudiera ejercer un control absoluto. Aunque es evidente el peso específico de Estados Unidos en el BM y el FMI, ello no le confiere el derecho de plantear reformas unilaterales y obligar a dichos organismos a cumplirlas.
Finalmente, un punto de las reformas propuestas por los panelistas estadunidenses ųque los organismos financieros internacionales abandonen a su suerte a los países de pobreza media y centren sus esfuerzos en las naciones más miserablesų recuerdan las distorsiones que, en materia social, exhibe la política económica vigente en México: la desatención y el abandono de los ámbitos sociales de pobreza, con el argumento de que es mejor concentrar los recursos y programas en una erradicación de la "pobreza extrema". En uno y otro caso, los promotores de estas ideas ignoran ųpor incapacidad o con doloų que es precisamente la orientación económica actual la que mantiene a países y a sectores sociales sumidos en la miseria, y que esta situación es la otra cara de la moneda de la prosperidad financiera de núcleos oligopólicos cada vez más reducidos y cada vez más poderosos.
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