VIERNES 17 DE MARZO DE 2000

Francisco Labastida tiene razón

 

* Horacio Labastida *

Con el deseo de que este artículo sea evaluado de manera ponderada, hago de inmediato indispensables precisiones. Francisco Labastida Ochoa y yo somos primos, nos estimamos y respetamos mutuamente, nos consideramos dueños y libres en nuestras ideas políticas. En este clima charlamos siempre cuando Francisco fue secretario de Energía, en la época del presidente Miguel de la Madrid; al irse a Sinaloa hubo pocas oportunidades de reanudar las viejas charlas. Quiero agregar que fui priísta pero ya no lo soy; pienso que la política presidencialista es la contrarrevolución respecto a la doctrina revolucionaria sancionada en la Constitución de 1917, y pienso que este proceso contrarrevolucionario ha causado graves daños al país, de los que saldremos con indudables dificultades. Es más, creo que la política presidencialista se corresponde con un sistema lógico que los propios funcionarios que la ejecutan no pueden cambiar sin suicidarse, ya que tal política está apuntalada en compromisos con las elites capitalistas de la nación, cuyo peso económico y político es débil, y con el subordinante capitalismo transnacional manejado de manera opresiva en los no muchos centros metropolitanos del mundo. Estas ideas me alejaron radicalmente del priísmo y me acercaron a quienes convienen en transformar el poder público enajenante de hoy en un poder liberador de la imposición de los menos sobre los más. No se trata de romper abruptamente con la globalización, nacida de las leyes objetivas que guían el desarrollo de las grandes empresas multinacionales. No, lo que se desea es hallar caminos racionales y legítimos para que los convenios planetarios resulten benéficos a las partes que los suscriben en la medida en que sean resultado del ejercicio de la soberanía de los pueblos, y no de la subyugación de los fuertes sobre los débiles. En términos sencillos: pienso que la manera de salvar a México es cimentarlo sobre sus grandes valores nacionales, y estoy convencido de que estos valores nacionales se identifican con los sentimientos del pueblo convertidos en ideas.

Aclarado lo anterior, resulta evidente que Francisco Labastida tuvo razón al expresar que el presidente del PAN y su actual candidato, Vicente Fox, son temerarios al atribuirle pactos con el narcotráfico, asegurando, el dirigente panista, que "es lo que la gente dice, en el ambiente de opinión pública, sin que pueda obtener expediente pro-bado" (La Jornada número 5579). La figura pública y privada de Francisco Labastida Ochoa es muy distinta. Desafortunadamente, Si-naloa, estado próspero y de raíces revolucionarias puras y admiradas ųrecuérdese la actuación de Gabriel Leyva Solano contra Porfirio Díaz y la importancia que se dio al Plan de San Luis Potosí durante el movimiento de los maderistas Banderas, Iturbe, Acosta y Tiradoų, ha sido víctima de los traficantes de drogas, y, en este aspecto, Labastida Ochoa dio una valiosa batalla con acciones administrativas que nadie puede negar, enriquecidas por medio de programas culturales sin precedente, pues estuvo cierto de que la cultura es un instru-mento poderoso de salud pública en la medida en que postula, directa e indirectamente, en la conciencia de los hombres, la necesidad de acatar los principios del bien como fuente inspiradora de la vida social, acontecimiento que sólo tiene un antecedente en la historia del país. Al ocupar José Vasconcelos la Secretaría de Educación Pública y la rectoría de la Universidad, los mexicanos recibieron abundantemente los sabios mensajes del arte y de la filosofía clásica al difundirse por todo el país los célebres libros verdes, donde se recogieron textos exquisitos del pensamiento universal.

Es insano, maligno, cruento y condenable usar la influencia pública para manchar la verdad con mentiras. Aparte de su calidad de candidato del PRI a la Presidencia, Labastida Ochoa es un mexicano honesto y un ciudadano respetable. *