JUEVES 16 DE MARZO DE 2000

* Más de 2 mil esperan apoyo directo a su actividad


La Secofi, sede del poder para caficultores de 12 estados

* Se unieron tanto ejidatarios como pequeños propietarios

Luis Hernández Navarro * Pasadas las 10 de la mañana de ayer, Esteban Martínez se colocó frente al enrejado de la Secretaría de Comercio y levantó la cabeza para mirar la torre de 20 pisos de la Avenida Michoacán. Nunca había visto un edificio así. Ni en su pueblo, San Francisco Coatlan, ni en su estado, Oaxaca, hay nada que se le parezca. Como él, centenares de paisanos y compañeros suyos productores de café provenientes de 12 estados de la República, que por primera vez en su vida visitan a la ciudad de México, se dedicaron a observar la mole de vidrio, aluminio y concreto donde dos horas después entrarían 50 de sus representantes para negociar sus peticiones con los funcionarios gubernamentales.

Esteban Martínez tiene 40 años de edad pero aparenta muchos más. Desde siempre ha trabajado el cafetal, y la vida en la finca no es fácil. Pero este año será peor. En marzo termina la cosecha y los precios del aromático son cada vez más desesperantes. Sus ingresos en este ciclo serán 40 por ciento menores que en el pasado. En el mejor de los casos obtendrá unos 5 mil 750 pesos por la venta de los 10 quintales que produjo en su parcela de dos hectáreas. Y eso que el ciclo pasado los precios no fueron buenos, pero entonces siquiera quedaba la esperanza de que este año mejorarían.

Aunque su esposa no pudo entrar a Progresa porque su casa tiene piso de cemento --que puso con las remesas que un pariente les mandó desde Estados Unidos-- recibió un subsidio de 500 pesos de la Alianza para el Campo y 325 del Programa de Empleo Temporal que le ayudó a sobrevivir. Ahora, con los precios como están, ni la esperanza queda. Por eso Esteban hizo el largo viaje hasta el Distrito Federal junto con otros productores, para ver si las autoridades responden a sus demandas.

 

Comprar tequila en Japón

La caída del ingreso tiene su explicación. Rodeada por un grupo de unas 20 personas, Josefina Aranda, asesora de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC) enumera algunas de las causas que lo provocaron: en unos cuantos meses los precios del aromático en la Bolsa de Nueva York pasaron de 130 dólares las 100 libras hasta 100. Además, en los mercados internacionales el café mexicano tiene un castigo de hasta 30 dólares, esto es, se paga casi un 30 por ciento por debajo de su cotización. El peso mexicano está sobrevaluado: tiene los mismos niveles que tenía en agosto de 1998 pero la inflación se ha acumulado un 25 por ciento y esto afecta a los exportadores. Por si fuera poco, se ha permitido la importación de café de otros países, a pesar de que somos autosuficientes. A este paso, dice, acabaremos comprando sarapes y tequila de Japón.

Sobre la Avenida Michoacán unos 2 mil 300 productores despliegan sus mantas, acampan y esperan a que sus representantes salgan de la negociación con los hombres de traje de casimir. Su pliego petitorio exige lo mismo medidas para frenar el castigo a los precios del café mexicano que el apoyo directo con recursos fiscales por un monto de mil 500 a 2 mil pesos por hectárea. Muchos visten sus mejores ropas. Otros sus trajes típicos: pantalón y camisa de manta blanca y huipiles. Calzan huaraches y botas crucero. La mayoría usa gorras; unos cuantos, sombreros. De cuando en cuando ven a lo alto de la torre. Para quienes viven en serranías y montañas de Puebla, Guerrero, San Luis Potosí, Oaxaca o Hidalgo los rascacielos o los aviones que surcan el espacio de la capital son una novedad impresionante. Sólo esporádicamente, en las noches de fiesta y fuegos artificiales o en espectáculos naturales como eclipses, puede verse a tantas personas juntas mirando al cielo en un mismo punto. Para ellos, el día de hoy, es el edificio de Secofi cercado por rejas de metal, y no el Palacio Nacional o Los Pinos, la sede del poder federal.

Los cafetaleros deberían haber llegado a las oficinas de la Sagar. Así lo han hecho en otras protestas. Pero ahora no tenía caso hacerlo: ni habrían podido entrar ni hubieran encontrado funcionarios que los atendieran. Hace apenas un par de días, este 14 de marzo, un grupo de agricultores de El Barzón, con caballos y todo, cerraron el inmueble y se pusieron a vender frijol a seis pesos el kilo, como protesta por la autorización de importar leguminosa cuando las bodegas están llenas de la cosecha del año pasado.

Isaac Rodríguez, de 54 años de edad, dueño de una finca de 20 hectáreas en Pochutla, Oaxaca, llamada San Carlos, también vino a la movilización. En la actual protesta participan lo mismo productores que tienen predios de 2 hectáreas que agricultores con fincas de 200 hectáreas. Grandes y pequeños, privados y sociales, ejidatarios y propietarios, indígenas y mestizos, integrantes de la CNC y de la CNOC se juntaron para protestar. Isaac conoce el mundo del café. Además de ser productor e integrante de la CNPR fue representante de los caficultores oaxaqueños. Según él, la caída del precio del grano y el castigo al café mexicano en los mercados (su cotización de entre 20 y 30 dólares por debajo de la Bolsa de Nueva York) tiene un responsable: las grandes empresas trasnacionales que comercializan la mayor parte de la producción nacional, que han apostado a exportar grandes volúmenes a costa de la calidad. El aromático que hoy se produce, dice, es el mismo que se producía hace tres años, tiene la misma calidad, y antes el diferencial (la diferencia entre el precio internacional y lo que se paga en los mercados por el café mexicano) era a lo sumo de 10 dólares. Y añade: ''como ellas de todas maneras ganan, no les importa que los productores perdamos''.

 

Música de banda bajo el sol capitalino

Sobre la primera cuadra de Avenida Michoacán la banda juvenil de Pochutla toca Dios nunca muere. Son 15 integrantes que cargan tubas, clarinetes y platillos, y que participan en la Unión de Comunidades Indígenas ''Cien años de soledad''. Agotados por el sol capitalino hacen un receso. El maestro de ceremonias toma el micrófono y pide a los asistentes apoyo para comprar unos refrescos para los músicos. Con solemnidad dice: ''No sé de a cómo sean los refrescos en el D.F. Vamos a pasar para que se haga la coperacha''. Diez minutos después informa: ''Ya se pagaron los refrescos. El importe fue de 60 pesos''. Y más al rato insiste: ''Se consiguieron en total 427 pesos''. De inmediato la banda vuelve a tocar.

En las calles, reunidos en pequeños grupos, buscando la sombra, los productores comen los totopos y el queso que trajeron desde sus comunidades. Una vecina abre el portón de su casa y les regala bolsas de cacahuates. Cerca de las cinco y cuarto de la tarde, su comisión baja a informar sobre el resultado de las pláticas. La reunión con los funcionarios concluyó. A juzgar por sus caras los resultados son buenos. Aunque las negociaciones no han concluido y deberán continuar, es la hora de emprender el camino de regreso.

Esteban Martínez vuelve a mirar a lo alto del edificio de la Secofi. Si en esta ocasión no se obtienen las demandas que él y sus compañeros reclaman sus opciones son pocas: o migra o cultiva estupefacientes o le entra a la ruta de los fierros, pero sólo de la producción de café no logrará que su familia sobreviva. En los coatlanes y en el resto de las regiones cafetaleras del país los dilemas son los mismos. Por esta ocasión todavía parece haber un poco de paciencia. La próxima, quién sabe.