La Jornada miércoles 15 de marzo de 2000

Luis Linares Zapata
Ayudas que matan

LA LARGA Y METICULOSAMENTE pla-neada vuelta del panista Fernández de Cevallos, alias el jefe Diego (DFC) no ha podido ser más accidentada y ejemplar. Y ha sido accidentada desde el inicio. Su pleito de callejón con Andrés Manuel López Obrador en la televisión viene marcando lo que bien puede ser un punto de inflexión en su complicada carrera política.

DFC recibió, de sopetón, muchas de las violentas acusaciones que se le han lanzado desde numerosos ámbitos de la vida pública y aun de la privada. Salió, así, muy golpeado en su prestigio debido al enfrentamiento con un rasposo candidato a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal que interpretó, de manera sui generis pero no gratuita, la intervención del panista en la contienda por la capital del país: hacerle, al poder imperante hasta ahora, el trabajo sucio contra el candidato perredista.

Y, por si no fuera suficiente la golpiza que le propinaron ante atónitos pero divertidos televidentes mañaneros de días pasados, Luis H. Alvarez acaba de darle, por fin, el sustento de veracidad que las famosas concertacesiones andaban buscando (Milenio diario).

En efecto, la gubernatura asignada a Carlos Medina Plascencia, por la propia versión del chihuahuense, fue el producto de un arreglo cupular del dúo que él y Diego Fernández de Cevallos formaron.

Carlos Salinas de Gortari, como contraparte, admitió, frente a ellos, el fraude de Ramón Aguirre Velázquez en las elecciones de Guanajuato y los panistas se rindieron ante las malas pasiones presidenciales para coartar la carrera de Vicente Fox.

Diego Fernández de Cevallos no podrá, ahora, evadir la parte que le corresponde en los sucesos narrados por Luis Héctor Alvarez. Cierto, los panistas pretendían reclamar sus triunfos en las urnas, pero acabaron aceptando la entrada de un emergente al que nadie había elegido y que, como Carlos Salinas de Gortari mismo lo hizo, se intentó legitimar con los actos de gobierno posteriores.

El Partido Acción Nacional, dicen ellos mismos, se alzó con una gubernatura que les pertenecía. Aunque la elección, real y legalmente, hubiera recaído en Fox Quesada y no en alguien más. El voto fue negociado en palacio, hubo un emergente espurio, se burló la voluntad ciudadana, prevalecieron los complejos de Salinas y el fraude quedó impune.

Pero la reaparición del Diego candidato, se dijo, es ejemplar porque constata su ocurrencia en un país muy diferente al de 94 (el del célebre primer debate que lanzó la popularidad de Diego) y que tiene mejores mecanismos para su crítica y defensa.

Y, sobre todo, tiene un distinto talante para no aceptar procedimientos y maneras de ser y actuar que han sido cuestionadas por amplios sectores de la sociedad.

De ahora en adelante y para fortuna del crecimiento y maduración de la nación, lo serán todavía más.

La retórica de barandilla de Fernández de Cevallos, siempre exigiendo pruebas y él repartiendo mandobles mientras abre puertas de conspicuas oficinas para trasmitir sus mensajes y concretar tratos, quedó al descubierto. Ya no podrá apoyarse, como lo hizo, en un panfleto michoacano que nada contenía de sus acusaciones para dar golpes escénicos o clamar por pruebas certificadas ante notario ni resguardarse detrás de los expedientes para evadir sus maniobras de pasillo.

Su alegada intención de buscar el bien público se contradice con los productos de sus actuaciones. Todas las llamadas panistas para que Diego interviniera, y lo ha hecho en incontables ocasiones, han resultado en perjuicio para el avance democrático del país.

Poco importa que en su propia defensa alegue intenciones altruistas o que en verdad las tenga. La rescatada memoria de sus movimientos lo contradice.

Baste recordar las reformas electorales durante el salinismo que sólo perpetuaron el estado de cosas imperante con toda su cauda de abusos, injusticias e ilegalidades. Pero no se pueden olvidar sus contribuciones a las reformas constitucionales que cambiaron, muchas veces por sus desviaciones y para pena de la convivencia y la solidez del sistema económico, la faz de México.

Queda, para el recuento, su participación en el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) o en el tronido de la alianza opositora.

El mote de jefe no es un alias que le fue colocado por sus compañeros de partido, menos aún por la ciudadanía. Fueron los diputados priístas los autores. Y se lo pegaron en represalia por sus negociaciones en las antecámaras de palacio.

De allí era de donde Diego salía con acuerdos que luego los priístas tenían que apechugar en cumplimiento de su obcecada disciplina. A veces ganaba también el Partido Acción Nacional, siempre Fernández de Cevallos en lo particular y siempre también perdían los intereses populares en su lucha por transitar a un régimen abierto, normado y participativo.

La pretensión de Diego Fernández de Cevallos de volver a la política abierta ha chocado con un medio ambiente que no es, ni remotamente, el anterior y donde se movió con sagacidad y mucha suerte. Andrés Manuel López Obrador lo puso de relieve de manera por demás grotesca.

Los panistas tendrán que apechugar con su angustiosa dependencia de tal personaje y con esas formas de maniobrar que poco los ennoblece.