JUEVES 16 DE MARZO DE 2000
Lo que hay que aprender
* Soledad Loaeza *
Es muy probable que con el triunfo del Partido Popular en las elecciones españolas el Partido Acción Nacional eche las campanas a vuelo. No nada más es la victoria de un partido amigo con el que ha mantenido relaciones muy estrechas desde mediados de los ochenta, sino que leerá en esa mayoría absoluta las líneas de su propio destino en las elecciones del próximo 2 de julio. Seguramente las afinidades profundas serán reconocidas ahora sin temores ni vergüenzas. El amplio apoyo electoral que ha podido demostrar la derecha española ha derribado el mismo tabú que se vino abajo en Austria con el ingreso del partido de Haider al gobierno: los votantes de principios del siglo XXI están dispuestos a liberar de sus culpas del siglo pasado a esta familia ideológica, amplia y diversa, como es.
Ante los resultados de los comicios españoles, quienes en México se identifican con las tradiciones de izquierda bien harían en poner sus barbas a remojar, porque es claro que los motivos que antes hacían a la derecha impresentable se han evaporado gracias a los errores de la izquierda. La sostenida prosperidad de la economía española explica el éxito del PP; sin embargo, su tamaño, la mayoría absoluta que siempre es mala consejera, fue propulsada por la caída de la izquierda, y ésta, a su vez, por el abstencionismo de sus simpatizantes.
La ausencia de los votantes en las urnas es un fenómeno que puede tener muchas causas. Una de ellas, más poderosa en México hoy en día que la desconfianza hacia el proceso electoral, puede ser la desconfianza o el desencanto con el partido con el que uno simpatiza. Es muy probable que la espectacular caída de las preferencias electorales por Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD, al igual que las dificultades de Francisco Labastida y el PRI para impulsar su campaña hacia la mayoría inequívoca que busca, tenga más que ver con los mismos partidos que los apoyan que con las virtudes de Vicente Fox. Las últimas elecciones del estado de México revelan que el abstencionismo es una opción para muchos votantes insatisfechos con el partido de su preferencia, pero resueltos a amarrarse las manos antes que votar por otro. En España el incremento del abstencionismo no tiene consecuencias graves sobre el conjunto de las instituciones democráticas. Uno de los aspectos más importantes de su transición fue que los perdedores en las primeras elecciones, que se celebraron después del fin del franquismo, aceptaron la derrota sin chistar, y dieron así el primer paso hacia el establecimiento de un regularidad democrática. Ahora están en el poder. En México, en cambio, el aumento del abstencionismo tendría un lamentable efecto regresivo sobre el conjunto del proceso de cambio que, mal que bien, hemos vivido en el último cuarto de siglo, por la simple razón que todavía hay muchos grupos políticos activos que rechazan los mecanismos de la democracia representativa y prefieren y promueven las movilizaciones extrainstitucionales, que no son ni democráticas ni representativas, como se han cansado de demostrarlo el CGH y sus aliados. Una tasa de participación baja en los comicios de julio sería un poderoso argumento para que estos grupos renovaran su ofensiva contra nuestras flamantes y titubeantes instituciones democráticas, véase el IFE, el pluripartidismo o los comicios.
Abstenerse de votar no es una decisión políticamente inocente. No es cierto que con ese acto uno queda exento de responsabilidad de los resultados de la elección. Es posible que haya quien justifique su abstinencia con el argumento de que jamás votaría por Fox o por Acción Nacional, pero como de todas formas el candidato perredista tiene pocas probabilidades de ganar y de lo que se trata es de que pierda el PRI, pase lo que pase después, entonces lo mejor es no votar. No obstante, quien tome esta decisión tendrá luego que aceptar que su no-decisión contribuyó a la victoria del mismísimo partido por el que que nunca votaría. Quienes afirman que están dispuestos a todo con tal de que pierda el PRI se parecen a los primeros cristianos que preferían saltar al precipicio con una venda en los ojos, antes que renegar de su fe. Claro que contaban con el apoyo del ángel salvador que detenía su caída, les ofrecía la palma del martirio y se los llevaba al cielo. En este caso, desafortunadamente la única tierra prometida es la de León y Nuevo León. Quién lo hubiera creído. *