JUEVES 16 DE MARZO DE 2000
* Olga Harmony *
Las voces
A lo mejor es envidia lisa y llana, pero tengo una gran desconfianza hacia esas personas casi renacentistas que hablan acerca de todas las artes. Ahora intento adentrarme en terrenos que no son lo míos, pero que tienen cierta vecindad con ellos. Me refiero a la cinematografía y muy en particular a las películas dobladas. Es verdad que los lenguajes de cine y teatro son muy diferentes y en general se estima que en el teatro predomina la palabra y en el cine la imagen, lo que no siempre resulta cierto, porque podemos ver filmes de Bergman extensamente dialogados y no hace tanto tiempo que el discurso visual se impuso en los escenarios de todo el mundo por encima del texto escrito. Creo que el equilibrio entre palabra e imagen es lo que hace disfrutables ambas ramas del arte y las diferencias van mucho más allá, por lo que nunca me atrevería a enfocar el asunto desde un punto técnico, sino el de la espectadora lega, pero que ha disfrutado de muchas voces en muchos idiomas y de muchas partes del mundo.
La inconstitucionalidad decretada del artículo 8 de la Ley Federal de Cinematografía nos afecta a todos de muy diversas maneras. Los cineastas mexicanos ven, con razón, una competencia innoble de las grandes productoras estadunidenses y temen por sus fuentes de trabajo. Los juristas ven un atentado a diversos convenios internacionales y a las propias leyes mexicanas. La mutilación de una obra extranjera es un hecho que nos compete a todos los que disfrutamos del arte de la actuación, porque la voz y su manejo es parte de la actoralidad total.
Hace mucho tiempo, en los inicios de la televisión, las series estadunidenses estaban siempre dobladas, lo que hasta ahora se sigue haciendo hasta en un canal cultural como es el Once, que nos presenta tal cual programas de diversos países doblados en España. En este país, durante el franquismo, se dieron incluso distorsiones ridículas a películas extranjeras cuyo contenido en algunas partes no coincidía con los postulados de la moral del caudillo. Las anécdotas son muchas y de sobra conocidas. Pero también la moralina de Televisa hizo entre nosotros de las suyas.
Recuerdo que en ese entonces las mujeres divorciadas constituíamos un duro golpe a la moral de Televisa. En no pocas series, que tuve que ver con hijos o sobrinos, la palabra divorciada era sustituida por soltera, con lo que muchas veces el hilo argumental se perdía, amén de que en mi familia nos sintiéramos grandemente agraviados. El peligro existe todavía en un entorno en que la moral se confunde casi exclusivamente con la conducta sexual y esta misma se encierra con lo que una religión privilegia (y que llega a extremos tan chistosos como negar el disfrute de pareja a las mujeres que no acuden a los templos). El doblaje ha sido instrumento de censura y nada nos dice que ésta no se lleve hasta las pantallas cinematográficas.
Existe otro peligro del que poco se habla y que tiene que ver con la educación y el lenguaje de los mexicanos. Me refiero a la reducción de vocabulario que ya resulta alarmante entre nuestros jóvenes y niños. El doblaje no traduce, sino que reduce a unos cuantos términos lo que otro idioma expresa. Por una parte, la adecuación del sonido al movimiento de los labios del actor obliga a emplear la palabra en español que tenga el mismo número de sílabas que la empleada en el idioma original, lo que es ya una distorsión significativa. Por otra parte, la homogeneidad de los términos obligadamente usados para un amplio público de los países hispanohablantes hace que no nos da un idioma más correcto, sino uno en que se han perdido los matices. No hace tanto que la palabra ''cariño" suplantó a otras con que las madres no proclives a la influencia de la tele expresaban su ternura.
Muchos actores mexicanos encuentran una fuente de ingresos en los doblajes y los hacen con eficacia y profesionalismo. Pero no pueden evitar que todo suene muy falso, porque sus tonos no pueden nunca, por obvias razones, ser los mismos de quienes actúan el papel y han integrado a los personajes. Para constatarlo volví a ver fragmentos de series y películas dobladas y mi rechazo, como el de tantos otros, volvió a ser el mismo. No sólo que se pierde una de las principales características de actrices y actores. Por mucho que se esfuercen, esas exclamaciones (šOh, oh!) que nosotros no soltamos a cada momento, esos jadeos falsísimos de los moribundos, esa suplantación brutal de lo que ya entraña lo ficticio como es el personaje actuado, no pueden menos que llamar al rechazo. De consumarse lo que las trasnacionales cinematográficas pretenden quizá el único refugio resulte ya el teatro. Pero aún los que nos interesamos profundamente por la escena no podemos pensar que sea un consuelo.