Arnoldo Kraus
El virus como filosofía
A LOS FILOSOFOS, ACOSTUMBRADOS A TRABAJAR con lo impalpable, con lo etéreo, con postulados e ideas que ocupan grandes porciones del pensamiento y de la razón pero no siempre de lo material, quizás los virus les resulten demasiado grandes como materia filosófica. En cambio, estos agentes son pequeños para médicos, sociólogos o economistas. La mayoría ha oído de ellos pero pocos los han visto. Mientras que para observarlos se requieren microscopios electrónicos, saber del daño que producen -corporal, moral y económico-, basta haber nacido después de 1981. El virus de la inmunodeficiencia humana -VIH-, no sólo es materia médica sino filosófica.
A partir de ese año, el VIH ha invadido vidas, matado millones, sobrecalentado algunos sistemas de salud y se ha convertido en tema sociofilosófico como pocas pestes. Es probable, incluso, que Malthus hubiese pensado, que sus teorías acerca de las guerras como factor limitante y útil con respecto al crecimiento poblacional, eran menos acertadas que la fuerza contenida en el VIH.
El virus del sida no es intrínsecamente paradójico, pero los quehaceres de la humanidad lo han investido de dicotomías. Por un lado, esa partícula, como cualquier virus, requiere de otras células para poder vivir; en el otro extremo, representa otra forma de guerra y daños inconmensurables. De hecho, los errores de los países ricos en cuanto al manejo epidemiológico, al tratamiento y a los montos económicos destinados a la prevención de la enfermedad, semejan los dobles discursos pronunciados en relación con el narcotráfico.
Aunque los números en medicina suelen mentir y ser inexactos, es menester recurrir a los "datos oficiales" para comprender la magnitud del daño producido por el VIH.
Desde el comienzo de la epidemia han fallecido 14 millones (3 millones 200 mil) son menores de 15 años); del total de muertos, tan sólo en 1998 (aún no hay datos para 1999) perecieron 2 millones 500 mil. Se calcula que viven en el mundo con el VIH/sida 33 millones 400 mil; de éstos, en 1998 se infectaron 5 millones 800 mil. De las personas contagiadas, la gran mayoría habita en el Tercer Mundo y sólo un millón 400 mil viven en América del Norte, Europa occidental, Australia y Nueva Zelanda.
Si reducimos los espacios, se calcula que cada día se infectan por el VIH aproximadamente 7 mil jóvenes de 10 a 24 años de edad, es decir, cinco cada minuto. Si bien los "demasiados" números son aburridos y pueden ser difíciles de interpretar, en el caso del sida los datos son contundentes.
La dismetría es evidente y confirma la paradoja antes enunciada: en el Primer Mundo vive 10 por ciento de los enfermos y en ellos se invierte 90 por ciento del dinero y de los recursos utilizados para tratar el VIH. A 90 por ciento de "los otros" enfermos se destina 10 por ciento del apoyo. La razón es obvia: se calcula que para controlar la progresión de la viremia, cada enfermo requiere anualmente entre 10 y 12 mil dólares.
Al igual que en otras patologías, los pobres llevan el peso de la enfermedad, se contagian con más frecuencia y tienen menos esperanza de controlarla. En este sentido, el sida representa los caminos de la desigualdad.
Lo que en un principio fue una enfermedad de ricos y homosexuales (sobre todo en Estados Unidos) se ha convertido en una gran amenaza para diversas comunidades -en algunos sitios de Africa la tercera parte de la población es portadora o se encuentra infectada.
En contra de los conceptos médicos tradicionales que aseveran, con razón, que las relaciones sexuales con múltiples parejas o desconocidos(as), así como el uso de drogas intravenosas o sangre contaminada son los principales factores de riesgo para contraer la enfermedad, en la actualidad la pobreza, la exclusión y la ineficacia de las políticas sanitarias mundiales son las causas cimentales para contraer VIH. Los platos de la balanza no mienten: el individuo que se infecta contra políticas que infectan.
El VIH/sida es un ejemplo de las interacciones entre salud y derechos humanos. Mientras que los segundos no se instrumenten, se mejoren, o se conviertan en "la razón" de los gobiernos, la iniquidad y la injusticia que domina las vidas de los más pobres los hará cada vez más vulnerables, y cada vez más enfermos.
El sida ilustra la perversidad del atropello a los derechos humanos y la miseria, en donde el individuo enfermo es tan sólo blanco de olvidos y miopías ancestrales. En el caso de esta patología y muchas otras, se padece más por pobreza, desigualdad e injusticia que por la misma enfermedad.