JUEVES 16 DE MARZO DE 2000

La fundidora: ruinas amenazadas

* Abraham Nuncio *

ƑAlguien puede imaginarse, sin un sentimiento de repudio, la presencia de un remedo de Disneylandia, un centro de negocios y una pista de carreras para automóviles en el perímetro de las ruinas de Teotihuacán o de Chichén Itzá?

La respuesta es sí. Muchos hombres de negocios y gobernantes promotores del neoliberalismo confunden la libertad de empresa con la ausencia absoluta de límites en la obtención de utilidades. Para ellos cada metro del país debiera quedar dentro de la cuadrícula privada. En la primera oportunidad se apropian de aquello que debe ser considerado monumento nacional, sitio arqueológico o patrimonio común.

No hace mucho un senador de la República y destacado empresario regiomontano, Mauricio Fernández Garza, propuso que se legalizara el libre comercio de piezas arqueológicas. Recibió una respuesta tan tardía como indirecta y a costa de un coleccionista, también de Monterrey, que mucho ha aportado a la difusión del saber sobre la plástica de todos los tiempos: Eduardo Rubio. Un comando de la Interpol lo aprehendió y debió pasar algunos días en prisión acusado de tener en su poder valiosas piezas del arte maya. Debieron dejarlo en libertad por falta de pruebas. El movimiento, ampliamente publicitado por los medios, dio con toda seguridad cobertura a quienes sí poseen objetos de propiedad nacional como cualquiera otra mercancía. Supieron que, al menos por el momento, se debían abstener.

Monterrey es una ciudad presa del vértigo de la modernidad. Su memoria es corta y las iniciativas de su sociedad civil para evitar la depredación de gobernantes neoliberales y empresarios voraces son mínimas o fácilmente sofocadas por unos y otros. La capital de Nuevo León y su zona metropolitana han sido convertidas en patio trasero de las actividades empresariales. Como gobernador interino, el empresario Benjamín Clariond Reyes despojó, en aparente dación de pago de deudas del erario, lugares públicos en el corazón de la ciudad. Su primo y socio, el actual gobernador panista Fernando Canales Clariond, declaró que sólo le había faltado vender el Palacio de Gobierno. Acto seguido convalidó la tal dación.

Así, no es extraño que las primeras ruinas del origen industrial de Monterrey se hallen amenazadas de mayores invasiones y destrozos de los que ya han sufrido. El predio donde la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey operó entre 1900 y 1986 fue destinado a la inversión privada mediante la creación de un fideicomiso ad hoc que se encargaría de administrarlo. A los obreros se les había prometido un área donde pudieran ver reproducida su cultura. La promesa no se formalizó y a ellos se les excluyó de cualquier participación en lo que quedó de la fundidora (en Monterrey, los empresarios son los únicos con calidad moral, esa que da el dinero, para administrar fideicomisos de interés público). Una superficie importante se destinaría a la creación de un bosque con el justificado argumento de la necesidad que tiene la metrópoli de espacios forestales para no ahogarse (sus áreas verdes no llegan a 0.5 por ciento de lo que debiera disponer). Han pasado casi 15 años desde entonces y el bosque sigue siendo proyecto.

El criterio para explotar empresarialmente el predio de la fundidora no ha sido otro, hasta ahora, que el business desnudo. Así que allí se educan los niños de las familias regiomontanas en las enseñanzas de los moppets. Hay, sí, dos salvedades que exigen consignarse. La primera es la Cineteca de Nuevo León, acaso la más bella de América Latina. Fue alojada en una de las naves de la siderúrgica donde se respetó la arquitectura original y se aprovecharon las instalaciones y máquinas para imprimirle el recio carácter que ostenta. Otra nave ya se rehabilita para dar cabida a la Pinacoteca del estado y a una variada periferia de actividades vinculadas a ella. La segunda de esas salvedades es la Feria del Libro, que organiza anualmente el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en Cintermex, un centro de negocios con usos múltiples.

Pero al lado de esos destinos de índole cultural, que subliman el significado de lo que fue la fundidora, se construye ahora una pista para carreras de automóviles. Las autoridades dicen que no será empleada sino para realizar una sola carrera al año. O es dispendio o es engaño. A fin de poder construirla fue demolido, sin que nadie dijera nada, el llamado "horno alto número dos". El neoliberalismo no sólo es omnívoro, sino autófago. La destrucción de las edificaciones símbolo de una ciudad industrial les habría costado a los empresarios de cualquier parte del mundo un levantamiento cívico. Los de Monterrey, que no ven el trabajo en lo construido ųellos que han exaltado el término para efectos de manipulación regionalų, gozan de impunidad en más de un sentido.

Es tiempo de revisar los criterios acerca de los sitios que deben ser considerados arqueológicos y por tanto patrimonio nacional. En el caso de la fundidora, se impone la intervención del gobierno federal. Las ruinas industriales de la antigua siderúrgica no deben quedar al arbitrio de un grupo privado, pues como las de Teotihuacán o Chichén Itzá, son de todos. *