JUEVES 16 DE MARZO DE 2000
* Jean Meyer *
Temor y temblor
El domingo pasado, "dominica de cuadragésima" para los católicos, fiesta del triunfo de los iconos para los ortodoxos, era tradicionalmente el de la lectura del evangelio de la tentación de Cristo en el desierto; la triple tentación, la primera, la del diablo teólogo que invita a Jesús a convertir las piedras en panes (un teólogo y economista); la segunda, la del diablo político que propone el uso de los ángeles para conseguir la dominación, y la tercera, servirse de Dios para dominar los reinos terrestres, angelicales y celestiales. Jesús rechaza para él y su misión los prestigios del poder político, pero al mismo tiempo rectifica: es falso decir que el poder y la gloria son cosas del diablo y que, en consecuencia, para actuar sea necesario primero posternarse delante de él.
Existe el peligro muy real de adorar la economía, la riqueza, el poder político, pero existe también el riesgo de creer que esas cosas, especialmente la política, pertenecen enteramente al diablo. Al escuchar este evangelio, uno no puede sino pensar que la Iglesia (las iglesias cristianas todas) ha sucumbido más de una vez a la triple tentación.
Por lo mismo no creo que sea una casualidad el hecho de que Juan Pablo II haya escogido este preciso domingo para celebrar un acto que no tiene antecedentes y que bien podría abrir una vía tan novedosa como provechosa: la Iglesia católica confiesa sus pecados históricos y pide perdón "con temor y con temblor" a Dios, al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, al Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento, y a los hombres todos.
Hace 20 años que ese Papa ha emprendido la larga y difícil tarea pedagógica de convencer a los clérigos y a los fieles de su Iglesia de entrar en sí mismos, de ver con lucidez sus faltas para luego confesarlas y pedir perdón. No lo hace obligado por un tribunal internacional o por las irresistibles presiones económicas, sino por la obligación de "memoria y reconciliación" (así se llama el texto, con el subtítulo: la Iglesia y las culpas del pasado), que dicta el propio mensaje evangélico, última razón de ser de las iglesias cristianas.
Ese "examen de conciencia histórica delante de Dios, con vistas a la propia renovación interior" necesitó "reconocer las formas de antitestimonio y de escándalo" durante el último milenio. Tengo a la vista un texto apretado de 25 grandes y densas cuartillas que será necesario leer con calma y seriedad. Señalo al lector el párrafo sobre "el uso de la violencia", otro sobre "cristianos y hebreos" que dice que la persecución nazi y el exterminio de los judíos ha sido "facilitado por los prejuicios antijudíos presentes en las mentes y los corazones de ciertos cristianos".
El Papa considera ese gesto como necesario para la reforma y la conversión de la Iglesia católica, para el diálogo entre cristianos y entre todas las familias religiosas. Hace tres semanas, en El Cairo, Juan Pablo declaraba: "El Islam es una gran cultura y una gran religión, el cristianismo también. Hay que tomar eso en cuenta para construir el futuro de la historia y de la humanidad". Ahí mismo denunció "la terrible contradicción", "una ofensa a Dios que es hacer el mal, alentar la violencia y el enfrentamiento en nombre de la religión. Las diferencias religiosas no deberían nunca ser un obstáculo, sino una forma de enriquecimiento mutuo".
En conclusión, previendo las reacciones de muchos, se dice: "La petición de perdón no debe ser entendida como ostentación de humildad ficticia, ni como retractación de su historia bimilenaria. Responde a una exigencia de verdad irrenunciable (...) La verdad reconocida es fuente de reconciliación y de paz".
šOjalá que los católicos sigan el ejemplo del papa Juan Pablo II! Y los otros hombres también. Es un intento original para terminar con la intolerancia, el odio y el miedo.